Skip to content

Las fotos

Las voy pasando una a una, despacio, hacia adelante y hacia atrás, sintiendo el tacto y el olor característico que tienen. Y las miro viendo mucho más que la imagen que me entregan.

Después de decírmelo miles de veces, mi santa esposa me hizo sacar la «vieja» cámara de fotos, terminar el par de disparos que le quedaban al carrete, y llevarlo a revelar. Además, en el estuche había otro rollo ya usado que se quedó ahí, sin revelar, esperando a que termináramos con su hermano para llevarlos juntos.

Y así se hizo. Y cuando cogí los dos sobres y empecé a pasar una tras otra las decenas de fotos, me invadió un toque de tristeza y melancolía. Esa sensación pasando las fotos en papel sujetando con cuidado para que mis torpes dedazos no se queden marcados afeando su brillo en lugar de con un botón en una pantalla me trajo miles de recuerdos y una reflexión.

Sí, ya se que las fotos se siguen sacando en papel, y que tiene la gran ventaja del poder elegir, y que los costos son mucho menores porque se pueden ver antes y quedarnos sólo con las que nos gustan y todo eso. Pero no es lo mismo.

Y recordé por ejemplo la bolsa llena de carretes disparados (veintidós) que traje de nuestra luna de miel, y las tardes que pasamos viendo aquella cantidad de fotos, identificando los sitios y los momentos. Y la cantidad de álbumes llenos de recuerdos que iban poblando la estantería. Y cómo el último de esos álbumes hace ya años y años que se compró. Y la emoción de repasarlos frente a la frialdad de abrir una carpeta en el ordenador, perfectamente ordenadas por fecha y situación, para ir directamente a por la imagen buscada, que ya conocemos de sobra por el salvapantallas. Que sí, que en papel siguen sacándose fotos, ya lo sé. Pero no es lo mismo.

Y recordar las veces que, escogiendo el momento, saqué mi vieja cámara, cuidando de no gastar más fotos de la cuenta, que sólo tenía un carrete de 36 y debía durarme todo el verano porque no tenía ni un duro más. Y la emoción cuando dos meses después de la primera foto, tras varios días de espera para que estuvieran listas en la tienda, podía echar mano al fin de aquel taco de fotos, cuadradas, en blanco y negro, pequeñas… en las que buscaba y rebuscaba trazos de aquella aventura, de aquel recuerdo… y por qué no, también de aquellos ojos y aquella sonrisa. Cuántas desilusiones al no ser capaz de encontrar más que desdibujadas sombras, borrosos ojos cerrados o cabezas vueltas hacia una inoportuna distracción.

Hoy las cámaras digitales nos traen tantas ventajas… ese poder asegurarnos que hemos recogido lo que queremos, el hacerlo tantas veces como queramos porque no hay problemas de espacio en nuestra tarjeta de memoria, ese retoque que mejorará la luz, el contraste o el color, o que eliminará cualquier detalle que no encaje con la imagen que queremos conservar…

Sí, claro, tantas ventajas. Claro, para nosotros hoy no hay más que ventajas.

La inmediatez, lo tenemos todo y ya, eliminando no sólo la espera sino las ilusiones que esa espera conlleva, y las desilusiones que encontramos al final de la misma pero de las que tanto aprendimos.

La búsqueda de la perfección, eliminando de esas imágenes todo lo imperfecto como quisiéramos hacerlo de nuestras vidas, perdiendo entonces la perspectiva de que la imperfección es parte fundamental de las mismas.

La posibilidad de selección, puliendo nuestro alrededor para obviar aquellos detalles que no queremos guardar en el recuerdo, convirtiéndolo así en algo sesgado, incompleto y por tanto irreal…

Vuelvo a oler las fotos, y pierdo mis ojos en la mirada azul que mi hija me envía, apareciendo entre los árboles, desde la primera de ellas. Sin dejar de agradecer la sorpresa de encontrarme de repente y sin esperarlo con la ilusión inocente de una niña feliz y pequeña que disfruta de la excursión con su padre y su abuelo mientras ignora que esa imagen no verá la luz hasta que en ella empiece a aparecer, casi tres años después, el angustioso desasosiego de la preadolescencia.

No me negarán que no. Que no es lo mismo.

3 Comments

  1. Pitufa wrote:

    No es lo mismo. Esa sensación de abrir el sobre y no saber lo que te vas a encontrar, para bien y para mal. Eso, no tiene precio.
    🙂

    jueves, junio 17, 2010 at 17:17 | Permalink
  2. Kikas wrote:

    ¿Preadolescente?
    ¡¡¡No te queda nada!!!

    jueves, junio 17, 2010 at 19:24 | Permalink
  3. Gonzalo wrote:

    Lo sé, lo sé.

    Pero a estas alturas estoy empezando a aprovecharme, porque ya tengo una posición que me permite decirle a los demás lo que mi querido V. me lleva diciendo muchos años.

    Él tiene los niños ya mayores, ventipocos y diecimuchos, y cada vez que yo le contaba algún problema que tenía con la tropa, él me dejaba acabar, me miraba compadeciente y me decía: «Gonzalo, no te pongas así que no merece la pena, te aseguro que todo lo que queda por delante… es peor.»

    Ahora hago yo lo mismo con compañeros que tienen niños de 2, 3, 4, 5 años… Y oye… se disfruta.

    viernes, junio 18, 2010 at 1:55 | Permalink

One Trackback/Pingback

  1. Bitacoras.com on jueves, junio 17, 2010 at 16:38

    Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: Las voy pasando una a una, despacio, hacia adelante y hacia atrás, sintiendo el tacto y el olor característico que tienen. Y las miro viendo mucho más que la imagen que me entregan. Después de decírmelo miles de veces, mi …

Post a Comment

Your email is never published nor shared. Required fields are marked *
*
*