Recuerdo aquellas noches, siendo niño, en las que las campanadas de las tres, las cuatro, las cinco iban angustiándome mientras me movía sin parar en la cama. Sentía impotente que se me escapaba un trozo de mi vida como agua entre los dedos. Era la última noche. La última en que velarían mi sueño aquellas campanas, en la que me arrullaría el suave murmullo del Iregua. Había sido la última tarde de aventuras, de excursiones, de juegos con la pandilla, barra querida de aquellos años, de la que el otoño, el invierno y la primavera que arrancarían tantos y tan largos meses.
Recuerdo aquellas mañanas, corriendo a la ventana para volver a ver el sol sobre las peñas pero con una angustia que se me clavaba en el estómago y me nublaba los ojos.
Recuerdo aquellas últimas oportunidades de correr a despedirme de unos y otros, la ansiedad de no encontrar a alguien o de no poder ver otra vez aquellos ojos que contemplaría en la distancia durante meses con sólo cerrar los míos…
Recuerdo tantas cosas, tantas carreras por la cuesta, tantas trastadas, tanta tirita y mercromina, tantos abrazos en el parque, tantas regañinas por desaparecer con el coche cargado y la familia a bordo…
Tantos tragos en tus fuentes, tantas truchas de tus aguas, tantas excursiones, tantos proyectos, tantas promesas, tantas ilusiones, el viejo frontón, la resbaladera en la que salíamos cubiertos de barro, los baños en el pico o en el helado estanque…
Tantas apuestas a ver quién saltaba más escalones de la iglesia de una vez, tantos rezos a la Señora de Tómalos, tantas misas desde el coro, con esas tablas que crujían como si fuéramos a caer todos de golpe.
Tus tardes de mus, tus violentas y repentinas tormentas…
Y las he recordado esta noche, mientras oía las campanas dando las tres, las cuatro y las cinco, y un nudo antiguo, odiado y querido a la vez, se sentó en mi estómago preguntándome dónde había estado todos estos años. Y así me he levantado, alzando las persianas casi con miedo, para ver las primeras luces sobre la vieja ermita. Y con la mirada perdida en ella estaba cuándo mi hija mayor aparece por el pasillo y, con cara tristona, me cuenta que no sabe por qué… pero que una sensación extraña le ha dejado dormir poco. Y yo no soy capaz de mantener la mirada, y disimulo desviándola entre el teclado y el desayuno.
Nota: Este texto se escribió en la mañana del 23 de agosto, en Torrecilla en Cameros, la capital del mundo para un niño que se llamaba Gonzalo.
8 Comments
Eres un cabrón Gonzalo. Soy un tipo duro que además va de eso…y me has hecho asomar unas lagrimillas…
Tío, no sabes lo que te entiendo
Un abrazo
Pa que veas que no eres de Bilbao, como tú te crees…
Te sigo leyendo. Y no digo nada porque últimamente me dejas con el alma abierta.
Pero quería que supieras que te sigo leyendo.
Yo pasaba muchos Julios en Torrecilla y todos los Agostos en Valdelagrana con nuestro común primo Fernando. Me uno a tu ataque de nostalgia añadiendo que, en mi caso, me separaba de mi «hermano» grandullón hasta las Navidades….
Esas campanas suenas igual que las de Ojos Negros (Teruel) cuando terminaba el verano y tenían que dejar a mis abuelos para volver a la rutina…
Un abrazo
Espero que recuerdes este nick…Mandarte un fuerte abrazo desde los Madriles.
Lo se, Fuego, noto el calorcito…
Jaime, ciertamente tú conoces esto.
Javier, posiblemente se forjaron con la misma aleación de infancia, familia y vivencias.
Bailongo, claro que lo recuerde. ¿Todo bien? Otro abrazo.
Todo bien, ya mas adaptado, aunque como te puedes imaginar que echo mucho de menos todo aquello. ¿Y tu que tal?
One Trackback/Pingback
Información Bitacoras.com…
Valora en Bitacoras.com: Recuerdo aquellas noches, siendo niño, en las que las campanadas de las tres, las cuatro, las cinco iban angustiándome mientras me movía sin parar en la cama. Sentía impotente que se me escapaba un trozo de mi vida como agu…
Post a Comment