La ruptura de Lutero (siempre me ha parecido mucho más acertado ese término que el habitual de reforma) supuso una verdadera revolución en varios campos. El primero, en lo teológico, evidente. El segundo, en lo social, no siempre recordado pero fundamental para la transformación del mundo hasta llegar a la sociedad actual. Demos algunos apuntes sobre ellos y luego hablaré de un tercero.
En lo teológico la ruptura de Lutero supone una reedición del Non Serviam luciferino. A semejanza (y a escala) de la rebelión diabólica, enarbola la bandera de la libertad en este caso frente al papado para entregar el poder espiritual a los detentadores del poder terrenal. Alegando la ilegitimidad del Magisterio de la Iglesia para interpretar la Doctrina entrega esa supuesta legitimidad primero a sí mismo y luego a príncipes que se mueven por intereses políticos. Su ruptura, presentada como reforma por el celo de la purificación, no es hija más que de su soberbia.
En lo social, esa fractura teológica será la que dé lugar al totalitarismo. Unificado el poder terrenal con el poder espiritual, sus primeros frutos son enormes matanzas de campesinos alemanes a manos de los príncipes ungidos por Lutero. Al derruir los muros de contención de la recta moral y sustituirlos por la voluntad del individuo, su ruptura primero es madre del absolutismo y posteriormente de las revoluciones liberal, comunista y actualmente la de la ideología de género.
Esas dos facetas de la vida quedarán para siempre afectadas por la ruptura soberbia de Lutero. Pero además decía que quería reflexionar sobre otro campo más. Y este podríamos llamarlo el nacional, o el patriótico. O el de nuestros padres. Durante décadas, nuestros ancestros sufrieron y sangraron para detener el horror provocado por Lutero y continuado y aumentado por Calvino. Nuestros mayores sangraron en media Europa no por intereses materiales o por ansias de poder cual potencias democráticas actuales, sino fundamentalmente por defender la civilización cristiana y la libertad de la tiranía que la ruptura protestante y sus hijas revolucionarias traían al mundo. Miles y miles de españoles lucharon en el nombre de Dios y de la Iglesia frente al terror luterano y calvinista. La sangre de nuestros mayores, nuestra sangre, corrió por medio continente. En defensa de la Verdad. En defensa de Cristo y su Iglesia.
Honrar hoy a quien abrió esa espita de revolución y degeneración es una afrenta. Afrenta en lo religioso, porque celebra a quien cayó en la desesperación y negó la Verdad queriéndola someter a su soberbia, arrastrando a su perdición y herejía a millones de almas. Afrenta en lo social, porque ensalza la degeneración y ruptura de la Cristiandad y su civilización. Y afrenta como español, porque escupe sobre la sangre de mis mayores.
La primera afrenta causa un intenso dolor de corazón y mueve a la oración reparadora ante Dios. La segunda afrenta mueve a la acción reivindicativa de la justicia social aniquilada por la ruptura y por su hija la Revolución. La tercera afrenta mueve al levantamiento de la memoria de mis mayores, reivindicando tanto la Cruz y la Virgen de sus estandartes como sus picas y arcabuces.
31 de octubre de 1517. Un criminal apuñala el corazón de la Cristiandad. Su nombre era Martín Lutero. Su mayor pecado la soberbia. Su legado, infernal. ¿Homenajerle? Non Possumus.
2 Comments
Amén.
No imaginas lo que celebro y agradezco tu acompañamiento, Enrique
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