Un buen día, Don Emilio, el terrateniente del pueblo, pensó en invertir parte de sus muchos dineros. Visitó a varias empresas del lugar, proponiendo el negocio, y en unas ocasiones no encontró interés, y en otras le recibieron ofreciéndoles trabajo, inversión, esfuerzo, y tiempo para esperar resultados.
Cuando salía de una de las visitas, se encontró con Abundio, que era famoso en el pueblo por no tener muchas luces y por ir viviendo a salto de mata sacando de aquí y de allí, entre chapucillas, apaños y chanchullos.
Don Emilio, Don Emilio, ¿de dónde viene tan elegante, Don Emilio? preguntó el lugareño. El potentado le contó que tenía unos buenos ahorros que quería invertir, pero que en ninguno de los lugares donde había buscado socios le aseguraban lo que él buscaba, que no era otra cosa que alto interés y nulo esfuerzo.
Ay, Don Emilio, si yo encontrara a alguien como usted… Tengo yo unos proyectos que con un empujoncito los ponía yo a funcionar mañana mismo, y en un pispás nos hacíamos ricos. Bueno, yo me hacía rico y usted todavía más rico.
Don Emilio abrió mucho su sonrisa y le preguntó que cuánto quería para ponerse en marcha. Abundio le pidió un puñado de millones y el potentado se los dió, bajo el compromiso de que obtendría un alto interés por ello, que saldría de los beneficios de los magníficos negocios a iniciar.
Pasados algunos meses, Don Emilio intentaba ponerse en contacto con Abundio para ver qué había de lo suyo. El lugareño le iba dando largas prometiéndole prontos resultados. Hasta que un día, Don Emilio mandó a algunos de sus criados a hacer averiguaciones. El resultado exponía, a grandes rasgos, que Abundio se había entregado a la buena vida desde que recibió el dinero, y que los negocios que había puesto en marcha eran, a saber: Viajes ida y vuelta en globo aerostático a la luna, exportación de botijos sin agujeros y un kiosko de helados nestlé en Laponia, abierto de diciembre a marzo 24 horas.
Don Emilio llamó al alcalde y a las fuerzas vivas, a los que expuso la situación. Tras algunas gestiones con Abundio, el consistorio le expuso a Don Emilio sus conclusiones. Básicamente, que no creían factible que Abundio reuniera capital suficiente así viviera 200 vidas para pagar su deuda.
Don Emilio, entonces, muy dolido y compungido, explicó las consecuencias: Los poquísimos cientos de miles de millones que me quedan son lo justo para ir tirando. Así que no voy a poder dar limosna el domingo a los pobres de la puerta de la iglesia, e igual cuando sea el verdeo tengo que pagar menos jornal a los aceituneros.
Aquello no podía ser. El Consistorio desarrolló un plan de actuación y dictó un bando de aplicación inmediata: Todos los vecinos del pueblo aportarían parte de sus ahorros, o de sus ingresos futuros, para resarcir a Don Emilio de su pérdida. Como argumento inapelable, la necesidad de los mendigos de seguir recibiendo su limosna -exigua, por otra parte- cada domingo y de los jornaleros de poder tener un señorito que los contrate por una miseria un mes al año.
Y todo el pueblo lo entendió y aplaudió.
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Evidentemente, esta historieta es absurda y no hay por dónde cogerla. Bueno, igual si donde pone Don Emilio ponemos banca europea, donde pone Abundio ponemos Grecia (y otros) y donde pone Consistorio ponemos Unión Europea y Banco Central…
No, lo de que el pueblo pondría la pasta y además lo aplaudió lo dejamos igual. Eso no es ficción.
6 Comments
¿Y mira que a mí Abundio me parecía el Alcalde?
Porque aquí miramos por encima del hombro a Grecia, pero empiezo a estar hasta el cimborrio de que, los de siempre, me hablen de solidaridad 30 años despues de que ellos manejen el dinero (Y sé que me estoy metiendo en un jardín)
Treinta años son muchos años. Admito 10. Admito 20, pero la diferencia entre territorios hace 30 años y ahora, no ha menguado, y el dineral que se ha ido a los que la siguen reclamando es ingente.
