Los de mi quinta tenemos muy presente, y ya he hablado aquí de ello en alguna ocasión, la enorme diferencia entre nuestra infancia y la de nuestros hijos. Nuestro cuarto de juegos era la calle, nuestra consola, una pelota o una simple lata. Nuestro parque temático, un árbol con ramas fuertes para sostenernos. Nuestra red social, los vecinos del barrio. Nuestro móvil, una voz desde la ventana.
Sabemos, qué remedio, que esos tiempos pasaron y que es difícil -pero no imposible- reproducir el mismo ambiente y sobre todo la misma tranquilidad para los padres en las calles de ahora. Eso sería otra discusión, y dependería muy mucho del entorno en el que vivimos cada uno, y de otras variables que harían más profundo el análisis y que espero retomar en otra ocasión.
Bien, esta realidad me venía a la cabeza hace unos días cuando en todos los medios se hablaba de los casos de obesidad infantil y del fomento que como solución se quiere hacer de una alimentación sana y equilibrada en los niños. Me parece perfecto que se promocione la alimentación sana, y si las hamburguesas son insanas, en vez de vender humo que sancionen a los que las venden, pero esa es otra. A nadie se la ha ocurrido pensar que en nuestros tiempos, cuando éramos niños, aparte de los de chorizo o de mortadela, nos clavábamos unos bocatas de chocolate, de nocilla o de margarina de tamaño considerable. Y como se suele decir, no había obesos. Si acaso había gordos, tan felices como todos los demás. El caso, que me pierdo, es que nadie nos venía a decirnos «niño, deja el chocolate y el tulipán y no olvides tomar fruta y verdura. Y dile a tu madre que no te ponga cosas fritas… que todo a la plancha».
No. Posiblemente a mediodía y en la cena comiéramos de manera algo más sana que ahora, pero más por la elaboración natural de los platos -esto también daría para otra entrada- que por otra cosa, porque no me creo yo que nuestras madres midieran el trozo de tocino que echar al potaje en función de las recomendaciones de la OMS sobre el consumo máximo diario de grasas. Pero yo veo a los niños de ahora y ni de lejos meriendan lo que nosotros éramos capaces de engullir, porque tras el consabido bocata, que nadie diga que antes no había bollería porque los Bony, Tigretón, Pantera Rosa, etc. que nos hemos metido en el cuerpo desde luego no eran ajetes rehogados. Eso sí, nos comíamos un buey relleno de pajaritos entre carrera y carrera, entre juego y juego, entre salto y salto. Si nosotros hubiéramos crecido yendo del aula a la tele, de la tele a la «actividad extraescolar», de la «extra» a la consola, de la consola al messenger… seguramente los que sobreviviéramos pasaríamos tranquilamente de los 150 kilos.
Pero no veo yo a un ministerio haciendo campaña para garantizar la seguridad en las calles y llamando a los padres a dedicar sus tardes a llevar a sus hijos no a piano, ni a informática, ni a inglés ni a papiroflexia, sino al parque o a la plaza a jugar.
Claro que para eso, los niños tendrían que saber qué hacer sin un botón que pulsar y con juguetes sin pilas tan complicados como un pañuelo, unas canicas o una lima. Y además, los padres saber que esos seres que habitan en sus casas necesitan no sólo su dinero y su tutela legal, sino su atención y cariño. ¿Se imaginan ustedes que un estudio pagado con fondos públicos propusiera tal cosa, poniendo en riesgo el modelo del chiringuito? Pues eso.
5 Comments
Se está criando una generación de maricas. Y creo que eso es el fondo de la cuestión: criar nuevos efebos para Zerolo y compañía.
Un saludo
PD: ¿Y lo que molaba ir diez niños en un coche o montar en bici sin los otropédicos cascos y coderas?
El concepto «jugar en la calle» parece políticamente incorrecto. Pero tranquilo que ahora van a elaborar bollería con control de grasas y light… más naturalidad y menos sofisticación es lo que hace falta.
Un saludo
Y tú Gonzalo que eres de capital…
Los de pueblo sí que nos divertíamos…
Pero efectivamente, no teníamos más botones que apretar que algún automático de alguna camisa hortera que nos compraba nuestra madre
Otro asunto que habría de arreglar desde los Ministerios sería el horario laboral. Aparte de la inseguridad y el poco castigo que tiene el que delinque, los padres no pueden llevar a los niños por las tardes a jugar porque están trabajando hasta las mil y monas. Por lo tanto, esas actividades extraescolares, guarderías abiertas 12 horas o, a partir de cierta edad, niños solos en casa irá cada vez a más.
Quitando también las mamás que pueden, pero les resulta una carga cuidar de los niños, por lo que los apuntan a comedor y luego a más actividades para que no la molesten y ellas mientras que si a la pelu, que si al pádel, que si me voy de compras. Que las hay también.
Aquí una intenta poner su granito de arena, aunque no siempre lo consiga 😉
Orisson, mi expresión habitual es «los niños de ahora están amariconaos». Parece que coincidimos.
Javier: Exacto, con más naturalidad todo -y no sólo esto- sería mucho más… pues eso, natural.
Kikás, y tú que lo digas. Una plaza de pueblo ya era el paraíso.
Pitu… «y de otras variables que harían más profundo el análisis y que espero retomar en otra ocasión.» No te me adelantes.
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