Recordaba en la entrada anterior las muchas diferencias entre nuestros juegos infantiles y el «aplatanamiento» -y disimulen ustedes el palabro- de los niños actuales. Ahora bien, esas tardes de juegos en la calle, de carreras, de partidos de fútbol en solares con dos jerseys o dos mochilas del cole haciendo de porterías, esos «poli-ladron» (con el dedo pulgar levantado y el índice extendido «pam, pam, te he matao» «no, porque llevaba chaleco antibalas y luego te he matao yo a tí», «sí pero Pepito me curó», momento en el que Pepito hacía como que tocaba el cuerpo del «muerto» diciendo algo parecido a «chicschiquichíc», más que suficiente para sanar una herida de Magnum 44 disparada a metro y medio)»…
Esas tardes, decía, eran habituales, pero no eran el 100% de nuestro tiempo libre. Había tardes de lluvia -en mi caso pocas- o castigos, o simples casos de flaqueos en las amistades, o desajustes entre la madurez de unos y otros miembros de la pandilla en los últimos años de infancia, que se pasaban en casa, solos, y con aquella eternidad que significaba el espacio entre el final de la programación infantil de TVE -a eso de las 7- y la hora de la cena, o del baño, o de lo que sea. Eternidad que hoy se nos escapa en un sinsentir ¿verdad?
En aquellas tardes era cuándo surgía el ingenio de cada uno y donde realmente cada uno daba lo mejor de sí. La perspectiva de una, dos o tres horas por delante sin saber qué hacer desembocaban en lo evidente: La búsqueda del qué hacer. En un minuto, nuestra habitación era convertida en el escenario de una inmisericorde batalla, un descubrimiento interestelar, una apasionante carrera de bólidos o de la gran final de la más emocionante competición deportiva. En algunos casos la cosa se aderezaba con caros y rebuscados juguetes dispuestos para la ocasión. En los más, cajas de cartón, papeles y lápices constituían material más que sobrado para ello… o ni eso, no hacía falta nada material. En nuestra cabeza estaba todo perfectamente decorado.
Viene esto a cuento porque entre las muchas maneras que mis hijas tienen para tocarme las narices, una de las que con más éxito lo consigue es la que me planteó la mayor la otra noche. Salida de la ducha, mientras se le daba la cena a su hermano pequeño y se preparaba la del resto de la familia, ante la negativa a que se quedara viendo la tele, me miraba con cara de tragedia griega. Temiéndome la respuesta, pregunté:
-¿Qué te pasa?
-Me abuuuuuuuuurro.
Mi primera opción en esos casos suele ser el socorrido «pues cómprate un mono», pero sorprendiéndome a mí mismo, no fue eso lo que le dije, sino un críptico «pues aprovecha» que le descolocó totalmente.
-¿Para qué?
– Para ingeniártelas y no aburrirte más.
En una casa con abundantes libros, juguetes, lápices, papeles y más que suficiente espacio, la reiteración de esa queja me toca las narices. Y precisamente por eso, aunque parezca contradictorio, procuro que mis hijas caigan en algunos momentos de aburrimiento en el día. A ver si así se las ingenian.
Los padres modernos hemos cometido el terrible error de temer como a una vara verde que nuestros hijos caigan en algo tan natural como el aburrimiento. No les hemos dejado aburrirse. Ahí estábamos para procurarles toda clase de juguetes, programas de televisión, películas en deuvedé, actividades extraescolares, consolas, ordenadores… Así, los niños no tienen tiempo de aburrirse, y muchos padres consideran esto un acierto, un triunfo, una satisfacción. Error. Enorme error. En realidad se les está privando de una herramienta fundamental. Dice el refrán que el hambre agudiza el ingenio. Es cierto. La necesidad impulsa al individuo a buscar soluciones, mientras que el desconocimiento de esa necesidad hace que cuándo esta llega sea una auténtica tragedia.
Recuerdo que una tarde de aburrimiento en mi cuarto me llevó a elaborar un sencillo juego en el que utilizaba una hoja cuadriculada y un lápiz. Ese sencillo juego se convirtió en mi entretenimiento preferido para los ratos muertos durante años y años de mi vida. Si aquella tarde mis padres hubieran exclamado «Cielos, Gonzalete está aburrido, no podemos consentirlo, apuntémosle a clases de laúd acústico o de calceta coreana», no sólo me hubiera quedado sin inventarme aquel juego, sino que en lugar de pararme a pensar «qué puedo hacer con lo que tengo», hubiera aprendido a pensar «a ver si me ponen algo por delante que me entretenga».
Aburrimiento. A nuestros hijos les hace falta aburrimiento. Mucha falta. Y, a ser posible, el suelo de una habitación, o una mesa, un cajón con piezas sueltas de viejos juegos, aparentemente inservibles, lápices, botones o canutillos de bolis bic. Un rollo de papel celo, un bote de cola, papeles viejos… Tecnología punta, en suma. Paciencia para que fracasen varias veces en sus intentos. Una buena papelera y vista gorda para las huellas del desastre. Y alguien que les diga: «Cómprate un mono… o ingéniatelas». Quizá así el día de mañana sean capaces, cuando se encuentren con que no tienen lo que ellos esperaban, de aprovechar lo que haya disponible y tirar p’alante con ingenio y alegría, en lugar de quedar paralizados esperando que alguien venga a allanarles el camino.
6 Comments
¡¡YO QUIERO TENER TIEMPO PARA ABURRIRMEEEEEEE!!
Gonzalo, eres un facha sin sentimientos….
¡Glups, perdón!
😉
Pues este drama es más patente en la playa … no hay nada más trágico que un crío con la mirada perdida en la arena … sin saber que hacer con ella … esperando que se megatransforme en algo multimedia; agua, arena … y ni un triste agujero donde enchufar algo; en la playa un montón de críos zombis que necesitan adsl para jugar juntos, en red.
Otros padres, más educados en la modernidad, siembran la playa de más herramientas que una constructora, mientras su progenie, asombrada, asiste impertérrita a la extraña inactividad de tantos utensilios que ni un triste sonido surround emiten.
-Papá, me aburro.
Un saludo.
Pitu… hablaba de los niños.
Kikás, gracias, tronco, tómate algo. 😛
Roberto, por eso hay que llevarlos al monte. Allí si se quieren aburrir, que lo hagan subidos a un árbol o viendo cabras. 😉
Os invito a ver lo que hace mi hija cuando se aburre.
¿Llamar «capullo» al que se le pase por delante?
😛
One Trackback/Pingback
Información Bitacoras.com…
Valora en Bitacoras.com: Recordaba en la entrada anterior las muchas diferencias entre nuestros juegos infantiles y el “aplatanamiento” -y disimulen ustedes el palabro- de los niños actuales. Ahora bien, esas tardes de juegos en la calle, de carre…
Post a Comment