Por lo demás….hay mucha gente que no puede vivir sin limosnas, y ese es el problema…pero esto va a comenzar a pasar muchas facturas. La primera esa de la exigencia de solidaridad con gente a la que se le ha acostumbrado a no trabajar, (Y aquí no hablo de territorios, pero sí de gobernantes)
De aquí solo se sale con más trabajo, y trabajo más eficaz, y el que espere que el Ayuntamiento le de un puesto, o es primo del alcalde o lo va a tener cada vez peor
No vienen buenos momentos para la lírica…
Estoy con Kikas. A mi D. Emilio me ha perecido D. Emilio, y Abundio el alcalde del pueblo.
Lo de Grecia (y otros) iba con toda la intención…
Pero es que Don Emilio sabía perfectamente quién era Abundio, y por eso lo utilizó, invirtiendo una minucia de millones, para esquilmar aún más a esos ingenuos que están dispuestos a ser esclavos de Don Emilio y de quien sea a cambio de unas limosnas. Que Don Emilio no es tonto, que si es millonario es por algo.
¡Qué cómoda es la esclavitud! Y si el trabajo empieza a ser mucho y la comida poca, ¡pues nos indignamos!
Es difícil tratar de liberar esclavos, ya se lo decían a Moises, «al menos en Egipto teníamos comida en abundancia, ¡y en este desierto morimos de hambre y sed! Porque sí, la libertad es un desierto. El paraíso del alma es un desierto, no un jardín.
Una historia muy gráfica, Gonzalo. Si algún político contara esta historia con tus mismas palabras…
De todas formas parece que D.Emilio (el de verdad) quiere dejar caer algún banco que otro (para quedárselo él una vez transformado en rentable con nuestros dineros) ¿ Tan tontos somos que no nos damos cuenta de estas cosas?
Si me permites yo te cuento otra historia:
Un señor se dirigió a una aldea donde nunca había estado antes y ofreció a sus habitantes 100 euros por cada burro que le vendieran. Buena parte de la población le vendió sus animales.
Al día siguiente volvió y ofreció mejor precio, 150 por cada burrito, y otro tanto de la población vendió los suyos.
Y a continuación ofreció 300 euros y el resto de la gente vendió los últimos burros.
Al ver que no había más animales, ofreció 500 euros por cada burrito, dando a entender que los compraría a la semana siguiente, y se marchó.
Al día siguiente mandó a su ayudante con los burros que compró a la misma aldea para que ofreciera los burros a 400 euros cada uno. Ante la posible ganancia a la semana siguiente, todos los aldeanos compraron sus burros a 400 euros, y quien no tenía el dinero lo pidió prestado. De hecho, compraron todos los burros de la comarca.
Como era de esperar, este ayudante desapareció, igual que el señor, y nunca más aparecieron.
Consecuencias:
La aldea quedó llena de burros y endeudados.
Los que habían pedido prestado, al no vender los burros, no pudieron pagar el préstamo.
Quienes habían prestado dinero se quejaron al Ayuntamiento diciendo que si no cobraban, se arruinarían ellos; entonces no podrían seguir prestando y se arruinaría todo el pueblo.
Para que los prestamistas no se arruinaran, el Alcalde, en vez de dar dinero a la gente del pueblo para pagar las deudas, se lo dio a los propios prestamistas. Pero éstos, ya cobrada gran parte del dinero, sin embargo, no perdonaron las deudas a los del pueblo, que siguió igual de endeudado.
El Alcalde dilapidó el presupuesto del Ayuntamiento, el cual quedó también endeudado.
Entonces pide dinero a otros Ayuntamientos; pero estos le dicen que no pueden ayudarle porque, como está en la ruina, no podrán cobrar después lo que le presten.
El resultado:
Los listos del principio, forrados.
Los prestamistas, con sus ganancias resueltas y un montón de gente a la que seguirán cobrando lo que les prestaron más los intereses, incluso adueñándose de los ya devaluados burros con los que nunca llegarán a cubrir toda la deuda.
Mucha gente arruinada y sin burro para toda la vida.
El Ayuntamiento igualmente arruinado.
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