Cuando hace más de 20 años murió Dolores Ibárruri, públicamente alcé una copa en un bar y en voz muy alta para que me oyeran bien brindé «por librarnos de una asesina estalinista». Yo rondaba los 20 y necesité varios años más para entender que aquello estuvo mal. No por llamarla asesina estalinista, que lo era. Por celebrar la muerte de otra persona.
La pasada tarde saltaba la noticia de la muerte de Carrillo, otro asesino estalinista. Y seguramente mucha gente cercana haya sentido el impulso de alzar la copa y celebrar su muerte. Pero yo ya no tengo 20 años y no lo he hecho. Y no lo he hecho, primero, porque mi obligación inexcusable es, antes que nada, pedirle a Dios Todopoderoso que se apiade de su alma.
No. Yo no quiero alegrarme de la muerte de nadie. Se lo dejo a los creadores de anuncios apocalípticos del efecto del tabaco, que por fin se libran de tan duro obstáculo. Y no quiero alegrarme porque, para empezar, yo no quiero ser como Carrillo. Él sí se alegraba de las muertes ajenas, y brindaba por ellas. Y no me refiero a la muerte de ancianos en la cama del hospital, sino de caídos por las balas y bombas terroristas, que tanto celebró.
Lo primero que me viene a la cabeza, evidentemente, es su responsabilidad directísima en los miles de asesinatos en Paracuellos. Pero Carrillo merece mucha más atención. Militante del PSOE durante la II República, se mueve hacia el PCE en el mismo 36. Es decir, pasa del partido más violento de la II República al partido que convirtió (o que terminó de convertir) la Zona Roja durante la Guerra en un gigantesco ensayo del peor Stalinismo. Después de la guerra, vivió amamantado por el régimen de Stalin, al que abrazó con entusiasmo, viviendo en la opulencia mientras los propios «niños de la guerra», lo hijos de tantos españoles engañados por Carrillo, Pasionaria y otros criminales, que los mandaron a la URSS confiados en que era lo mejor para ellos y allí fueron abandonados y olvidados por estos prendas. Durante la guerra fría eligió como su «padrino» al tirano rumano Ceaucescu, el más sanguinario criminal de todos los presidentes de sus queridas democracias populares.
Dicho esto, hay que reconocerle algo a Santiago Carrillo: Siempre fue antifranquista, cuando el único antifranquismo que existía era el del PCE. En esos años, los antifranquistas que aparecieron a partir del 21 de noviembre de 1975, sobre todo los que desde el PSOE dan lecciones de democracia, estaban muy ocupados alabando el trabajo de sus padres para el régimen franquista. Pero, ojo… el antifranquismo del PCE lo que pretendía (y ahí están los discursos de la época) era salvar a España… ingresándola en la órbita soviética.
Y llega la transición. Y recordando aquellos años los medios mean hoy colonia ensalzando la labor de Carrillo en la misma. Bien, es cierto. Carrillo lleva al PCE hacia unas posturas desconocidas hasta entonces. Lo que no están diciendo es que lo hace siguiendo órdenes de la Internacional Comunista, buscando no el bien de España o la reconciliación, como dicen hoy, sino lo más conveniente al partido. Que un hasta entonces inerte PSOE le ganara la partida gracias a la financiación recibida de descendientes de jerarcas nazis… eso es otra historia. El caso es que todo aquello acabó con el mejor servicio que Carrillo prestó a España: la práctica liquidación del PCE. Pero sí, colaboró con la transición y con esta constitución que hoy sufrimos. Y como ni la transición ni la constitución actual me parecen hechos de los que estar contentos, no seré yo quien considere su colaboración como algo bueno. Allá el resto.
Dicho todo esto, y mientras en la tele su fantasma cuenta que en Madrid había una violencia incontrolabe y que él qué iba a saber de las sacas y tal y tal, recuerdo que hace no muchas semanas saltó la noticia de que Carrillo había sido ingresado. Por pura evidencia biológica, muchos dudamos si saldría de allí. Hay cosas que no son casuales. Quiero pensar que fue un aviso, que le encargaron recoger el petate, y que quizá le sirvió para, por fin, recapacitar y sentir verdadero arrepentimiento. Al que un católico sólo puede responder con el perdón y la confianza en la Infinita Misericordia de Dios.
