Hace unos días Gonzalete, de repente, tras un suspiro hondo y sincero, exclamaba «ay, qué ganas tengo de que empiece ya el cole». Entre comentarios de su madre y sus hermanas, yo simplemente miré a mi esposa y le dije «a veces este niño no parece mío».
No tengo recuerdo de ningún día, jamás, haber querido ir al cole. Desde mi primer recuerdo borroso en párvulos hasta mi turbulenta juventud, pasando por islotes de la memoria de los primeros años de la EGB recuerdo días, ocasiones, juegos y aventuras. Ninguno de los recuerdos directamente ligados al colegio (sí otros ligados a mis compañeros, a excursiones y demás) es bueno. Y siempre, siempre, siempre, ante la desesperación de mis pobres padres que insistían en que debía de cambiar de actitud ante el colegio porque según ellos yo era muy listo pero muy flojo, siempre, decía, contesté lo mismo: «Es que nada de lo que me enseñan en el cole me interesa nada».
Fui un niño bastante bueno, un adolescente insoportable y un joven con según qué días. Nunca cambié mi percepción en ese sentido. Hoy, viejuno insoportable con según qué días, sigo convencido y aún me interesa menos lo que enseñan a mis hijos.
La semana que viene mis hijos vuelven a clase. El pequeño, espero, a pasarlo bien con su pequeña pero inseparable pandilla. La mediana, a acumular horas de clase esperando el timbre del recreo (no me lo dice, pero lo sé: es la que más se parece a mí) y la mayor, en segundo de bachillerato, a pasar meses de nervios y reflexiones intentando acertar en su siguiente paso, que a día de hoy no sabe hacia dónde dirigir. Yo los observo y necesito no pocos esfuerzos para animarles, para indicarles, para imponer un régimen de trabajo (eso sí, siempre buscando el aprender por encima del aprobar y sin exigencias de notas, aunque sí de atención). Pero cada año me cuesta más.
Ya he escrito alguna vez que los primeros años de Gonzalete en el cole me han parecido una bendición, porque ha dado con unas seños que le ilusionan y le hacen aprender, por encima de cargas de tareas absurdas que tanto gustan a otras. Ahí -de momento- tengo poco que hacer, ya que si él lo disfruta y aprende, bendito sea Dios. Lo duro es con las mayores. Intento despertar en ellas alguna vocación, pero no inculcando ni empujando, sino hablando con la esperanza de que ellas la descubran. Con la mayor, que es con quien más hablo, hace unos meses no pude sostener más el discurso oficial y confesé. «¿Sabes qué? Si hoy volviera a tener tu edad, rechazaría todas las asignaturas de ciencias por las que opté y abrazaría las letras, pero con la única vocación de culturizarme. Luego saldría del colegio y buscaría a maestros de los que ya van quedando cada vez menos y les pediría que me enseñasen sus oficios. A crear cosas con mis manos. Y a ello me dedicaría. Algún día todos esos gilipollas verían que no pueden comer, o vestir, o techarse con sus presentaciones ni con sus hojas de cálculo y vendrán a buscarme, porque me necesitarán.»
Ellos vuelven al cole. Y yo al trabajo. Teóricamente debería hacerlo con ilusión, después de una época difícil y de encontrar una oportunidad que me ha permitido, contra toda ley de mercado, volver a la profesión que un día me pareció una buena manera de ganarme la vida y que hoy es un huerto en el que no paran de florecer malas hierbas. Pero es falso. No la tengo. Vengo aquí porque no tengo más remedio. Porque tengo que dar de comer a mi familia. Pero ni me gusta el trabajo que hago ni creo que sirva para nada útil y verdadero. Puedo asumirlo y tirar con ello. Lo más difícil es cuando pienso que a esto es a lo que estoy condenando a mis hijos con sus planes de estudios, sus notas y sus títulos. A una vida encadenada al remo de una galera que, mientras nos alimenta y concede esas cosas que hacen que creamos que vivimos y que somos libres, nos dirige, por el mismo esfuerzo de nuestro brazo, hacia el naufragio de todo lo bello, de todo lo verdadero, de lo eterno.
Feliz vuelta a la rutina. Remad. Hasta el infinito.
2 Comments
Querido amigo:
Yo que andaba feliz por tu trabajo y me dejas descolocado. Acabo de llegar de dar en Bormujos una charla de motivación y autoestima a un grupo de trabajadores en la que he usado dos frases que entiendo claves para conciliar vida y trabajo, una de Confucio y otra de Cristóbal Colón.
Mejor que me las guarde…
Un abrazo
Santi
No te descoloque. Supongo que es más complicado. Puedes conciliar vida y trabajo, pero aquí el problema está en la sociedad y el modelo en el que hay que vivir y que trabajar. Cuando ese escenario se va haciendo más y más irrespirable y una vida normal y un trabajo normal lo que hacen es amarrarte más a ese modelo (a ese remo de la galera) es cuando todo se complica.
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