Envidia sana, por supuesto.
El domingo visité -por fin- la casa de campo que B. y P. compraron hace ya unos años. Recuerdo perfectamente cuando B. me lo contó, sabiendo que me encantaría el sitio. En la sierra norte, sin luz eléctrica, teléfono ni mariconadas de esas. De agua corriente ni hablamos, pero bajo tierra la que quieras. Entonces me enseñó las fotos. Mi comentario al ver la del corral fue «¿y las ovejas no denuncian esto a sanidad?».
Han pasado un par de años, quizá tres, y aquella semiruina es hoy una casa preciosa, y el cochambroso corral es su gran y acogedor salón. Tener mano de obra barata en casa es lo que tiene, para que hablen de las contrariedades de tener familia numerosa.
Pero si preciosa es la casa, reconstruida tornillo a tornillo, loseta a loseta, clavo a clavo por toda la familia al unísono, abastecida de energía por la estación solar instalada por P., surtidos de agua sus tres baños (antes no había ninguno) por la bomba sumergida… Si precioso es todo esto, que lo es, qué decir de lo no construido, del paisaje. Salir de la casa y pasar la valla que hay tras los jóvenes frutales para asomarse al barranco, o caminar entre encinas remontando la loma para divisar, se diría que dominar, el pantano…
Maravillado estaba, mientras mis hijas corrían palo en mano y mi esposa llevaba al pequeño dormido en su pecho, cuando entendí que la insuperable belleza del lugar no estaba en lo que se veía, sino en la sabiduría de quien ahora lo poseía. En dos momentos del paseo, P. me indicó: «Mira, esta es la encina que se ha pedido mi hija mayor, porque fíjate que copa tan inmensa tiene». No entendí. «¿Que se ha pedido? ¿En herencia o qué?» Risa abierta de P. «No, coño, no. Para venirse a leer aquí abajo, o a estudiar, o a dormir la siesta». En otra encina, más pequeña, frente al barranco, me confió: «Aquí me quiero poner yo un banco para ver atardecer».
Estas dos cosas tan sencillas, ese marcar el lugar para tumbarse bajo la encina o para ver atardecer, enmarcaban y realzaban la belleza del lugar. Volviendo a la casa, con la luna llena tomando el relevo del sol iluminando todo, me explicaba P. cómo había conseguido unas fotos aéreas del lugar de cuando su padre empezó a ir por allí, donde conoció a su madre, donde P. pasó todos sus veranos y fines de semanas, y donde descubrió, sin darse cuenta, como se descubren las cosas que se maman, la naturaleza. Después de desgranar un puñado de recuerdos, de sus amigos que venían de los pueblos vecinos en burro, de cómo pescaban anguilas en el río, de cómo cruzaban el pantano en una cámara de tractor… y cómo con la mirada perdida en el recuerdo, nos confiaba que sus hijos podrían ser lo que ellos quisieran. Pero que él lo que sí quería era darles la posibilidad de vivir todo aquello.
Después nos explicó cómo había creado una capa transparente de una foto actual tomada del google maps. Y cómo así, con las dos fotos, había censado las encinas nuevas y localizado las que se perdieron. «Sobre ese mapa» -prosiguió- «marcaré la repoblación que haremos el año que viene. Y ya serán mis hijos y sobre todo mis nietos, cuando vengan, los que sigan comparando. Porque al fin y al cabo, esto es para ellos, que verán esos árboles grandes. Yo no.»
Un banco para ver caer el sol al otro lado del barranco, darle oportunidad de vivencias a los hijos, y dejar árboles para los nietos. Sabios objetivos de un hombre sabio.
6 Comments
Yo fui «mano de obra» barata durante muchos años en el acondicionamiento de una casa de campo de esas. Tengo que ser sincero: la casa quedó muy bonita, pero yo acabé harto de pintar paredes y poner ladrillos. El «bricolage» no es lo mío, todo hay que decirlo. Y además luego el cabrón del alcalde (no tiene otro nombre y por suerte ahora está en la cárcel) nos robó el huerto. Eso si que me dolió, pero mucho, mucho.
Quién sabe si tú algun día tendrás algo parecido. A ver si la de la bolita saca lo que hay que sacar ¿no? ;oP
A mí este anonimato me tiene «mosca». Lo de P. me suena a Penelope y lo de B. me suena a Brad.
Esto lo tiene que resolver Jorge Javier (sin que se entere Angelina, quiero decir A.).
Quizás todos deberíamos tener una oportunidad de encontrar un lugar así y hacerlo nuestro.
Este lugar debe estar cerca del paraíso terrenal, no?
Gracias Gonzalo
Los que somos de pueblo y estamos criando hijos en la ciudad siempre pensamos lo mismo. Lo afortunados que hemos sido.
A mí me dan pena mis hijos, quizás no debería porque aquel que no sabe lo que se pierde es imposible que sea infeliz por ello.
Pero eso de salir con una bicicleta a las 10 de la mañana, volver a las dos de la tarde, salir a las 4 y volver a las 10 de la noche con un paréntesis de un bocadillo.
Aquellos guateques en todos los pajares del valle. Incluso alguna sacristia cayó sin que se enterase el cura.
Las noches de septiembre de berrea asando pollos para entretenernos hasta que comenzaba el cortejo
Las noches de verbena.
Y mis hijos en la urba felices de la vida…pues que sigan
Hay un detalle que se os ha pasado por alto. Ese es el paraíso terrenal, AHORA. Antes era un chamizo lleno de piojos.
El paraiso no se encuentra, se construye.
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