Yo no soy jurista, Baltasar. Ni puñetera falta que me hace para saber que lo tuyo, jurídicamente, no hay por dónde cogerlo. Así que no voy a perder el tiempo en exponerte razones que de sobra conoces.
¿Cual es, entonces, tu intención? Lo primero que se nos ocurre es tu egocentrismo, tu egolatría, tu soberbia y su divismo. Tus ganas, en suma, de ser el niño en el bautizo, la novia en la boda, el muerto en el entierro. El muerto en el entierro. Maldita comparación. Aquí hay otros muertos que te quitan el sitio, ¿verdad, Baltasar? Sí, eso es lo que al común de los mortales se nos ocurre que te mueve. Tus ganas de salir en los papeles. Llevas ya demasiados fracasos judiciales, ahí están los archivos, debidos a tu ineptitud como juez instructor, para saber que esto no llegará a nada. Eres incompetente, Baltasar. Según muchos, para la judicatura en general. Pero de todas todas para un caso como éste. Además nuestro derecho no permite la apertura de causas generales. Y lo sabes. O quizá no, a ti qué mas te da lo que la ley permite, si a ti lo que te importa es ser la diva.
Pero me asoma una duda, ¿sabes, Baltasar? Se me ocurre que no es ni por que eres tonto -que lo eres- ni por afán de notoriedad -que lo tienes- por lo que remueves esto.
Creo firmemente que eres parte de un plan más grande. Lo que no sé es si eres consciente de ello o sólo un engranaje que no sabe que lo es.
El presidente Zapatero, por encima de su palabrería hueca y sus estupideces, tiene una aspiración máxima que no ha escondido jamás. Simple y llanamente, ganar una guerra que su partido perdió hace 70 años. Y para ello por un lado está dispuesto a remover lo que haga falta, y por otro mantiene contra viento y marea, y sobre todo contra la cruda realidad, una fantasía que su ignorancia, su ausencia de la realidad y su estúpida sensación de superioridad moral sobre el mundo le han hecho construir, presentando al estrepitoso fracaso que significó la II República Española y al nefasto y criminal papel que su partido jugó en su derrumbe como si hubiera sido un mundo feliz y perfecto.
Y aquí entras tú, Baltasar. La opinión pública ya la tenía controlada, pero el plan del presidente necesita un justiciero que le dé una patina de oficialidad a su mundo feliz.
Insisto en que lo que no tengo claro es si tu participación en el plan presidencial es orquestada o simplemente, en medio de los coros polifónicos de la giliprogresía dominante, te has sentido llamado a darle esa oficialidad por tu propio impulso.
Quiero hacer aquí una aclaración que quizá debí hacer al principio. En condiciones normales me dirigiría a ti llamándote Sr. Garzón, Sr. Juez o Señoría. Porque me queda una cierta dosis de urbanidad. Pero me lo pones muy difícil, Baltasar. Alguien que falta el respeto constantemente a quienes te pagamos el sueldo y a quienes debes defender, no merece que le tengamos demasiado. Así que te llamaré Baltasar, y entenderás que cuando cito tu apellido, a veces por un lapsus te lo cambie por Bufón.
Retomemos el hilo. Vuestro plan, o el del Presidente al que tú te unes, le falla el análisis. Y es en la reacción.
Ese plan es la coronación de un desgaste prolongado llevado a cabo durante décadas por algunos, basado en proclamar que todo lo que tenga que ver con el franquismo es malo, que sus logros no existieron e ir sembrando en las nuevas generaciones que la II República era un paraíso de libertad, democracia y progreso tirado por la borda por unos generalotes y por orondos banqueros y señorones. Esa caricatura al final acaba calando, y la gente incluso niega que contra esa idílica república es el mismo PSOE el que se levanta para destruirla, o que el pistolerismo comunista arrastraban sin remedio hacia una revolución de tipo soviético que hubiera convertido a ese paraíso en las idílicas Polonia o Rumanía de los años 50, 60, 70 u 80, tal y como se refleja inequívocamente en los archivos soviéticos, o tal y como denunciaron por ejemplo algunos socialistas moderados viendo como la II República, que respondió a un ansia de cambio de la sociedad española y que se presentaba como una oportunidad histórica para el avance de todo un país se fue al traste mucho, muchísimo antes de que muchos españoles decidieran tirarse al monte precisamente para intentar parar esos desvaríos ahora presentados como ejemplo de libertades.
