Ya, ya. Mucho tiempo ausente. En el limbo de los borradores duermen un par de entradas que nunca salieron. Una era un simple amago. La otra un lamento por la muerte de mi amigo Guillermo, que preferí dejar ahí porque no le hacía justicia y se quedaba en una pataleta propia y un desprecio al mundo. Guille no merecía ser una excusa para un desahogo. Cambié la publicación por un redoble en la oración por él y por su familia.
Hace tiempo que quise dejar este rincón como libreta de apuntes. De unos apuntes que antes o después un fiscal usará para pedir mi condena. Nos veremos en el exilio o en una celda, ya sabéis. Pero no surgen las ocasiones. Y cuando surgen no se culminan. En fin.
Hoy vengo a contar dos sucedidos. Los dos son de ayer. Los protagonistas son dos de mis hijos. El pequeño y la mayor, por ese orden.
Con Gonzalete me senté mientras hacía sus deberes de sociales (de tercero de primaria). Iba escribiendo en su cuaderno las respuestas a las actividades, y le dije «cuando termines esa te digo una cosa sobre todo lo que dice ese punto». El asunto eran los deberes del ciudadano, cómo ser buen ciudadano y bla, bla, bla. Entre lo que tenía que completar, como auto examen de si era buen ciudadano o no, por ejemplo, si se abrocha el cinturón al viajar en coche. Le dije «¿sabes que cuando yo era niño no me ponía nunca el cinturón en el coche?». Abre los ojos, sonríe, suelta el lápiz y se acomoda en la silla. Sabe que viene una de las de su padre. «Claro, que entonces ningún coche tenía cinturones en los asientos traseros. Así que aunque quisiera, no podría ponérmelo. Y no los tenían porque no era obligatorio que los tuvieran. ¿Crees que yo era buen o mal ciudadano?» Sabe que la pregunta tiene truco, y hábilmente la desvía: «¿Pero delante sí los tenía? Entonces los abuelos sí lo llevarían puesto, ¿no?» Bueno… no siempre. Porque entonces sólo eran obligatorios al salir a la carretera. En ciudad no.»
Sabe por dónde voy. Y hablamos de normas cambiantes. Y de cómo eso de «ciudadano» es un «palabro» que no me gusta nada. Y que ser «buen ciudadano» es cumplir las normas que se van poniendo, y dejar de cumplir las que se quitan, y cuidar de cómo las cambian… Y que lo importante es ser buena persona y, de cara a la comunidad, buen vecino. Y que las normas pueden ser buenas o pueden ser malas. Y que si son malas hay que desobedecerlas y que rebelarse contra ellas. Así que no, no quiero, o al menos no me preocupa que sea buen ciudadano.
Como le pongo ejemplos de normas que cambian, llegamos juntos a la misma conclusión: Los políticos las cambian para justificarse. Y entonces se inventan cualquier disparate que convierten en norma. Y si nos quejamos, encima nos riñen por ser «malos ciudadanos».
Creo que queda bastante convencido. Terminamos el ejercicio. La última pregunta del auto examen es si hay que usar casco al montar en bici. Me mira de reojo y escribe que sí. Yo le dejo que termine y luego le digo que de joven monté mucho en bicicleta, que salía los fines de semana por estas carreteras de Dios… y que jamás usé casco. «Claro» -añado- «que no había ninguno de mi talla». Se ríe y zanja «ahora con estas mariquitadas te lo tendrías que buscar».
En lo de la mayor no salgo yo. Llega de la facultad y me cuenta que, estando en el campus con dos compañeras y un compañero les llegó una chica dando pasquines sobre la «huelga feminista» del 8 de marzo. Cuenta cómo les soltó una pequeña chapa sobre la imposición patriarcal y capitalista en la universidad, cómo les dio un pasquín a cada una de las chicas y cómo al chico le preguntó antes. «¿Tú quieres uno? Los hombres podéis venir, pero os colocáis detrás. Delante vamos nosotras». Por lo visto no le preguntó si era mujer con pene y barba. Será mujerconpenéfoba, la tía.
Mi hija concluye el relato con un «qué asco de gente».
Es cuestión de tiempo. Lo del exilio o la celda, digo. Pero familiar.
5 Comments
Me entusiasma el mismo objetivo que a tí… formar un ser crítico ante el mundo, en el sentido de que se pregunte cosas y busque respuestas verdaderas, por encima de cualquier otra consideración.
Interesa comprender como maestro que independientemente de que la verdad suprema del universo y su existencia sea eterna, cada generación ve esa verdad desde su propio prisma, y debemos dejar que así sea, o pereceremos en el intento.
Bueno, todo en familia sale mejor…
Pero es que yo, Fufo, no me opongo a que se enseñen normas de convivencia y urbanidad. Lo que me parece una patología es que éstas se eleven a valor absoluto.
Pero es que para la posmodernidad es lo que son. Porque para este estado absolutista, más totalitario que ningún otro anterior en la Historia, es la manera de preparar al personal de que lo que diga el BOE no es que sea lo legal. Es que es lo justo y necesario.
En este momento hay dos proyectos en el Congreso que sirven de magnífico ejemplo. Las normas del buen ciudadano serán encarcelar a quien opine que las Brigadas Internacionales eran una banda de criminales a las órdenes de Stalin, o será un deber denunciar, para que se pueda multar, a quien diga que la biología es más real que las apetencias de un travelo.
Buen Salvaje, ya te digo.
Mateo 22:21 (dad al César lo que es del c
César y a Dios lo que es de Dios), corregido por Hechos 5:29 (debemos obedecer a Dios antes que a los hombres). Por lo tando, la respuesta es sencilla: obedecer las leyes mientras no estén en desacuerdo con la ley de Dios, desobedecerlas cuando lo estén y asumir las consecuencias, sean cuales sean. Es casi tan fácil de entender como difícil de ejecutar. Saludos, Gonzalo, te tengo abandonado.
Siempre se agradece tu visita, Ángel.
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