Mi círculo más cercano me habrá oído contar esta historia miles de veces.
En una de mis últimas visitas al adorado pueblo en el que viví los mejores veranos de mi vida -cuando los veranos duraban meses y los niños deambulábamos entre caminos de cabras y ríos trucheros sin móviles ni localizadores, pero también sin las preocupaciones que vendrían después- le explicaba a mi hija mayor, que entonces debía tener 5 ó 6 años, que de la fuente de la plaza mana un agua con propiedades casi mágicas, y que a base de un bocadillo de chorizo y tragos de aquellos caños, éramos capaces de resistir, durante días enteros, las más apasionantes aventuras que jamás se puedan vivir. Con un pie sobre el pilón, sosteniéndome en uno de los caños, me agaché para beber del frío chorro. En ese momento, mi queridísimo primo, compañero de aquellas aventuras infantiles, pasó por allí. Al verme, me llamó a voces.
– ¡Gonzalo, Gonzalo! ¿Qué haces?
– Pues… beber, ¿qué te parece?
– No, hombre, no bebas de ahí. Hace años que ya no bebemos de la fuente, ese agua ya no es potable, si bebéis vais a pillar unas cagaleras espantosas.
Dudé. Desgraciadamente mis visitas al pueblo ya eran muy escasas, y llevaba varios años sin visitarlo. Mi primo vive a dos horas de allí, frente a mis nueve o diez, y tanto su madre como sus suegros tienen casa, por lo que no sólo no ha dejado de pasar un verano allí, sino que puede disfrutar de fines de semana, puentes, etc. Por tanto, era evidente que él sabía mucho mejor que yo cómo están las cosas por el pueblo.
Mi hija me miró, dio un paso atrás y puso cara de «¿y de aquí me querías hacer beber, guarro?».
Mi primo se marchó. Yo miré a mi hija, sonreí, volví a agacharme y disfruté de un largo trago. El mismo sabor de siembre, mezcla del agua natural y del hierro de los viejos caños. La sensación de frío bajándome el pecho y llenándome el estómago. Mi hija me miraba, con un punto de asombro y otro de desconfianza.
Le sonreí. Sin poder resistirme al gesto miles de veces repetido de secarme la boca con el brazo, disfrutando más de la estética que del resultado práctico, le tendí la mano, le acerqué al caño y me ofrecí a sujetarle mientras bebía.
– Pero el tío Íñigo dijo…
– El tío Íñigo bebió miles de veces de esta fuente. Pero ahora cree que sólo es agua. No recuerda que es mágica, y eso no a todo el mundo le sienta bien.
En medio segundo, mi hija se había encaramado en el pilón y bebía largos tragos.
Ni mi hija ni yo tuvimos cagaleras. Ni las he tenido jamás por beber de esa fuente. Ni los años que estuve allí, ni los que he faltado pero he procurado encargar siquiera una pequeña botella llenada de sus caños.
Llegué a una conclusión, digamos… científica. El agua de aquella fuente no había cambiado. Nada la había envenenado. Ni había dejado de ser tan natural y refrescante como siempre lo fue. Sin embargo, era cierto: La gente -particularmente la de fuera del pueblo- ya no la bebía, porque al hacerlo alguno tenía que salir por piernas al baño. Pero no era por el agua, sino por el que la bebía.
Gente en otro tiempo acostumbrada a beber agua sin depurar, que en su viaje por las entrañas de la tierra arrastraba quién sabe qué, hoy habían perdido todo contacto con lo natural. Todo está pasteurizado, la gente lava las verduras con potingues esterilizadores, y no son capaces ni de hacer una mayonesa casera para evitar que la más mínima bacteria que no venga en un actimel le entre en la tripa. O, como se dice en mi pueblo, están, al menos en lo que a alimentación se refiere, totalmente amariconaos. Y de repente, volver a meterse en el cuerpo unos centímetros cúbicos de agua sin clorar, de la que en el pasado bebieron litros y litros, hoy les parece un riesgo extremo.
Esa es la conclusión, como decía, científica que saqué y que siempre cuento. En realidad, tengo otra teoría. Creo que ese agua sí tiene algunas propiedades mágicas. Y sabe distinguir a sus bebedores. Y a los que creemos en su magia no nos dañará. Pero esa no se la puedo contar a nadie. No me tomarían en serio. Así que guárdenme el secreto.
19 Comments
Gran verdad la que acabas de contar, pero yo no lo hubiera hecho…mi esposa es urbanita y si le da cagalera a la niña….me flagela por gilorio (Ya te dije que iba a moderar mis excesos verbales)
Como te comenté, gran parte de lo que nos pasa con alergias y demás es que vivimos en atmósferas asépticas, y nosotros aun tenemos un pase, pero nuestros hijos no.
Un médico me dijo una vez (Y sabes que estoy rodeado de ellos) que nuestros hijos tenian problemas y los iban a tener más porque…se lavaban demasiado. Así era imposible generar anticuerpos todo el día con mamá y las toallitas en el bolso, comiendo alimentos puros de plástico pasteurizado que en el intestino ni provocan lombrices ni nada, un asco.
