Haciendo la compra hace unos días me fijaba en la estantería de los refrescos. Veía las botellas, todas en línea, alternando los colores propios de sus sabores… pero todas iguales. Recordé cuando salió la botella de dos litros de cocacola, aquella bombona -tal parecía- redondeada y que a pesar de su capacidad apenas pesaba más que la de litro de toda la vida.
Y me vino la imagen de una mesa en la terraza, celebrando algún cumpleaños, con las botellas de fanta, de mirinda o de casera, cada una con su forma característica, la fanta con sus hoyuelos, la de casera con su tapón cerámico, la de cocacola con sus curvas… La de Cruzcampo, en la mesa de los mayores, con su Gambrinus pintado, en ocasiones casi irreconocible ya por lo gastado… Y todas, todas las botellas, con aquellas líneas que la cruzaban, gastándolas, señal que que era por donde alguna máquina las arrastraba en su proceso de limpieza…
Sí, de limpieza. Esto habrá que explicárselo a los más jóvenes: Acabado el cumpleaños, por lo menos la parte de celebración en la casa -consistente en una merienda con los hermanos, el vecino y tres amigos a base de un par de bocatas y unos refrescos- venía el resto de la tarde, que pasábamos, cómo no, corriendo por la plaza y jugando en la calle.
En los cumpleaños había un extra añadido. Una vez recogida la mesa -sí, nosotros recogíamos- las botellas vacías -los «cascos»- quedaban en una bolsa junto a la puerta de la cocina. Entonces el cumpleañero le pedía a su madre «mamá, ¿podemos llevar los cascos?», y por ser el día que era, solíamos obtener un sí.
Felices como perdices, los 4 ó 5 niños llevábamos la bolsa a la tienda de la esquina -o al «súper», que empezaban a verse los primeros- y levantando las botellas le decíamos al tendero -o a la cajera- aquello de «Don Fulanito, que traigo unos cascos». Y el tendero te los cogía y te daba las pesetas correspondientes por los envases. Pesetas que eran rápidamente socializadas en el kiosko de la esquina y repartidas en forma de chuches. No, entonces no había cartuchos preparados a euro en el híper.
Habrá que seguir recordando cosas a los jóvenes, y es que esto se producía porque al comprar los refrescos y las cervezas, previamente, el tendero le había preguntado a nuestra querida madre el preceptivo «¿trae usted los cascos?» para, en caso afirmativo cambiarle los vacíos por los llenos y en caso negativo, cobrarle esos cascos de los que ahora nos devolvían el importe. Esto no ocurría sólo con las botellas de litro -y de litro y medio, que sacó también cocacola-, sino también con los botellines, con los tercios, los cuartos y los quintos.
La botella se cobraba, sí, pero sólo la primera vez. Las siguientes se iban cambiando llenas por vacías y se pagaba sólo por el contenido. Esto hacía que fuera corriente que en las casas existieran las cajas de plástico en la que traer los botellines comprados y en la que ir almacenando los vacíos para luego llevarlos de vuelta.
Aunque me haya remontado a lejanos cumpleaños tampoco hace tanto que se seguía usando esta técnica. Debió ser por los últimos 80 cuando algún iluminado nos vino a contar que lo moderno moderno, lo chachi chachi, lo limpio que te rilas, era el «vidrio no retornable». Que consistía en que la misma botella de toda la vida ahora en vez de traerla de nuevo al súper y que se devolviera a la planta embotelladora para que allí la limpiaran, la volviesen a llenar y poner en circulación, ahora la tirases y cada vez te daban una nueva.
Claro, lo que aquel anuncio que ponían convenciéndonos de la bondad de lo nuevo omitía era que además de darte el envase nuevo, te lo iban a cobrar siempre y no la primera vez.
La otra noche iba yo, manchado de pintura, camino de los contenedores. En una de las bolsas, varios botellines de cerveza y otros envases de vidrio. Los iba tirando a aquél iglú verde -crash, clanc, clonc- armando un escándalo considerable a horas intempestivas, y echaba cuentas. La Administración cobrándonos impuestos para poner plantas de reciclado de vidrio y soltar pasta a los medios para convencernos de lo bueno del reciclado. Empresas que mediante no sé qué condiciones acuerdan con la Administración encargarse de ese supuesto reciclado. Envasadoras de cervezas y refrescos que nos cobran el botellín que ellas tienen que comprar al suministrador de vidrio que supuestamente lo ha reciclado. Y nosotros pagando en el súper por el refresco y por el envase.
Eso sí, la hostelería tiene bula y puede seguir usando envases retornables. ¿Por qué? ¡Ah…! No pregunte usted esas cosas, y pague, leñe, que es lo suyo. Moderno y pagador. Ciudadano ejemplar.
Ganas me dan cuando veo una de esas campañas por el reciclado de vidrio de agarrar una de litro y gritarle «tenga, tenga, que he traído el casco… ¿se ha puesto usted el suyo?»
4 Comments
Po yo, que tengo unos añitos, no me acuerdo de las botellas de un litro de Coca-cola de «las de toda la vida».
Será que tengo ya el Alzeimer.
P.D.: ¿Cúando vuelves al trabajo? … tú sabes … el de toda la vida.
Me acuerdo que cuando había que ir a comprar la caja de cervezas, siempre faltaban algún botellín: que si se había roto, que si mi madre lo había utilizado como candelabro cuando se fue la luz…
¡Qué tiempos!
Y yo recuerdo a un niño muy pequeño, clasificando botellas en almacén de un bar. «A banta imón co la banta imón, a totatola cona totatola, ¿mamá, none ma la mau?».
Y así se pasaba las horas, más contento que unas castañuelas, y luego se metía bajo el mostrador del bar, a buscar chapas de Cinzano, que eran las que más corrían y sólo salía corriendo cuando su tío H. cambiaba el barril, que le daba mucho susto y en su huida robaba un trocito de bonito.
Ya me has sacado los mocos, Gonzalo.
Juanubis, tú no te acuerdas del camino a casa la mitad de los días… en esto no cuentas…
😛
Javier, eso tampoco faltaba nunca en una cocina que se preciara: Un botellín con una vela. Cualquiera le explica a un niñato de éstos que cuando llovía era habitual estar a oscuras…
Fuego… suénate. Y mira bien que has metido una botella de mirinda entre las de bitter kas.
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Información Bitacoras.com…
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