En la lectura -o quizá debiera decir hojeo, debido al poco tiempo con que me muevo siempre- de la prensa, solía detenerme con algo más de cuidado en las entrevistas. Hace ya tiempo que no lo hago, salvo la de la contraportada de Alba, que procuro no dejarme nunca, y poco más.
Habitualmente, en aquellas entrevistas de hace años, una de las últimas preguntas siempre era «¿De qué se arrepiente?» o «¿Qué cambiaría de su vida?». Siempre me llamaba la atención las respuestas obtenidas en el 99% de los casos: «No me arrepiento de nada» o » No cambiaría ni un minuto de mi vida». Hace tiempo cambiaba yo impresiones en una conversación iniciada sobre el sacramento de la Penitencia, acerca de uno de los grandes males de nuestra sociedad, que es la ausencia de sentimiento de culpa y el todo vale si me complace. Se marcan unos límites muy burdos, y todo el que no los pasa -no mata, no roba con violencia, no viola…- tiene su conciencia brillante como el sol.
Yo soy propenso a echar la vista atrás. A recordar quizás más de lo que debiera. Y a veces me entrevisto a mí mismo. ¿De qué me arrepiento? ¿Qué cambiaría en mi vida? Es difícil querer cambiar tantas cosas, reconocer la conveniencia de haber actuado de otra manera en tantas circunstancias, pero a la vez estar razonablemente feliz y satisfecho del resultado final. Pero poniendo por delante precisamente el que no cambiaría por nada del mundo las líneas principales de la situación actual, sí quiero decir, en voz alta y públicamente, que me arrepiento de muchas, de muchísimas cosas.
Y el arrepentirse es bueno, pero mejor todavía es acercarse al que ha sufrido nuestro mal hacer y pedirle, sinceramente, perdón. Independientemente de que nos lo otorgue. Me gustaría ir uno a uno buscando a quienes me han sufrido de una u otra manera. Pero esto en muchos casos no es posible, y aunque espero poder hacerlo más pronto que tarde, no quiero dejar pasar el día de hoy -esta noche o mañana sabrán porqué- sin al menos, a vuelapluma y desde esta tribuna fría y poco leída, presentar mis sinceras disculpas.
Así que, sinceramente, a tanta gente, os pido perdón. Os pido perdón a los compañeros de colegio a los que no traté con la atención y respeto debido. A los profesores que tuvieron que sufrir mis desplantes e impertinencias. A los amigos a los que no ofrecí todo lo que esa consideración obliga. A los chicos a los que pude elegir, sin motivo, como objeto de burlas o peleas. A las chicas a las que pude tratar sin el respeto debido o hacer bromas de mal gusto que las hirieran de una u otra manera. A los que esperaron más de mí, en uno u otro sentido, por haberles defraudado. A las novias que me dejaron, por no haberles sabido brindar algo mejor. A las novias que dejé, porque no las traté como merecían. A mis padres, por pagarles tanto como han hecho y siguen haciendo por mí con tantos y tan malos tragos, especialmente durante mi adolescencia. A mis hermanas, porque sufrieron parte de ese tenso ambiente familiar, y también por no haber estado más cerca de ellas en sus malos momentos. A mis sobrinos, por no esta tan cerca de ellos como quisiera, intentando colaborar con su educación. De entre ellos, especialmente a mis ahijadas, por lo mismo pero con más motivo. A mis abuelos, que se fueron sin que les dijera nunca que fueron en todo modelos ejemplares. A mis tíos, por la distancia y el no dedicar siquiera unos ratitos a llamar sencillamente para decir «os recuerdo y os quiero». A mis primos, porque habiendo sido tan felices de niños no he sabido mantener el lazo lo suficientemente estrecho. A mis amigos de la infancia… por lo mismo. A mis suegros, a mi cuñada y a su marido, porque a veces pienso en ellos como mis suegros, mi cuñada y su marido, en lugar de pensar en ellos como la familia de mi esposa y de mis hijos, y por tanto mi familia. A mis compañeros de trabajo, por aguantarme muchas horas al día, sé que no es fácil. A mis jefes y superiores, por no haber rendido lo que podía y debía. A los que laboralmente estén o hayan estado a mi cargo, por no servirles de ejemplo y no ser todo lo diligente que debo ser. A todos los que de una manera u otra han tratado conmigo, porque siempre pude hacerlo mejor.
