Siempre me ha parecido bastante lamentable el nivel medio de inglés del personal al terminar los estudios obligatorios. El ejemplo más claro es que yo, que tengo serias dificultades en seguir una película o una canción en inglés, solía ser de los que mejor nivel de inglés tenía entre mis amigos. Veo que, pese a los alardes y las proclamas autocomplacientes de los encargados de la política de educación (sí, ya se que eso en España no existe, pero sinvergüenzas cobrando por ello, hay una jartá) la cosa sigue parecida, y los que se van incorporando al mundo laboral y con los que coincido, mantienen un nivel subterráneo en inglés.
Ya de otros idiomas ni hablamos. Bueno, es una de las muchas, muchísimas cosas que hacen que nuestro sistema educativo sea incomparable… por lo infame. Pero no me parece que sea el más grave y hay muchísimas otras cosas a mejorar antes de ésta. Pero desde hace años me sorprende que el nivel sea el que es… y que el personal sea como es. Porque el mismo personal que es absolutamente incapaz de entender un libreto de instrucciones técnico o leer media página de una novela en inglés, parece primo segundo del Príncipe de Gales cuando asoman a la cartelera de cine, o cuando navegan por internet, o cuando van a la compra.
Me explico: Como decía, tengo un nivel de inglés que a mi me parece bajo pero que desgraciadamente constato casi a diario que es de los mejores de mi entorno. Sin embargo, no paro de recibir correcciones y burlas (cariñosas, eso sí) cuando hablo y hago referencia, por ejemplo, a Google, a Firefox, a las pilas Energizer, etc. Por que precisamente digo eso: Google, y no gúguel. Firefox (o en sevillano, firefó) y no fairfox. Energizer y no eneryaiser. Y si digo que a lo mejor voy al cine a ver Terminator 4 en lugar de «termineitor salveichion» me collejean directamente. A todo el mundo le ha dado por pronunciar exquisitamente todos los barbarismos y nombres comerciales que nos invaden y encima se mueren de la risa cuando uno las lee tal cual.
¿Saben aquella anécdota que se cuenta, no recuerdo de quien, que dando una conferencia nombró a Shakespeare pronunciándolo tal como suena (cha-ques-pe-a-re) y entre el despiporre general, un alumno le hizo el favor de explicarle que la pronunciación correcta era «chéspir», a lo que el conferenciante contestó completando la conferencia en un correctísimo inglés, que casi ninguno de los risueños oyentes fue capaz de seguir correctamente?
Pues esto, a diario. Centenares de profesionales con su formación terminada con nota que si fueran abandonados en la estación King’s Cross con el encargo de preguntar la hora a la que pasará el próximo tren con destino Liverpool acabarían muriendo de hambre allí mismo, se te deshuevan al oirte decir «go-o-gle», «fa-ce-boc» o «O-ut-loc» en lugar de «gúguel», «feissbuc» o «Autluc». La cosa no es nueva, y la manía de la «perfect pronuntiation» va en aumento. Además hemos pasado de titular las películas anglosajonas como al distribuidor le saliera de las narices sin que el título español tuviera nada que ver con el original, a dejar las películas con su título en inglés, en el 80% de los casos sin que ni el tato sepa lo que significa. Yo en un principio concluí que el problema era que antes leíamos textos en inglés y los pronunciábamos tal cual mientras que ahora nadie lee nada y lo que suenan son los anuncios hablados. Puede ser. Pero es que no se trata ya únicamente de las películas o los productos que nos vienen de fuera. Es que la propia producción local compite por ver quien parece más de Oxford o de Cambridge.
Así, vemos como Julia Otero nos vende la bondad de una galleta exponiendo como razón el ser de una marca de tanta confianza como Fontaneda, mientras compone lo mejor de lo que aprendió al sacar su First Certificate con un forzadísimo «nadie hace las DI-YES-TIF como Fontaneda». O el vendedor de pilas, que nos reprende cuando uno lee «e-ner-gi-zer», y con tono de profesor pelirrojo y pecoso corrige «e-ner-yai-ser». Y para colmo, la voz en off de Disney Channel pretende que mi hija vaya a ver «Younas broders, de zrí dí counsert icspírienss» en lugar de «el concierto de los jonas en tres dé». Que ya son ganas de complicar la cosa.
Pues mire usted: Si no es capaz de leer y entender al menos un par de páginas en versión original de Chéspir, a mí no me toque los mondongos y déjeme de «autlucs», «gúguels», «fairfocs»» o «emtivís», que yo ahí leo lo que pone: «o-ut-luc», «go-o-gle», «fi-re-fox» y «emeteuve». Y visto lo visto, me compraré unas galletas chiquilín, que esas sé como pedirlas en la tienda sin tener que llamar a Francis Macius y ensayar antes para no parecer tonto.
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Veri gud, as olgüeis.
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