Nota preliminar: Revisando el armario encuentro esta entrada de hace dos años y poco que por alguna razón no terminé (faltaban sólo un par de palabras) ni subí. Sin tocar más que el par de palabras que faltaban para dar sentido a la última frase, lo hago ahora.
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La segunda de mis hijas siempre ha tenido claro qué quiere ser de mayor. Profesora de Educación Infantil. A días de cumplir los nueve, no tiene ninguna duda de ello. Yo a su edad sí las tenía. Estaba entre carpintero y guardia forestal.
La mayor, en cambio, no tiene tan claro el tiro. Decía que quería ser médico, pero ante el aviso de sus padres sobre lo mucho que hay que estudiar y esforzarse desde ya para esa opción, cambió mínimamente su vocación: «¿Y para peluquera hay que estudiar mucho?»
Bueno, mejor eso que el día que vino diciendo que quería dedicarse a la informática como yo. «Hija, lo de la peluquería me gustaba más».
Al enano, que se pasa el día jugando con cucharas y cacharros varios a modo de platos y cacerolas, ya lo están dedicando a la cocina, obviando que todo lo que juega a preparar a continuación no lo enseña ni reparte sino que siguiendo el juego, se lo mete entre pecho y espalda. Con lo que más que cocinero yo al niño lo veo hambriento.
El comentario es frecuente, muy frecuente. Otros padres muestran ya desde estas edades su preocupación por la futura carrera profesional de los niños. Y todos dejan claro que su prioridad es el día de mañana poder pagarle a su tropa todos los estudios que puedan. En esos temas procuro no entrar, la verdad. No pienso discutir sobre sus planes de futuro para con sus hijos, claro está. Y no lo haré. Pero como sé que ellos sí se meten en los míos -por experiencia-, mejor callaré que a mí lo que menos me importa es lo que estudien. He visto a demasiados buenos chavales convertirse en insoportables gilipollas en el momento que han colgado su título en la pared y se han estrangulado con corbatas floreadas como para saber que una completa formación académica y una brillante carrera profesional pueden ser -por supuesto no necesariamente, claro esta- la puerta de entrada a la más absoluta degeneración personal.
Así que, sí, en la medida de mis posibilidades facilitaré a mis hijos que puedan estudiar lo que quieran ser, pero no seré yo quien les exija más allá del cumplimiento estricto de su deber para con sus posibilidades.
Sí me gustaría, y mucho, que la mediana cultivara su vocación. La experiencia me dice que no se debe estudiar ni trabajar ni en aquello que se atisba posibilidad de negocio ni en aquello en lo que nos gusta emplear el tiempo libre. Sino en aquello por lo que realmente sentimos vocación y además nos da la posibilidad de volcar algo de nosotros mismos hacia los demás. La labor profesional de un profesor no vocacional se dirige hacia que sus alumnos superen los objetivos del curso. La labor de un maestro vocacional es que sus niños adquieran un conocimiento que les sirva en el futuro. Si además esos conocimientos podemos salpicarlos con enseñanzas morales, miel sobre hojuelas.
La mayor no tiene todavía una vocación, e ignoro si llegará a sentirla alguna vez. Todavía está a tiempo.
Y en cuanto al pequeño, su afán cocinero, su constitución tremendamente robusta y su constante intento por llegar a donde parece que no puede llegar, dan lugar a una esperanza, y quizá llegue a verlo echarse al monte y ser capaz de alimentarse de lo que la tierra le dé, mientras mantiene a punto armas y pertrechos.
5 Comments
Pues dos años después podrías hacer un sondeo e informarnos de por dónde van ahora los tiros….
¿Qué pasa con los que nuestra mujer nos regala corbatas floreadas?….
Jaime, la verdad es que la cosa sigue más o menos, salvo que el enano ya no juega con cucharas y le encanta hacer pipí en los árboles, con lo cual vamos bien.
Kikas, no quisiera terminar así nuestra amistad… ¿tengo que contestarte?
Gonzalo, cuando los demás me preguntan, con cara de susto, por qué no llevo a mis hijos al colegio, la única respuesta con la que los demás se conforman es: “Lo hago para que no pierdan su inglés.” Es sólo una parte del porqué. Pero sólo así la gente está convencida que lo hago por el bien de los niños, que estoy pensando es su futuro, etc. Pero estoy pensando en el momento. Quiero que mis hijos hablen el idioma de su padre, y así conocerme mejor, y que puedan hablar con mi familia, y así conocerla mejor, porque así, creo, van a ser más felices. Gano mi vida enseñando inglés a altos directivos en ciernes, que ya tienen un alto nivel de inglés, con muchos estudios, supuestamente cultos, pero, por la forma de vida que llevan, tengo la sensación de que sean confundidos, mal encaminados, aun con los celebros lavados. Es gente lista, motivada, trabajadora, pero no sabia, íntegra, feliz. No se da cuenta de lo que es verdaderamente importante. Estoy de acuerdo contigo. Voy a intentar criar a mis hijos para que sean íntegros, no bien colocados. Un abrazo.
Yo fui también de los que aspiraron a vivir en su celda. No sé de privilegio más atractivo que este de haber encontrado la vocación de haberse encontrado uno mismo. La mayor parte de los mortales viven como descaminados, aceptan su destino con resignación, pero no sin la secreta esperanza de eludirlo algún día. He visto a muchos hombres que en medio de las profesiones más apasionantes –como por ejemplo, la magnífica, total, humana y profunda profesión militar– soñaban con escaparse un día, con hallar un portillo que los condujera a la tranquilidad burocrática o al ajetreo mercantil. Estas son gentes que viven una falsa existencia; una existencia que no era la que les estaba destinada. A veces siento pirandeliana angustia por la suerte de tantas auténticas vidas que sus protagonistas no vivieron, prendidos a una vida falsificada. Por eso miro en lo que vale el haber encontrado la vocación. Y sé que no hay aplausos que valgan, ni de lejos, lo que la pacífica alegría de sentirse acorde con la propia estrella. Sólo son felices los que saben que la luz que entra por su balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que les está asignada en la armonía del mundo. José Antonio
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