Pero una cosa es esa, el obligado perdón, y otra la necesaria justicia de no ocultar la verdad.
Que los caídos por su mano, entre los que se cuentan tantos santos mártires, hayan intercedido para que, aunque tarde, recapacitara.
Descanse en Paz.
11 Comments
O tú eres muy bueno o yo soy muy mala
Mi postura es conocida, no me siento orgulloso de ningun bando, de ninguno.
El tener que acabar matandonos unos a otros no dice nada bueno de ninguno.
Y hace 30 años aquellos que se mataron en su juventud supieron entender que nada deberia hacernos volver a lo mismo.
No se si los golfos que nos dirigen actualmente, de todos los signos, saben de lo que estoy hablando…
De lo que se trata, Pitufa es de buscar la justicia terrena mientras está en nuestra mano (y a estas alturas lo que es de justicia es reivindicar la verdad) y dejar la Divina en manos de Él. Si en el último momento de su vida se arrepintió de sus crímenes y la Misericordia Divina le alcanza, hay que celebrar que será el Enemigo el que pierda un alma.
Por supuesto, será Dios quien le juzgue, no nosotros, y Él sabrá si le corresponde aplicar Misericordia en su Justicia.
Kikás, yo sí me siento orgulloso de un bando, lo que no quita para que me sienta orgulloso igualmente de combatientes del otro o avergonzado de elementos del mío. Yo sí estoy convencido de que el Alzamiento no es que fuera bueno, es que era necesario, entre otras cosas para evitar que 15 días después Stalin se implantara plenamente en España, como estaba previsto.
Dicho lo cual, hace 35 años hubo quien entendió lo que tú dices y hubo quien se posicionó, con bonitas palabras de reconciliación, donde sus jefes le indicaron para intentar sacar el máximo provecho, y desde entonces llevaba 35 años diciendo que el bueno era él y que teníamos que haber juzgado a quienes libraron a España de sus planes estalinistas.
Muchas veces pienso que no entendemos nada. Mi bisabuela sufrió la muerte de su marido y de cinco de sus hijos y en su lecho de muerte, con todos sus sentidos conservados, exigió de sus descendientes allí reunidos (incluidas las cinco viudas de sus hijos y 12 huérfanos) que perdonaran y olvidaran.
¿Voy yo a ser menos, sin haber visto más que la callada melancolía de mi abuelo?
Bueno, a mí la muerte de Carrillo me la pela, como me la peló en su momento la de Fraga o la de Blas Piñar, dicho sea sin acritud ninguna, sino con toda la indiferencia que da la distancia tanto ideológica como temporal como generacional.
«Anda, mira, se ha muerto Carrillo. Vale» y paso a leer la dimisión de Esperanza Aguirre, que me interesa más.
En fin, que prefiero gastar mis odios en gente como los Bardem, el imbécil de Willy Toledo, Fernandisco y Cristiano Ronaldo.
Saludos salvajes.
Vale, colega… ¡pero no mates a Blas Piñar!
Fuego, de acuerdo… pero el perdón no puede llegar hasta ocultar la verdad. Una cosa es no hablar de ello y otra poner en la peana del santo al asesino.
ah, coña, ¿sigue vivo? bueno, perdón.
Amén
Pues que quuieres que te diga. Esta claro que no esta bien celebrar la muerte de nadie, pero en mi caso particular, y teniendo en cuenta que tengo 2 familiares por parte materna asesinados y enterrados en paracuellos, he descorchado una botella de champan frances para celebrarlo. Lo unico que siento de verdad es que no haya sido juzgado por sus crimentes y haya muerto en su casa y no en prision.
Fernando, entiendo lo que dices, pero no perdamos de vista que la muerte de Carrillo no arregla sus crímenes.
Amén. Lo has bordado, Gonzalito
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