Se me va pasando la edad, si no está más que pasada. Y aquí sigo, sin dar el paso y aceptando ya que jamás lo daré. Por cobardía, por obligaciones, por imposibilidad… por lo que sea.
En esto, como en la bandera contra el mundialismo, nos dejamos robar una trinchera que era nuestra y sólo nuestra. Y encima la ocuparon precisamente los peones del mundialismo, tan estúpidos que siguen ignorando que lo son.
No. No se trata de aislarse y de abandonar el mundo, que ya os veo venir a algunos a decirme que nuestra misión no es la de salvarnos solos sino la de salvar a cuantos podamos. Perdonad que os diga, pero una cosa no quita la otra.
No se trata de levantar un muro entre nosotros y la sociedad, por más ganas que nos den, y a mí varias veces al día, con espinos y torretas con ametralladoras. Se trata de reforzarnos, de crear comunidades y desde esas comunidades saltar al mundo, pero teniendo la retaguardia medianamente cubierta para que, al volver al descanso, no sea todo en campo enemigo. Que nuestros hijos puedan jugar en la plaza –los pequeños- u organizar sus actividades sociales –los más mayorcitos- sin tener que cribar, sin tener que sacar la pala, sin temer, o al menos sin temer TANTO. Comunidades. Con capacidad de crecimiento. Y visibles.
Dejamos, decía, que nos robaran esa bandera. También esa. Y ahora risueños grupos de jipis fumaos hasta las orejas cantan y bailan en acogedoras casas que levantaron de las ruinas que nuestros abuelos dejaron. Pero desde esas ruinas reconstruidas en comunas en lugar de en comunidades se enseñan al mundo, interactúan con él y atraen a otros. Mientras nosotros teorizamos sobre lo divino y lo humano pero parando nuestras divagaciones para entrar en esa reunión que nos han puesto para ver si la empresa a la que servimos va a explotar un puntito más a tal o cual subcontratado, o si va a timar unos céntimos más a tal o cual cliente, mientras hemos dejado a nuestros hijos en manos de profanadores del legado de San Ignacio (por poner un ejemplo entre tantos disponibles, cambien ustedes por el santo, beato, hermano o sor que quieran) que aprovechando nuestra confianza en el crucifijo de la puerta del cole, echarán sal en todo lo que vamos sembrando, dejando sólo crecer su herejía defendida por la evidencia de que “¿veis?, si ahora lo hace así todo el mundo, hasta el capellán, no seáis antiguos…” o cosas similares.
Decía al principio que por lo que sea. No, coño, no. Dejaré de mentir. Por mi culpa, por mi cobardía, por mi comodidad.
Hoy, ya ven, ando optimista.
Odio eterno al mundo moderno.
6 Comments
Yo vivo en uno de esos pocos pueblos holandeses en que las iglesias se llenan a reventar cada domingo, en el centro del pueblo, que a mí siempre me ha gustado ver la torre de la iglesia desde mi ventana, aunque sea, como es el caso, la de la Iglesia reformada. Y no me sacas de aquí ni con agua caliente, que ya he vivido en Madrid, en Bruselas y en Amsterdam y no son sitios para criar niños sino para ser soltero y, probablemente, rico. Mi sueño como el tuyo, es tener mi propia huerta, unas gallinas y una piscifactoría de tamaño familiar, paneles solares en el tejado y calefacción de esa que aprovecha el calor del subsuelo, pero entretanto, voy ensayando con los árboles frutales de mi jardín y presumo, orgulloso, de mis judías, mis fresas y mis zarzamoras que es lo único que he podido cosechar antes de se lo coman los caracoles o los mirlos (éstos, por lo menos, cantan a cambio). Así que no te desanimes, da pequeños pasos y ahorra. Todo llegará.
Yo ya he dado el primer paso: he abandonado Facebook a su suerte, que ya era hora de recuperar el tiempo perdido.
Y con respecto a la «huida hacia adelante» que constituye irse al campo, te recuerdo las palabras de Juan Pablo II: «no tengáis miedo».
Hagáis lo que hagáis y estéis donde estéis, no tengáis miedo.
Ángel, tú tienes una ventaja, siempre te queda el salir a aclamar a gritos al Duque de Alba y a maldecir a los herejes orangistas. Eso debe de entretener mucho. De lo de «ahorra» ya si eso hablamos otro siglo.
Salvaje, a mí el miedo me lo da la «vida normal».
Quiero aclarar que no necesariamente estoy hablando de vivir estrictamente de lo que de la tierra. Creo que podemos construir comunidades en las que desempeñemos trabajos «para el enemigo», bien desplazándonos o bien por teletrabajo. Hoy en día es más que factible. Pero tener claro que al dejar el puesto de trabajo nos volvemos a la vida buena, a la de la comunidad.
Hoy leo la respuesta de El buen salvaje y no puedo evitar, ni evitarla quiero, una sonrisa de complicidad. Ayer, a la una de la mañana, dí de baja mi cuenta de Facebook. Al mismo tiempo comienzo un curso de una universidad británica sobre los distintos tipos de suelo y su uso agrícola. Pasito a pasito, sin prisa pero sin pausa.
Por cierto, Gonzalo, te invito a echar un vistazo a este website. El fundador ha fallecido recientemente, pero su obra perdurará durante mucho tiempo.
http://www.sekem.com/en/about/
Espero que aproveches bien ese curso, Ángel, para luego venir aquí a compartir tus conocimientos. Tú diriges la granja, yo de peón tengo bastante.
Y gracias por el enlace. El tema de la sostenibilidad es una más de las banderas que hemos permitido que nos roben. ¿Hay algo más tradicionalista que el concepto de sostenibilidad?
Hace tiempo quise escribir algo un poco profundo sobre sostenibilidad y la mentira de la necesidad crecimiento económico continuo, pero me enredé demasiado. Lo dejo en una frase que por corta no deja de ser profundo:
En la naturaleza sólo hay una cosa que crece y crece sin interrupción: Los tumores.
Reitero el agradecimiento por el enlace, aunque es cierto que con la edad hay tres cosas que me aumentan exponencialmente: El perímetro abdominal, el pelo de las orejas y la pereza para leer, hablar, traducir o en general utilizar lenguas bárbaras. Haré el intento.
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