Al final del día se agolpaban las sensaciones. Mientras la rabia me llevaba a clamar contra los orcos mahometanos, mi recuerdo hacia el padre Hamel me hacía imaginar la escena de su martirio, y cómo para producirse éste su asesinato fue por profesar la fe y perdonando a sus asesinos.
Esa es la condición para ganar el inmenso premio de la palma del martirio. Mientras el martirio verdadero se produce defendiendo a Cristo, amando y perdonando a los asesinos y pidiendo por su conversión, lo que los salvajes llaman martirio va ligado al odio y al mayor daño posible.
Debería insistirse en esa diferencia, para cuando algunos tontos modernos vengan a igualar agua y aceite. Y proclamando esta diferencia, pedir el reconocimiento de la evidencia. De que hay niveles, rangos, categorías. Hay no solo creencias sino sociedades y civilizaciones basadas en esas creencias que son superiores a otras. Y que sólo negará esa superioridad el imbécil o el malvado. Imbéciles y malvados que tienen en sus manos la sangre de las víctimas. Imbéciles y malvados que hoy como tantas veces juegan al tétris con las palabras para no llamar a las cosas por su nombre.
Y a la vez debemos recordar nuestro mandato de amar y perdonar, sin duda lo más difícil en esos momentos.
Pero el amor y el perdón no pueden disfrazarse de buenismo y debilidad. Y, mucho menos, de equiparación. Hay que reverenciar la sangre de los mártires, y pedir a Dios la fortaleza y determinación necesaria para, si llega el caso, aceptar la prueba y ganar, dichosos, la palma que conlleva la gloria eterna. Pero al mismo tiempo hay que exigir por una parte a quien corresponda (se supone que la autoridad civil, y si esta hace dejación tendrá que corresponderle a la gente corriente) que garantice en lo posible que no vendrán orcos mahometanos a hacer mártires a su antojo. Y esa garantía se logra con firmeza, con contundencia y con prevención. No con venganzas a posteriori en forma de bombardeos arbitrarios, como gusta a las repúblicas masonas. Y esa firmeza y contundencia no podrá estar basada en el odio o en el miedo, sino en la defensa del bien común, que eso es lo que cabe exigirle a un gobernante, del color que sea, para que sea legítimo. Y por otra parte hay que exigir, debemos exigirnos, ser consecuentes con nuestra fe y con nuestros mandamientos. Y rezar por los asesinos. Sí, por los asesinos, por los salvajes que disfrutan obligando a un anciano sacerdote a arrodillarse para grabar cómo le cortan el cuello por orden de su profeta, de sus suras y de sus imanes. Y rezar por la salvación de sus almas, aunque el primer impulso que sintamos sea el de desearles la condenación.
Y para eso, para buscar la salvación de sus almas y su llegada a la vida eterna, lo primero que hay que hacer es proclamar el Evangelio y señalar el error a quienes siguen a falsos profetas. Nada bueno conseguiremos para ellos si nos mantenemos en esta perversión del «dejémosles que yerren, ¿quiénes somos nosotros para proclamarles la Verdad?»
Por que sí. Porque siguen las doctrinas falsas de un falso profeta. Porque son además doctrinas no sólo falsas sino diabólicas, que proclaman la persecución y el odio. Porque NO, DE NINGUNA MANERA adoramos al mismo Dios. Nosotros adoramos al único Dios verdadero, Uno y Trino, Encarnado, con una justicia infinita y también con misericordia y amor infinito. Ellos no. Ni los judíos. Así que dejen de compararnos, leñe. Y algún pánfilo, que deje de «comprar» esas comparaciones.
Recemos por ellos, proclamemos el Evangelio y proclamemos LA VERDAD. Que pasa por señalar que la doctrina del Islam es falsa, maligna, blasfema y diabólica. A partir de ahí, podremos buscar la conversión y redención de sus engañados seguidores.
Porque animarles a seguir adorando a un dios que clama sangre inventado por un falso profeta no es amarles. Es llevarles a la condenación. Y mirar para otro lado proclamando que lo principal es atenderles en lo material (que por supuesto es necesario) despreciando el mandato principal de la evangelización es propio de ONGs masonas, no de católicos.
Los voceros del régimen, empezando por los de los medios que usurpan el nombre de católicos, dirán que la solución pasa por convertir a los salvajes no a la verdadera fe, sino a eso que llaman la democracia y la libertad. Los masoncetes de allí, invocarán liberté, egalité, fraternité. Es decir, piden convertir a los que degüellan curas por los dogmas de su falso profeta a los mismos dogmas que defendían otros que degollaron a muchísimos más curas y asesinaron a muchísima más gente en la misma Francia que la que puedan asesinar estos salvajes en varias décadas.
Dale Señor el descanso eterno a tu hijo Jacques Hamel, y a nosotros la fortaleza y la decisión de abrazar el martirio si llega el caso, pero también la constancia y el valor de proclamar la Verdad frente a los asesinos. Frente a los que hoy degüellan en nombre de un falso profeta y frente a los que ayer degollaban en nombre de la falsa diosa razón. Unos y otros inspirados por el mismo Príncipe de la Mentira.
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