Raulito es un niño del colegio de mis hijas. Está en 2º de Educación Infantil, es decir, la clase de 4 años. Este curso apenas he coincidido con él, pero el pasado, su primer año de cole, me cruzaba con él casi a diario y le veía llegando cada mañana, llevando su mochilita, fijándose en todo desde los ojos de ángel que asomaban detrás de sus pequeñas gafas.
En la fiesta de fin de curso tuve la oportunidad de subir al escenario a entregarle un premio. Su dibujo había sido el ganador de su clase en un concurso organizado por la asociación de padres. Recuerdo cómo se quedó algo asustado cuando se quedó en el centro del grupo con todo el público puesto en pie aplaudiéndole y yo entregándole un paquete con libros y cuentos, pero con toda la gracia del mundo me dio un beso y saludó a todo el mundo.
Su dibujo era enternecedor, y todo el que lo vio coincidió en que merecía sobradamente el premio. Y por eso se le dio. Porque lo merecía, no porque Raulito tenga Síndrome de Down.
Les hablo de Raulito porque hace poco he vuelto a encontrarme con una noticia que sale con relativa frecuencia, en la que se nos cuenta, con gran pomposidad, que gracias a los avances médicos de que disfrutamos, los casos de niños con Síndrome de Down se van reduciendo drásticamente. Los últimos datos que leo, en un 56% desde 1980 en cifras absolutas y en un ¡¡85%!! en el mismo plazo en casos de madres de más de 35 años.
Así leído, si no estamos prevenidos, puede parecer una magnífica noticia. Pero no lo es. Es una noticia horrible, estremecedora, aberrante.
Lo que en realidad está ocurriendo es que gracias a avances técnicos de los que podemos disfrutar, se están diagnosticando problemas genéticos como el Down en niños todavía no nacidos. Entonces los hijos de perra disfrazados de médicos que tienen la poca vergüenza de vendernos supuestos avances médicos, lo que hacen es que al 56% de los Raulitos en general, o al 85% de los Raulitos con madres mayores de 35 años les aplican una de varias posibilidades: Quizá introduzcan un tubo con una solución salina en el útero, que abrasará al niño hasta matarlo. También es posible que el carnicero de bata blanca introduzca una herramienta en el vientre materno con la que descuartize al niño y luego lo saque a pedazos. O a lo «mejor» el pájaro prefiera provocar un parto parcial a la madre durante el cual, cuando el niño está a medio salir, le destroce el cráneo o le introduzca un utensilio «médico» por la nuca para matarlo como a un animal.
En cualquiera de los casos, el paso siguiente será que los restos del niño sean depositados, en el mejor de los casos, en un contenedor de restos biológicos de una clínica, igual que si fuera un apéndice o un órgano extirpado. En el peor, será triturado y eliminado por el desagüe o tirado a la basura.
¿Les ha movido a ustedes el estómago? A mi sí. En este momento siento náuseas. Pero no es culpa mía. Esta práctica eugenésica se llama aborto terapéutico, es legal en España y quieren extenderlo para hacerlo todavía más «libre». Y encima dicen que es un derecho.
Yo, mientras tanto, veo a Raulito corriendo en el patio del cole y doy gracias a su madre y a Dios por permitirnos disfrutar de su compañía. Y me pregunto: ¿Quién es el mal nacido que puede decir que este angelito no tiene dignidad ni derecho para vivir y corretear por aquí?
Dios te bendiga, Raulito.
Nota: Sobre niños con Síndrome de Down tengo que recomendar esta preciosidad. No dejen de leerla.
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