Ya hemos dejado su recuerdo donde corresponde, pero no me resisto a hablar de ella también aquí.
Se me ocurrían muchas cosas para dedicarle. Por ejemplo, cómo se me viene a la cabeza su sonrisa sincera cada vez que hablan de la tristeza o la amargura de las monjas. Por ejemplo, cómo preguntaba por cada familiar cada vez que alguien le saludaba. Por ejemplo, el interés que siempre tenía por saber qué había sido de cada una de sus alumnas, y cómo de todas sin excepción tenía algo que contar… y siempre bueno.
Se fue rápidamente, sin molestar. ¡Cómo iba a irse ella, que no concebía perder un minuto sin hacer nada útil! Un catarro, una tos… y toda la Eternidad por delante.
Entre los primeros recuerdos que tengo de las monjas del cole está siempre ella. Cuando iba de soltero a una Misa del Gallo, o cuando fuimos a preguntar por la posibilidad de casarnos allí… Las charlas con mi entonces novia se alargaban más y más.
Así dicho, nada sorprendente… pero las suyas eran distintas. Como decía antes, siempre preguntando con interés. «¿Y tu hermana? ¿Y aquella amiga tuya? ¿Y qué han estudiado? ¿Tienen trabajo? ¿Les va bien?»
Tenía esa edad indeterminada que tienen algunas monjas a las que llevas quince años viendo… y no les aprecias paso del tiempo. Y en los últimos meses había dejado de verla. Se puso malita de las piernas y se quedó arriba, en la casa. Mi hija tuvo la inmensa suerte de verla el viernes, a 48 horas de la Gloria, y todo ocurrió según el guión. «¿Cómo le va a tu hermana mayor? ¿está contenta? ¿Y cómo está tu hermanito? ¿Le cuidas mucho? ¿Papá y mamá están bien? Da muchos besos en casa…»
Antes de ponerse malita la recuerdo apoyada en su bastón, yendo y viniendo al otro cole de la comunidad, con sus papeles, apuntes y cuadernos. O en la portería por las tardes, siempre trabajando, corrigiendo o preparando exámenes, preparando lecciones… Siempre boli en ristre, siempre entregada a su pasión absoluta: sus alumnos y la enseñanza.
Es una frase hecha, pero es que no me cabe duda de que en el Cielo le han dejado un balconcito desde el que ver a los niños ¡a sus niños! corriendo por el patio. Hasta ahora sigue siendo maestra. Mi hija ha comprendido con ella que la pena que sentimos en realidad es por nosotros mismos, pero que por ella ahora es una alegría inmensa la que debemos tener.
Caen lágrimas, sí. Pero las recoge una sonrisa, imaginándola Arriba, postrada ante el Señor, ya feliz sin sus padecimientos mundanos, mientras Él la mira con ternura, sonríe y le dice «María Luisa, hija mía, y hoy ¿por cual de tus niños vienes a pedirme?»
Descanse en Paz.
9 Comments
¡Ofú! ¡Qué lote de llorar!
No llores, que ella ahora está disfrutando… digo yo que tendrá a un puñado de angelitos a los que dar clase, ¿no?
Hay algunas personas que pasan por la vida de cada uno que cuando se van… te das cuenta que mereció la pena haberlas conocido y que tuviste la suerte de hacerlo.
Un abrazo
Os mando mi recuerdo y ánimo
Es cierto que hay personas que, cuando recibes la noticia de su fallecimiento, te das cuenta de lo importantes que han sido en tu vida.
El caso más representativo para mí fue cuando me enteré de la muerte del ginecólogo que asistió el parto de mis tres hijos.
Dios lo tenga en su gloria, y yo no podré jamás borrarlo de mi memoria, que también en eso consiste la eternidad.
Igualito que los maestros actuales, que se quejan por dar una hora más de clase y no creen en la formación de los niños, sólo en cumplir un horario.
Es que, amigo Crispal, hay quien no entiende la enorme diferencia entre el «profe» como profesión y el maestro como vocación.
Que lote de lloraar…
Que recuerdos….
🙁
Huy, que se nos han colao los menores en la sala…
¿Tú qué haces por aquí?
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