Como de costumbre, corriendo porque llegábamos tarde. Aparqué el coche y mientras me bajaba, la sensación me invadió.
La combinación del sonido de las campanas llamando a misa y aquel olor me hizo cerrar los ojos y me trasladó sobre montones de kilómetros y de años. Y me hizo sentir la presencia de aquellas cuestas, de aquellos pilones… de aquella vuelta del ganado al pueblo, de aquella venida desde el monte…
En veinte segundos se arremolinaron tantas sensaciones, tantos recuerdos, tanta nostalgia de tiempos lejanos… En veinte segundos. Sólo veinte segundos. Los que tardó mi hija en bajar y, tirando de mi mano, exclamar «Jo, papá, vamos, que huele a caca de cabra».
Cagüenlamar con las nuevas generaciones y su falta de perspectiva.
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A mí, ese olor, también me recuerda a los veranos en casa de mis abuelos paternos. Es muy curioso lo de los olores y los recuerdos.
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