A mí me lo cuentan y yo lo cuento… pero no respondo de la autenticidad.
Me cuenta un amigo, que no es sevillano y no conoce la actualidad de por aquí, que hace unos días, estando en nuestra tierra, paseaba por la Huerta de la Salud cuando se encontró con una insólita escena. Ante él, un orondo señor de cana barba fumaba en pipa subido en los hombros de un joven mientras con una palanqueta intentaba dañar la placa que identifica a la plaza. Concretamente, a la Plaza Ruiz de Alda.
– Lolo, que no llego
– Pues no doy pa más, Antonio.
Alarmado por lo que a todas luces parecía una gamberrada, mi amigo llamó la atención de la pareja, preguntándoles a qué se debía ese arranque de vandalismo en personas aparentemente adultas.
– Estamos limpiando la ciudad de restos dictatoriales, compañero. Así que ayúdanos –fue la respuesta que obtuvo.
Mi amigo no entendía nada y pidió explicaciones. El orondo fumador de pipa bajó al suelo, para alivio de su hasta entonces porteador, miró de punta de los pelos a punta de los pies a quien así le interrumpía y con cara de asco, exclamó:
– ¡Facha! Tú sin duda eres un facha de los que no han permitido jamás que esta ciudad progrese.
Y le volvió la espalda. El joven, aparentemente más comprensivo, después de atusarse el cuidado cabello y sacar un espejo con el que comprobar que su cuidada barba ofrecía un cuidado aspecto, se explicó:
– Estamos eliminando reminiscencias de la dictadura. El Ruiz de Alda este fue un cruel asesino que durante los 40 años del franquismo se dedicó a exterminar a los trabajadores que…
– Espera, espera, espera –le cortó mi amigo- que me parece que no os habéis enterado muy bien. Julio Ruiz de Alda murió en el 36, así que difícilmente pudo estar durante el franquismo haciendo nada…
El joven de cuidada cabellera torció el gesto y miró a su maduro acompañante buscando un apoyo. Éste, después de exhalar una nube de humo, tomó la palabra:
– Bueno, murió en el 36 mientras criminalmente sometía a la población civil que permanecía fiel al gobierno democrático de la república a un exterminio sistemático mandando unas tropas rebeldes que…
– ¡Pero oiga! –volvió a cortar mi amigo- ¡Si Ruiz de Alda llevaba preso desde marzo y fue asesinado por milicianos en la misma cárcel de Madrid, por supuesto sin juicio y sin posibilidad de defenderse!
Ahora era el tal Antonio el que buscaba una ayuda en el tal Lolo. Finalmente, sacó un móvil, marcó apresuradamente y mi amigo pudo escuchar parte de la conversación:
– ¡Alfredo! Soy tu jefe. Sí, Torrijos. Mira, que hay aquí un facha que dice que Ruiz de Alda no tuvo que ver con la dictadura y no sabemos ya qué decirle para defender la libertad y la democracia de sus ataques… Sí… ¿Seguro? Venga, vale. Te esperamos.
Y volviéndose de nuevo a mi amigo, le espetó:
– Ahora te vas a cagar, listo.
Mi amigo cada vez entendía menos y no le parecía que de allí pudiera salir nada bueno, así que se dispuso a irse. Pero cuando lo intentaba, una flotilla de motos de la policía local, con las sirenas a todo trapo, le cortaron el paso. Detrás de ellas, un coche oficial del Ayuntamiento de Sevilla entraba en la plaza a toda velocidad, y de él bajaba un tipo con aspecto de oficinista despistado a medio desayunar que dirigiéndose a los dos de la palanqueta, gritó:
– ¿Quién es el que se opone a vuestra cruzada por la libertad, mis queridos Antonio y Lolo? ¿Es acaso este tipo que sin duda no sabe qué sería de nosotros los astronautas sin los astrólogos? ¡A ver, usted! ¿Acaso no sabe que con la ley de memoria histórica en la mano está usted cometiendo un crimen contra la humanidad y puede ser enterrado vivo por ello?
– ¿Pero de qué me habla? Yo sólo les estaba contando a estos tipos que Julio Ruiz de Alda era un piloto de enorme prestigio que fue uno de los tripulantes del avión Plus Ultra con el que se cruzó el Océano Atlántico en una gesta sin precedentes, y por eso tiene esta plaza dedicada como otros muchos recuerdos en toda España.
– ¡Pero Antonio! ¿Qué es eso que dice? ¡Eso no puede ser cierto, me dijiste que era un facha! A ver, tú, listo… ¿acaso no era un facha sanguinario?
– Pues mire usted, era falangista, pero ni sanguinario ni filatélico, tenía sus simpatías políticas como las tendría cualquier otro ¿o no?
– ¡Simpatías! ¡Falangistas! ¡No se puede tener una calle, una plaza… ¡nada! en Sevilla con simpatías políticas que no sean las que marca la ley de Memoria Histórica ¿me entiende? Pero ¿qué se ha creído usted?
– Si yo no me creo nada, yo pasaba por aquí y nada más. Tan sólo les digo ahora que empiezo a entender lo que pasa, que a un piloto de tantísimo prestigio mundial como éste no se le puede quitar una plaza por su ideología.
– Lolo, encárgate de esto. Y si te hace falta, pide ayuda a tu primo, o a tu madre, o a quien sea.
Entonces, el más joven, el tal Lolo, se adelantó y dijo:
– Lo siento Alfredo, pero es que yo me tengo que ir a la Avenida Carlos Marx a adornarla con banderas republicanas, cubanas y rojas para dar un homenaje al Ché Guevara en defensa de la libertad y la democracia, con la partida presupuestaria de varios miles de euros que me aprobaste el otro día.
Y mientras tanto, mi amigo, se escabulló de allí.
Esto es lo que me contó. Pero vamos, que yo no me lo creo. ¿Ustedes sí?
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