Ahora que empieza la campaña de la Renta, sería bueno pensar sobre eso, sobre nuestros impuestos.
Con sus impuestos van a pagarse viajes a todo plan para políticos que viven del cuento. Con sus impuestos van a pagarse subvenciones a productoras cinematográficas incapaces de realizar un producto rentable. Con sus impuestos van a inundarse de subvenciones a los sindicatos que a cambio callarán como meretrices cuando el gobierno siga demostrando su incapacidad para sostener el empleo y la economía. Con sus impuestos van a pagarse los coches oficiales que forman una de las flotas más numerosas del mundo. Con sus impuestos van a mantenerse cargos de designación directa (a dedo) que cobran un suculento sueldo por no hacer absolutamente nada útil salvo palmear la espalda de su amigo/familiar/socio que le elige. Con sus impuestos va a seguir manteniéndose un engendro como el Parlamento Europeo, que nadie sabe muy bien para lo que vale, pero que paga solamente en dietas a cada europarlamentario más de lo que usted y yo juntos vamos a ganar en varios años. Con sus impuestos van a mantenerse emitiendo televisiones que dilapidan miles de millones de euros en propaganda política y cutreríos varios. Con sus impuestos se darán subvenciones a vividores varios pertenecientes a organizaciones afines al repartidor de turno. Con sus impuestos se mantendrá la elefantiásica infraestructura de unos partidos políticos completamente alejados de la realidad, les haya usted votado o no.
Todo eso, y mucho más, se hará con sus impuestos. Y con los míos. Y si no nos gusta, ajo y agua. Esto es lo que hay. Impepinable. No hay más que hablar.
De esos impuestos puede usted decir que en lugar de a esas cosas, una mínima, mínima, mínima parte, se destine a una organización que gracias a esa mínima parte puede hacer, por poner algunos ejemplos, cosas como ahorrar al Estado la mitad del coste de la educación de 1,4 millones de alumnos. O mantener abiertos centros sociales que atienden a 200.000 inmigrantes. O que 50.000 niños y jóvenes puedan recibir la educación especial que necesitan. O que sean cuidados 25.000 huérfanos y 57.000 ancianos. O tal vez sufragar gran parte del coste de 200 centros hospitalarios, o de 876 casas para ancianos, minusválidos y enfermos crónicos, o 900 orfanatos, o 300 garderías, 365 centros de educación especial o reeducación, 144 centros de caridad, 300 consultorios y centros de defensa de la vida y la familia… Y también, porqué no, ayudar al mantenimiento de 18.000 misioneros repartidos por 147 países del mundo.
Todo esto, digo, es voluntario. Lo otro no. Lo otro es obligatorio. Pero claro, los que maman de la teta de lo obligatorio le dirán a usted que no se le vaya a ocurrir decir que una parte de lo que tenemos que apoquinar se lo lleve una Cáritas Diocesana. Noooo. Eso hay que quitarlo… no vaya a ser que no quede para coches oficiales.
– Pero oiga… es que yo no soy católico.
– Ya. Pues… ¿sabe qué? Que a los miles de personas que se atienden en todos esos sitios que le digo, no se les pregunta si lo son para atenderles. Así que descuide, que si un día necesita que una monja cuide su enfermedad o que un comedor de Cáritas le entregue algo de comida para su familia, esté tranquilo: Les dará igual que usted sea católico o que no haya puesto la cruz. Le ayudarán igual. Porque para la Iglesia, hermanos somos todos.
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[…] eso iba a hablarles. Pero ¿saben qué? Que sencillamente les voy a copiar y pegar, tal cual, una entrada de hace un año por estas fechas. Y ustedes sacan sus propias conclusiones. A ser posible, pensando en ese […]
[…] el año pasado como el anterior, por estas fechas dediqué una entrada a pedir que se marque la casilla de la Iglesia Católica en […]
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