Vamos tirando

La semana pasada, el flamante César negro, Barack Hussein Obama, hacía que al personal se le volviera el culo pepsi cola cuando en medio de su discurso ensalzaba al Islam como ejemplo de tolerancia, y centraba su hemorragia neuronal en el califato de Córdoba, contraponiéndolo a la Inquisición.

Bien. Plas, plas, plas, nuestro líder planetario ha hablado, soy feliz, le he visto, puedo morir tranquilo.

Vamos a ver. Que un gringo diga gilipolleces no es ninguna novedad. Que ese gringo sea el emperador del mundo, tampoco, ya hemos tenido muchos ejemplos y su inmediato antecesor nos ha dado muchos. Ese pueblo maravilloso, formado por la escoria que huyó de las cárceles de Europa para ocupar la «tierra de la libertad» e imponer al mundo su visión, nunca ha tenido mínimos conocimientos de historia. Y además es lógico, porque saber de historia implicaría coger su bandera de barras y estrellas o la «Union Jack» de sus ancestros y escupir sobre ellas antes de quemarlas para intentar purgar siglos de crímenes, violaciones y robos, que son lo que sustentan la historia anglosajona.

Así que qué más dará que el tipo en cuestión no tenga ni puta idea de que los conceptos comparados fueron distantes en 700 años entre sí, o que la maravillosa Córdoba califal, tan tolerante ella, generó miles de mártires cristianos exterminados por los invasores musulmanes.

No. No es raro que un puñetero gringo diga estas gilipolleces. No dan para más. Lo que es vergonzoso es que ese genuino saber y conocimiento americano, cada vez es menos típico americano y más extendido. Y así, el giliprogre occidental, sea usaca, francés o españolito que vino al mundo, aplaude extasiado y con evidentes síntomas de excitación sexual las palabras que su ídolo vomita. Y ninguno tiene el cuajo de levantarse y gritarle a la cara «vete a estudiar, gilipollas«, que es lo que a mí me pide el cuerpo. Pero no. Hay que aplaudirle. A ver si así nos volvemos como él. Gilipollas perdidos.