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Lluvia fina

En mi entrada anterior escribía sobre el agua de la fuente -natural, no clorada, como ha sido desde hace siglos- y las reacciones que en gente «aseptizada» tiene.

De lo que hoy hablo es de un fenómeno social que muchos denominamos «lluvia fina» y que creo sinceramente que es la mayor catástrofe que ha vivido la Humanidad en muchos siglos de Historia. ¿Quién no ha salido alguna vez de casa, o de la oficina, y viendo las diminutas gotas caer suavemente sobre sí, ha pensado «bah, son cuatro gotillas»? ¿Verdad que en ocasiones hemos dudado, pero al ver a nuestros vecinos o compañeros salir decididamente sin temor al agua, les hemos seguido con igual o mayor decisión? ¿Cuántas, de esas veces, no hemos llegado al coche, o al portal de enfrente, empapados hasta los huesos? ¿Y cuantas más no hemos dudado a mitad de camino, y hemos acabado pensando «bueno… para como me he puesto, ya no me vuelvo a por un paraguas»?

A nivel social ocurre algo muy parecido. Cuántas veces hemos pensado que, bah, tampoco es para tanto. Bah, si los demás también lo hacen. Bah, si total para como estamos, qué importará esta minucia… Ahora pónganle ustedes los parámetros que quieran. Y observen su entorno social. Y compárenlo con el de hace 20, 30, 40 años. Los procesos revolucionarios de los siglos XVIII, XIX y XX eran traumáticos, porque suponían una ruptura total en los valores dominantes y su sustitución por otros. Sin embargo, en ninguno de ellos el cambio social, el que de verdad toca a las personas, el relativo a los criterios y valores morales o a el modo de vida de las familias se vio tan alterado, tan radicalmente sacudido como en las últimas décadas. Hicieron falta milenios de evolución para que la ingeniería social leyera a Ovidio y entendiera aquello de «la gota horada la piedra no por su fuerza, sino por su constancia», y lo aplicaran… desgraciadamente para mal.

Así, en las últimas décadas hemos ido viendo como muy poco a poco pequeñas cosas cambiaban a nuestro alrededor. Y nuestra respuesta fue «bueno… tampoco es para tanto». Y de una cosa se pasó a la otra, y dijimos «bueno, para como estamos ya, no vamos a cambiar mucho». Y si alguna vez tuvimos el impulso de resistirnos, concluimos con un resignado «pero si todo el mundo lo hace, qué voy a hacer yo…».

Y así llegamos a la situación actual en la que nada es ya condenable, porque no supone sino un pequeñísimo paso más allá del camino ya andado. Entonces miramos atrás, y observamos que ese camino, que todos juntos hemos recorrido a base de pequeños, casi diminutos pasitos, es ya una senda que se pierde en el horizonte y sobre la que nadie está dispuesto a volver atrás.

Apliquen ustedes, decía, los parámetros que quieran. Y hagan la prueba. Y pregúntense cuantas cosas que hace unos años les resultaban inaceptables, ahora no sólo aceptan sino que encuentran harto normales y razonables, fruto de la lluvia fina que ha ido calándoles y llevándoles a aceptar pequeños tragos ligeramente amargos sin notar que lo que hacían era apurar, hasta las heces, un gran cáliz de hiel.

Y además, al acabarlo, nos relamemos, dispuestos para el siguiente.

La fuente y la lluvia fina. Ambos ejemplos recogen la esencia de esta sociedad nuestra: Alejada radicalmente de su esencia histórica y natural, reacciona violentamente contra ella cuando se la reencuentra. Vomita el agua de sus fuentes, sufre espasmos y diarreas cuando introduce en su cuerpo lo que forjó a sus antepasados y los suelos mismos que pisan. Y por otra parte, está dispuesta a ir administrándose pequeñas dosis del más mortal de los venenos, de la más repugnante de las drogas, hasta hacerse no ya inmune a sus efectos, sino totalmente dependiente de su dosis diaria, que se inyectará con ansia para encontrar su plácida alucinación, mientras intenta que todos nos enganchemos con ella.

Y además lo conseguirá. Maldita sea. ¿O no? De eso hablaremos, si Dios quiere y la lluvia fina nos deja, en una próxima ocasión.

7 Comments

  1. Embajador wrote:

    Yo no he leído a Ovidio pero me alegra saber que siempre he pensado como él, aunque lo veo en sentido positivo.

    Seguro que lo sabes, pero lo que has descrito aquí Ionesco lo llamó Rinoceritis.

    martes, diciembre 1, 2009 at 14:27 | Permalink
  2. Gonzalo wrote:

    Yo también tomo esa cita de Ovidio en sentido positivo, querido Embajador, y encabezaba mi antigua página de opinión, recientemente desaparecida por el cierre de geocities.

    La solía utilizar cuando alguien argumentaba que lo que yo decía, aunque fuese razonable, era utópico sencillamente por la poca gente que respaldara tal posición. Y a Ovidio me aferraba para mantenerme pese a la soledad.

    martes, diciembre 1, 2009 at 14:48 | Permalink
  3. Embajador wrote:

    D. Pelayo no tenía divisiones acorazadas.

    martes, diciembre 1, 2009 at 22:42 | Permalink
  4. Gonzalo wrote:

    🙂

    Buen ejemplo para confiar.

    martes, diciembre 1, 2009 at 23:59 | Permalink
  5. Seneka wrote:

    ¡Vaya! Ya veo que si había metáfora, y muy bien usada.

    La de la lluvia fina también, desde luego.

    Un abrazo, Gonzalo.

    miércoles, diciembre 2, 2009 at 15:26 | Permalink
  6. Gonzalo wrote:

    🙂

    Veo que has encontrado la respuesta…

    miércoles, diciembre 2, 2009 at 15:34 | Permalink
  7. JCA wrote:

    Los políticos conocen lo de la lluvia fina con otro nombre: «la técnica del salchichón», cortar rodajita a rodajita hasta que se lo zampan todo.

    viernes, diciembre 11, 2009 at 15:46 | Permalink

One Trackback/Pingback

  1. Bitacoras.com on martes, diciembre 1, 2009 at 13:35

    Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: En mi entrada anterior escribía sobre el agua de la fuente -natural, no clorada, como ha sido desde hace siglos- y las reacciones que en gente “aseptizada” tiene. De lo que hoy hablo es de un fenómeno social que muchos de…

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