No es muy ajeno a esto «La venganza de Moctezuma» en México para cualquier español que se precie. Prueba la verdura lavadita como ellos o unos cubitos de hielo y te espero en el cuarto de baño.
Soy animal de costumbres. Para irme a la cama cuando estoy de viaje he de tomarme un Gin Tonic ,de Gordons por supuesto, debajo de unos altavoces con la música muy alta.
En todo Asia, por supuesto, el Gin Tonic habrá de ir sin hielo, y eso que en India es de lo poco que me gusta
En fín, que ha sido leerte hablar de chorizo de allí, de donde tú y yo sabemos, a estas horas y yo, que siempre tengo una vela, voy a dar cuenta de él con un txikito de vino, que para eso estamos a domingo.
:o)
Preciosa historia, Gonzalo.
Me has inspirado a publicar una historia sobre el agua y su magia. Aunque antes tengo que recabar algunos permisos porque la historia no es mía.
El agua de la fuente de tu pueblo, como todas las aguas que no han sido privadas de su memoria, es efectivamente mágica.
Algunos la beben y tienen diarrea. El agua da su mensaje: «Anda, quítate esa mierda que traes contigo, y deprisa».La diarrea es una depuración. El agua, el detonante de la misma.
Quienes no traen mierda consigo, no sufren de diarrea, el mensaje del agua es entonces: «Hola amigo, tu eres de los míos».
A mí, de joven, me llamaban el Loco. Nunca he tenido un problema con ello aunque siempre me he preguntado la razón.
A mí me han mirado más de una vez de aquella manera, Kikas, cuando he dicho eso de «menos lavarse, menos lavarse, que luego con cualquier cosa nos ponemos malos».
Si hay algo con lo que no puedo es con eso de «toallitas para las manos». ¿Pero qué es esto? ¿Es que ningún niño de los de ahora ha ido a coger algo de comer, se ha mirado las manos churretosas, se las ha escupido y frotado y listo? ¿Tan guarros somos los de mi generación?
Amariconaos. Estamos todos amariconaos.
Jejeje ¡vaya tres que os habéis «juntao»!
Tres naturales… no como tú y tus toallitas limpiamanos…
😛
¡¡Huy huy huy lo que me ha dicho!!
Yo no tengo de eso :oPP
Pitufa, a mi guarro solo me lo dice quien ella sabe y por alguna variación en aquello de las misiones, cuando uno llega a casa inspirado y con ganas de experimentar
A ver si aquí vamos a tener más que palabras
¿Loco? ¿Loco? ¿No querrás que cuente por qué te llamábamos loco? Porque echo tu pobre reputación a la basura en un triste comentario 😉
Pues la verdad, Pitufa, es que no nos hemos juntado todavía, pero es una buena idea.
En los pueblos se decía que lo que no mata engorda. Mi mujer pone cara de desagrado cuando le cuento las correrías en el pueblo, que chupábamos las raíces de los juncos para mitigar la sed, que bebíamos en aljibes del campo, comíamos algarrobas… ¡qué tiempos!
Pues nada, al final va a ser masculino.
¿Te acuerdas de la fuente que había a la salida del pueblo con forma de vaso? Ponías la mano debajo y ¡Hala! a chupar hasta saciarse. Todo eso despues de hacer senderismo, montar en bici o jugar al frontón… nada, nada, igualito que hoy con la Psp, la xbox, la nintendo y todas esas «maravillas» que fomentan la vida grupal…
Sí, Jaime, además de esa siempre nos decían ya entonces que no debíamos beber, supongo que porque allí sí que no había más tu tía que chupar del hierro aquel, con más óxido y verdín que la mar.
Recuerdo esa, y recuerdo también aquel pilón que había en medio del monte al llegar a la última subida antes de cueva lóbrega, del que manaba un hilillo mínimo de agua. Allí, donde he visto arremolinarse los rebaños para beber, era donde nos refrescábamos antes de asomarnos al barranco, andar en fila de a uno con una caída de muuuuchos metros a nuestra izquierda y adentrarnos en la oscuridad, entre piedras húmedas y sueltas, jugándonos los tobillos y la cabeza.
Y quieren que le tengamos miedo a la gripe A…
Y dejo a la elección de Pitufa si cuento lo del río y las vacas…
Gonzalo, no se si el artículo lo escribiste queriendo preñarlo de aire metafórico, pero aún no siendo así te ha salido redondo.
Dónde tu dices fuente yo veo Iglesia, dónde tu dices agua mágica yo veo Gracia, dónde tu hablas de recuerdos y sabores yo veo Tradición y Bonus Odor Cgristi … en fín. Es un perfecto retrato de la sociedad española actual. ¿O no?
Me ha maravillado tu artículo..
Nos vemos poco Gon, nunca me habías contado esa historia.
Hombre, Don Santiago, se ha dignado usted a visitarme. Muy honrado.
Seguro que la he contado delante tuya. No me echarías cuenta porque estarías viendo a tu equipo…
😛
Acabo de leer en El Baluarte de Occidente una preciosa entrada que me ha recordado a «mi» fuente y por eso la enlazo desde aquí.
Gracias por enlazarme aquí y por valorar tan positivamente mi ripio.
Un abrazo desde mi exilio lusitano.
Abu
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