Me pilló de los mayores, pero allí estaba yo, estudiando, cuando mi generación y las inmediatamente siguientes fueron el objetivo de la primera campaña de difusión del uso del preservativo entre los jóvenes. De aquellos “póntelo, pónselo” hace 20 años.
Dos décadas, y el mensaje ahora sólo se diferencia en que se hace a ritmo (es un decir) de rap y con letras propias de víctimas de la LOGSE, que al fin y al cabo son el objetivo de la campaña.
En medio de esas dos décadas, millones de euros en condones y trípticos por un lado, y datos fríos y desnudos por el otro: Los embarazos de adolescentes han crecido exponencialmente. Los casos de SIDA y enfermedades varias de transmisión sexual entre jóvenes no han dejado de crecer. El aborto se ha disparado.
Todavía, algunos malos bichos con cargo oficial salen a decir que claro, esto es un problema porque los jóvenes no tienen acceso a los métodos anticonceptivos ni suficiente información sobre ellos. Y se quedan tan panchos. Con un par. Sin que se le caiga la cara de vergüenza.
Hace 20 años algunos rechazábamos aquellas campañas. Si se trataba de padres, claro, eran unos carcas y unos trasnochados. Si éramos los propios jóvenes, es que estábamos contaminados, no faltaba más, y teníamos el coco sorbido. Así que pocos, muy pocos, fueron los valientes que dieron la batalla. La mayoría optamos –mea culpa- por hacernos los locos y no señalarnos más. Llegaban a los institutos, escuelas, facultades, etc. y nos soltaban kilos –y no es exageración- de condones y una batería de lemas tan elaborados y profundos como aquel “métela donde quieras pero siempre con condón, porque si no te proteges puedes comerte un marrón”. Literal, oiga. Así de elaborado y reflexivo.
Otros, decía, fueron más valientes y sobre todo más consecuentes. Y pública y notoriamente rechazaban el regalito. Recuerdo un caso en que un profesor le montó un pollo a uno de esos chavales que devolvía el preservativo que le regalaban. El profesor le decía que no fuera insensato, que tenía que protegerse, y el chico le respondía que no, que él ya estaba protegido y no necesitaba ningún trozo de látex. Trabajito les costaba entender lo que el chico decía, y cuando lo conseguían entonces dejaban a sus sicarios el trabajo más sucio: El intentar ridiculizar al convencido. Era el raro, el que había que evitar, al que señalar y dejar de lado.
El caso es que los mensajes básicos de esas campañas han estado siempre basados en la misma mentira: el “Con condón no hay problema”. Y el resultado ha sido el que ha sido: Nefasto. Los contagios, los embarazos y los abortos, disparados. No es una opinión. Es la cruda realidad fácilmente constatable.
Y después de 20 años ¿qué hay de nuevo, viejo? Pues lo único nuevo es el ritmo de rap y el lenguaje simiesco. El mensaje transmitido, el mismo: “Dad rienda suelta a todo lo que se os ocurra y apetezca y tened como única norma el uso del condón”. ¿Su resultado? Lo diremos por tercera vez: Enfermedades, embarazos de adolescentes y abortos por miles. Sería bueno recordar que de todas esas tragedias es parte proporcionalmente responsable quien diseñó, quien defiende y quien mantiene estas campañas.
Mientras tanto, en Madrid, 5 médicos elaboran una guía de información sobre el SIDA dirigida a jóvenes. En ella se dice algo tan evidente como que la promiscuidad es la vía más directa a la infección y que no cayendo en ella se evitan riesgos. ¿La reacción de los giliprogres? La de aquellos progreprofes de finales de los 80: intentar ridiculizar al coherente, ya que su sectarismo no le permite entenderle, y retirar la guía de la circulación. A lo mejor, gracias a esa retirada y a sus regalos de condones, ahora un menor de edad está sometiéndose a alguna prueba del SIDA o alguna quiceañera empieza a notar que se le retrasa la regla.
Giliprogres de todos los partidos: No olvidéis vuestra responsabilidad. Sois culpables.
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