Se cumplen hoy -otros dirán o balarán «celebramos hoy»- 35 años de la aprobación de la llamada Constitución Española, como bien saben. Del inicio oficial (el real es anterior, en varios años) del Régimen del 78. Y he querido titular así esta entrada para resaltar el infinito acierto que rodea a este marco legal. No, no estoy hablando del acierto DE la Constitución, por supuesto. Quiero hablar del acierto total y absoluto de lo que muchos decían hace 35 años que traería este engendro (por mi edad yo lo decía más por repetición que por otra cosa, ciertamente, pero recuerdo perfectamente aquellos avisos y las caras de algunas profesoras del colegio ante el imprevisto brote respondón del larguilucho del fondo). Se avisaba entonces de las evidentes consecuencias: Ruptura, disgregación, fomento y aliento de los nacionalismos, degradación moral del pueblo español, robo a manos llenas por parte de los partidos, oligarquía partitocrática, inseguridad ciudadana, corrupción, destrucción de la familia, asesinato de nuestros propios hijos…
Todo se ha cumplido, indefectiblemente. Incluso más cosas, que se apuntaban quizás más tímidamente (pérdida de soberanía, ruina económica) también se «consiguieron», con la ayuda inestimable en esos casos de la infausta adhesión a la hoy Unión Europea.
Todo se ha cumplido con creces, mientras los traidores que entonces nos señalaban a algunos como agoreros y, por supuesto, fascistas*. Y hoy, aquellos traidores y sus hijos no sólo no piden perdón por su crimen contra la Patria sino que incluso sacan pecho por su participación en ello e incluso hablan de un engendro al que llaman con el estúpido oxímoron de «patriotismo constitucional». Lo que hay es lo que se ha sembrado. De lo que se avisó entonces. Hace 35 años hubo traidores y engañados. El que viendo el panorama siga en su discurso ya no puede ser un pobrecito engañado. Y con los traidores, sin cuartel.
Eso es lo que conmemoramos hoy. La traición de los padres del régimen del 78 (tantos de ellos hijos bien cebados del régimen del 18 de julio) y el insulto y desprecio a los que intentaron resistirse con evidente razón. Y, cómplice siempre necesario, el aplauso del rebaño.
* Conste en acta que tengo claras estas palabras cuando empiezo a escribir la entrada, aunque durante la misma se las leo a López-Diéguez en una columna de La Gaceta.
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Celebro tu vuelta al Blog, aunque sea, a mi pesar, para volver a darte la razón (yo era muy pequeño, pero me posiciono en los engañados)
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