Y en párrafo aparte, pido perdón, de todo corazón, a mis hijas, por no jugar más con ellas, porque ya no les leo cuentos, porque llego demasiado cansado y con demasiado mal genio a casa. Porque no les he conseguido enseñar a volar la cometa. Porque lo que les he enseñado es poco y porque soy culpable de no haberles enseñado lo que deberían haber sabido. Porque no les he sabido enseñar a hacer las cosas mejor. Pido perdón, de todo corazón, a mi hijo, porque su padre no tiene la espalda en condiciones para pasearle a caballito por el pasillo y el jardín, como sí hice con sus hermanas -y quizá por eso ahora no la tengo en condiciones-, y por tantas otras cosas que no tendré edad para darle. Pido perdón, de todo corazón, a mi esposa. Por tantas y tantas cosas que no caben aquí. Por mi desorden, por mi falta de cuidado, por mi falta de comprensión ante algunas cosas que a mí me parecen banales pero a ella fundamentales. Por no haberle podido dar más de lo que tenemos, por no enterarme de nada por las noches, por no agradecerle día a día y hora a hora todo lo que hace por toda la familia, por sus noches de poco sueño encadenada a una máquina de coser con la que ahorrar unos euros a la familia en uniformes, en vestidos para las niñas… Pido perdón, de todo corazón, a la Humanidad en general y a mi Patria muy en particular, por no haberla servido con mayor empeño ante su triste deriva. Y pido perdón, de todo corazón, a Dios Nuestro Señor, por no servirle con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi espíritu todos y cada uno de los minutos de mi existencia. Por no visitarle tanto como debiera. Por no situarlo en el centro de mi vida siempre y en toda condición. Por no tener el valor y el coraje necesario para aceptar las dificultades que conlleve el proclamar la Verdad en toda situación. Por dejarme llevar por lo fácil en lugar de elegir el camino difícil. Por no renunciar a tantas banalidades que hacen más sencilla mi vida terrena pero que postergan mi obligación de proclamar su Reino. Espero que me permita alcanzar en el Purgatorio la oportunidad de expiar todas mis culpas para con Él y con mis hermanos.
A todos los citados, a los no citados por discrección, a los no citados por olvido o descuido por mi parte, mi humilde y sincera petición de perdón, perdón y perdón. Y a la vez, a todos sin excepción, mi sincero agradecimiento porque con vuestra colaboración, en una u otra medida, voluntaria o no, habéis ayudado a formar mi vida y todo lo que de ella disfruto sin merecerla.
Dios os bendiga a todos.
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Bueno, Gonzalo. Me has enternecido, pero te voy a decir una cosa: «no hay perdón, hay redención».
Así que no me pidas perdón. Lo que tienes que hacer para redimirte es que me invites a desayunar durante una semana por lo menos.
Y como el arrepentimiento tampoco me vale porque no creo que por arrepentirte no vayas a caer en los mismos errores que «tanto daño hicieron en el pasado» me tienes que demostrar que realmente has cambiado y te conviertas en un niño realmente bueno.
Cuando lo seas, sólo entonces, te dejaré entrar en el arca como especie protegida.
P.D.: como penitencia, te aconsejo que leas «Meditaciones» de Marco Aurelio, el emperador-filosofo. Un capitulo de los primeros del libro me recuerda mucho en su contenido y actitud a lo que tú has escrito. A lo mejor así encuentra tu alma desvalida consuelo para tu desasosiego.
Ja, ja.
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Información Bitacoras.com…
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