«Prueba, te das de alta marcando todo como oculto y lo pruebas». Mi santa me insistía para que me metiera en el caralibro (feisbuc, le llaman), emocionada día tras día tras encontrar ella a amigos de la infancia que tenía perdidos en el último rincón de los recuerdos.
Uno, a qué negarlo, lo tiene ya asumido: Soy un antipático, un soso, un malahe. Así que a quién voy yo a buscar. «Que no quiero,» -le decía- «que luego me encuentran y me dan palique y yo soy un antisocial y no me gusta hablar con la gente». «Pues te lo repito, lo pones todo como oculto y no te ven, sólo para probar tú y ver cómo es».
Caí. Maldita sea. Caí.
Y me dí de alta, con todo oculto (me encontraron 4 en la primera hora, cawen el súper sistema de privacidad del feisbuc) y me dediqué a buscar. La primera ráfaga de búsquedas fue un poco absurda. A mis hermanas, a mi mujer… ¿para qué los quiero en feisbuc si los tengo ahí al lado? Mis primos, a tantos kilómetros… ¿para qué quiero darme de alta si ya los tiene localizados mi santa? A mis compañeros de trabajo… leñe, si los veo a diario, para qué quiero tenerlos aquí… Entonces empecé a rebuscar en los recuerdos y tiré, tiré y tiré del hilo.
La primera decepción vino al no ser capaz de poner nombre y apellidos a tantos recuerdos que creía tener perfectamente catalogados. Pero lo peor estaba por llegar. Mientras buscaba, con cierto nerviosismo, a queridos, queridísimos amigos de la infancia, donde yo tenía tatuado en el recuerdo aquellos chavales de pantalón corto y rodillas llenas de heridas, con caras sucias y flequillos y remolinos empezaron a aparecer desconocidos cuarentones, con poco pelo, con muchos kilos y sin sombra de aventura, de aquellas aventuras que soñábamos y que nos comprometíamos a cumplir al crecer, en sus perfiles.
A ninguno de ellos les dí noticias mías. A nadie avisé de mi presencia. Me sentía como un niño tímido que asiste a una escena escondido desde una esquina sin atreverse a hacerse notar. Y recordé algo que le leí una vez a no sé quién… No debemos volver ilusionados a los lugares en que fuimos felices, porque lo que encontremos seguramente no tenga nada que ver con nuestros recuerdos. Entendí entonces que los kilos, las entradas y las canas que me desparrama el espejo a diario no eran cosas mías. Y todos mis recuerdos, efectivamente, sufrieron una infernal sacudida.
Estuve un rato más pensando si dejar un mensajito, un saludo a alguno de los encontrados. Pero me aterraba obtener como respuesta un demoledor «¿tú quien eres, que no te recuerdo?» Cuando ya, arrepentido de la experiencia, estaba a punto de cerrar la pestaña del navegador, encontré a una amiga de juventud. Amiga en el sentido exacto del término, con la que compartí confidencias y muchos ratos, alegres y tristes. Por primera vez, la foto encontrada no me escupía una pila de años a los ojos. Había cambiado, sí… pero su mirada verdosa seguía igual de serena, con ese fondo de tristeza con el que tanto me identificaba en ese momento. Tampoco le escribí ningún mensaje, pero al menos, aquellos ojos verdes de mirada serena como los del bolero, en los que me quedé un buen rato buceando y encontrando lejanas emociones, me sirvieron para cerrar el navegador con, al menos, un recuerdo felizmente renovado tras un suspiro, un leve suspiro… de más de veinte años.
8 Comments
No eres tan asocial, no te preocupes
Aunque con perfil dado de alta yo no le he encontrado el gusto, pero reconozco que hay un montón de gente que sí
Las canas y las calvas no es un declive…es una evolución
Ojo con según qué confesiones. No estamos obligados a entenderlas correctamente 😉
Eso quiere decir que las mujeres envejecemos mejor que los hombres. Seguramente engordemos, pero somos reconocibles. Yo, a las que he encontrado, las he reconocido en seguida. Algún kilillo de más no te niego. Y, seguro que si iba por la calle y me la cruzaba, sabía quién era. A lo mejor hay alguna excepción.
Pero sí que es verdad, que a los hombres que he encontrado se le nota más el cambio. También hay alguna excepción.
Por cierto, me has dejado con la intriga ;). Cotilla que es una. :p
También puede querer decir que yo lo que busqué eran amigos de la infancia, no de juventud.
Intrígate, intrígate.
¡Qué tierno!
Me recuerdas a Becquer. También a ese madrigal de Gutierre de Cetina:
«Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados …»
A estas horas, tu santa estará buceando en su «memoria histórica».
Es lo mismo que me pasó a mí cuando ví las fotos del homenaje a Ken Going.
Joder que mal nos trata el tiempo y eso que estoy hablando de gente que ha sido deportista de élite.
La culpa, sin duda, la tiene el tercer tiempo.
La única diferencia entre el envejecimiento de varones y varonas (Bibi, te dedico el palabro) es que cuando los varones nos vemos despues de 20 años nos partimos la caja riéndonos mutuamente de la calva y la barriga del otro. Cuando se ven ellas hay un silencio sobrevolando la escena, y las neuronas de cada parte intentando convencerse de que la otra parte está muuuucho peor.
Por otro lado, tampoco hace falta dirigirse a fotos de antiguos deportistas de élite para darse cuenta del paso del tiempo…con mirarse uno al espejo basta…el que tenga espejo, digo
Hay miradas de las que, ni con el paso de los años, podemos olvidar.
Mis primeras búsquedas fueron desesperantes, luego fueron llegando los conocidos.
Nos veremos en el feisbuc?
Me temo que no, Javier, que no nos veremos por allí. No creo que vuelva.
Es demoledor.
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