Vamos tirando

Desde el coche, intentando salir de Triana por la Calle Castilla antes de que Alfredito Buena Gente y sus secuaces me conviertan aquello en una ratonera, con el agobio del llegar tarde a la oficina por haber llegado tarde al colegio a dejar a las niñas, le vi venir. Embutido, casi aprisionado en unos raídos pantalones de cuadros, con una cazadora de color indeterminado abrigándole el cuerpo, unas gafas de sol y un sombrero de paja en el que a modo de cinta llevaba un gran trozo de espumillón rojo cuyos extremos colgaban y caían por sus hombros. Las manos las llevaba semiabiertas y ligeramente adelantadas, como a punto de abrazar la cintura de la pareja del baile. Con parsimonia y una sonrisa despreocupada atravesaba la lluvia fina de esta mañana. Tras los pocos segundos que lo tuve a tiro de ojo, me alejé pensando «ojú, vaya colgao«.

No vi lo que ocurrió después. Pero una vocecita me lo ha contado: Se paró, se quitó las gafas de sol para sacudir de sus cristales las gotitas de lluvia y miró mi coche alejarse. Pudo adivinar cómo me movía, inquieto, intentando adivinar porqué no avanzaba el tráfico, mientras miraba impaciente el reloj. Levantó la cabeza y así la mantuvo un rato, con los ojos cerrados, sintiendo el placer de la lluvia fina en el rostro. Luego se volvió a colocar las gafas y se alejó, con su parsimonia, su sonrisa y su espumillón, pensando «ojú, vaya pringao«.