«Al niño hay que dejarle libertad«, me dice un compañero de trabajo para justificarme que su hijo de 11 años tenga «libertad» para acceder desde un ordenador en su propio cuarto a internet sin límite y en todo momento.
Ha descubierto que el niño accede a páginas eróticas. «Pero no a porno, lo que mira son tías en pelotas, famosas en tetas y eso, no sexo duro, si fuera porno ya hablaría con él«. Y se queda tan pancho.
Viendo que yo abro mucho los ojos y que no puedo entender nada, al final vuelve a su sentencia. «Hay que dejarles libertad a los niños, que aprendan. Tú a las tuyas las estás cohibiendo, no son libres«.
Mientras me entristezco no sólo por su hijo sino por mi propio compañero, agradezco cada día más ser un carca retrógrado y ser capaz de coartar la «libertad» de mi familia.
¿Se escandalizan ustedes también de esa actitud? Bien, lo celebro. Pero aunque el ejemplo es real como la vida misma, estoy seguro que mucha gente que no aprobaría la actitud de mi compañero sí entiende como normal el que sus hijos, o los hijos de otros, se empapen en la tele de culebrones, grandes hermanos o series nada infantiles varias. Y entonces pienso que sin duda lo de mi compañero es malo, pero posiblemente no lo peor.
Me escandaliza que ese niño tenga esa herramienta sin límites, sin control y sin recomendaciones previas en sus manos y encima se disfrace de «libertad«. Sin duda. Pero no me escandaliza mucho menos el oír a niños de 8, 9 ó 10 años hablar tranquilamente de los participantes en «Gran Hermano«, de las actrices de «Sin tetas no hay paraíso» o de la pelea que la otra noche vieron en «La Noria«.
¿Coartar la libertad de los niños? Si con ello podemos proteger su infancia, seguiré -con gusto- siendo el mayor de los liberticidas.
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