Vamos tirando

Hace unos días me encontré con una noticia curiosa en la prensa. Decían que prestigiosos científicos de no se qué universidad, de esos que deberían constituir la PICADERO (Plataforma Internacional de Científicos Aburridos Dedicados a Estudiar Rarezas Omniculturales) estaban considerando seriamente el clasificar la cerveza como una de las mejores bebidas isotónicas, ideal para reponerse después de un esfuerzo, lo que hay que añadir a otras cualidades ya descritas de la misma como su poder antioxidante o reforzador del sistema inmunológico.

Manda huevos. Toda la vida pidiendo una cerveza cuando uno está eslomao y tienen que venir unos tíos en bata blanca a decirme que cuando llegue sudando y cansado a casa tengo que ir pensando en tomarme un botellín en lugar de una bebida de colorines que no sabe a nada ni se conocen sus componentes. Anda, hijo, y tanto estudiar para eso.

Pero esta reflexión, este lamentarme por la triste vida de estos investigadores que han necesitado un laboratorio para descubrir lo evidente, me llevó a otra.

Un servidor de ustedes tiene un tipo que no podría definirse como de top model. De hecho suelo decir que estoy en plena forma, pero en forma de botijo. Y el comentario que recibo es siempre el mismo: La tripa cervecera. Y no es cierto. Que sea cervecera, me refiero. Porque mi afición a la cerveza -que tampoco es una cosa desmedida, no vayan a creer- comenzó con mi talle ya fuera de todo control.

Pero lo que me hace gracia es el sambenito que le han colgado a tan refrescante y ahora parece que oficialmente sana y reconfortante bebida. Resulta que con bastante frecuencia como en la oficina. Suelo traer comida de casa y para beber, agua fría. Hay otras veces que comemos menú en el bar de abajo y otras que pedimos comida para traer aquí.

Cuando optamos por esta opción (no, nunca en hamburgueserías, habitualmente aquí), es habitual que otros pidan el menú completo con su refresco pero yo pida únicamente la comida, sin bebida. Suelen preguntarme y siempre contesto lo mismo: Para comer, agua, vino o cerveza. No me gusta comer con refresco, y no se deben llevar bebidas alcohólicas a la oficina, así que le daremos al grifito de la «fuente fría». Pues en el 80% de los casos, ante esa respuesta mía hay quien hace referencia a la gordura, a la tripa, a la forma física. Y es curioso. Porque nadie hace esas observaciones despectivas cuando -como ocurre a menudo- alguien come con una bebida gaseosa de cola, por más señas con la etiqueta roja y que se atribuye ser la chispa de la vida, cuando eso sí que es una bomba hipercalórica equivalente a enchufarse varias cucharadas soperas de azúcar.

Eso sí que no habrá científico en el mundo que lo defina como saludable. Pero ahí la tienen. La chispa de la vida, causante de no pocas úlceras y subidones de tensión y de azúcar. Y los que llevamos años bebiendo líquidos isotónicos con espuma somos los que cargamos la mala fama. Hay que fastidiarse. Con jota.