Me disperso. Decía que ese plan no es más que el remate de la situación de reprogramación y lavado de cerebro comunitario. Y hay gente, posiblemente cada vez menos, que se resiste a esa lectura simplista, pero toman íntimamente la decisión del «vamos a dejarlo, no merece la pena», y sólo sacan en tema en círculos cercanos, de manera amistosa y sin ir a buscar al que piensa lo contrario a recordarle lo malos que eran sus abuelos rojos porque ese que piensa lo contrario es nuestro vecino, lo que pasó, pasó entre nuestros abuelos, y hora es de mirar a nuestros hijos y nietos.
Pero claro, hasta ahora esa gente se podía cabrear más o menos viendo un documental de la tele o escuchando a algún iluminado decir barbaridades en un debate, como el irlandés ese renegado a inglés y recalado en Andalucía, que lleva años diciendo barbaridades sin que nadie le tome en serio más que los que desvarían tanto como él.
Pero resulta que llega un momento en que ese imbécil no sólo es que diga o escriba barbaridades, lo que con no leerle o prestarle atención se soluciona; es que esas barbaridades se proclaman como verdad oficial. Es que llega el momento en el que aquel que sí sabemos que manchó sus manos de sangre es encumbrado y homenajeado públicamente por el gobierno en pleno. Es que llega el momento en que viene una ley a decirme que ojo con el cuadro del bisabuelo que tengas en el salón, que si se ve públicamente puede ser delito contra la memoria histórica. Es que llega el momento en el que aquí mucho cuidado con qué bandera tenemos en casa, aunque sea recuerdo de la mili, mientras el que viene a fiscalizarme esa bandera lo hace con otras que sí que son preconstitucionales porque son de otros colores, o lucen con toda la pachorra hoces y martillos, símbolo de los mayores genocidios de la historia.
Y claro, esos que llevan años callados, porque entienden que es contraproducente sacar odios y rencores de hace 70 años, por más que tengan una idea muy clara de lo que pasó que no encaja con la que les venden, pues ahora se encuentran que vienen a decirle lo que pueden pensar, lo que deben y no deben recordar, lo que le tiene que explicar a sus hijos de que uno de sus tatarabuelos era muy bueno y otro era muy malo, y tiene que dejar que a esos hijos suyos les cuenten que los que perseguían a su tatarabuela por ser cristiana o mataron a un tío abuelo suyo por ser cura no los perseguían por maldad, sino para defender la democracia. Y que los malos, malos eran sus bisabuelos que detenían a la gente que quemaba iglesias y violaba monjas como expresión de la libertad y la democracia…
Y entonces, Baltasar, es cuando vuestro plan se encuentra con algo que no esperabais. Con que esa gente, hasta ahora silenciosa porque pensaba que no merecía la pena remover historias pasadas y convertirlas en personales, llegue un día a darse cuenta de que les tenéis hasta los mismos y te recuerde tu casta, a ti y al presidente, y al anciano asesino homenajeado, y al irlandés renegado, y a tanto indocumentado que viene a decirme que lo que mi abuela me contó de cómo saltaba una tapia huyendo de milicianos que querían matarla a ella y a mi padre siendo un bebé no tengo que creerlo, o que si eso ocurrió era por defender la libertad y la democracia. Y os plante cara porque los tengáis hasta los pelendengues. Y se cansen de escuchar a un imbécil, con toga, con escaño o con cámara de TV echar mierda sobre su familia, sobre sus recuerdos, sobre su pasado y sobre su propia vida. Y entonces, esa gente tranquila que aceptó y tragó eso que les vendisteis como transición, diga: Hasta aquí. Ni una mas. Y el próximo que insulte a mi abuelo, se va a cagar.
Y ¿sabes, Baltasar? Entonces uno piensa cómo hacerte ver la realidad, y cómo advertirte, si dirigiéndose a ti con la solemnidad del tratamiento que requiere tu toga y tus puñetas, «señoría, le ruego que…». Pero no, no me convence. Así que como habíamos quedado en que a ti no hay quien te respete después de tanto ridículo, pues entonces nada. Mejor me dirijo a ti con el respeto exacto que mereces a ver si te das cuenta: Baltasar, gilipollas, vete a la mierda.
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