Antes de empezar, me gustaría dejar clara una cosa. A escribir esta modesta entrada me mueve, por encima de cualquier otra circunstancia, la Ley de Memoria Histórica y toda la política de reescritura de la Historia de España puesta en marcha por nuestro gobierno y la giliprogrez imperante. En otras circunstancias, no lo haría. Escrita esta nota preliminar, empiezo:
13 de julio. Tal día como hoy, hace 74 años, un diputado en Cortes, José Calvo Sotelo, era asesinado de dos tiros en la nuca y su cuerpo abandonado en el Cementerio del Este, en Madrid. El autor material de los disparos se llamaba Luis Cuenca, y era escolta del socialista Indalecio Prieto. El jefe del grupo de asesinos fue Fernando Condés, capitán expulsado de la Guardia Civil por su participación en el golpe de estado orquestado por el PSOE en 1934 y reincorporado después del fraudulento triunfo electoral del Frente Popular en 1936 como jefe de la unidad motorizada, cuerpo que actuaba como guardia pretoriana de Indalecio Prieto. Como segundo en esta «misión», acompañaba a Condés José del Rey, escolta de la diputada socialista Margarita Nelken. La propia Nelken cobijó después en su casa a los asesinos.
Sobre esta «señora» sin duda han tenido ustedes información en los medios de comunicación ya que se le presenta como ejemplo de mujer progresista y una de las iniciadoras del feminismo en España. Fue, junto con Victoria Kent, una de las voces más radicales en contra del voto femenino, al entender que la mujer española no estaba preparada para ejercer el voto. Además, distinguía entre dos tipos de mujeres: Las feministas y las «hembras de los señoritos», que «debían ser exterminadas».
Días antes de este asesinato, el diputado del socialista Ángel Galarza, posterior creador de las checas de Madrid e instigador de la represión roja, le espetó en el mismísimo Congreso de los Diputados: «Pensando en Su Señoría encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida» mientras la diputada Dolores Ibárruri, asesina estalinista que cuenta con no menos de diez calles en España, jaleaba «Hay que arrastrarlos». La misma «Pasionaria» que un mes antes, tras una intervención de José Calvo Sotelo en el Congreso, exclamó «este hombre ha hablado por última vez», según relató después Josep Tarradellas.
El asesinato de Calvo Sotelo, al que no acompañó otro político derechista como Gil-Robles porque esa misma noche cuando fueron a buscarlo a su casa se encontraba en Francia, a manos del propio aparato del Estado e instigado y alentado por los propios dirigentes del país, aceleró una situación insostenible que llevó al Alzamiento -llámenle golpe, si quieren, que yo lo seguiré llamando así- del 18 de julio.
La tragedia de la guerra cayó sobre España. Pero desde luego, no para acabar con un modélico régimen de democracia y libertad que esa repugnante Ley de Memoria Histórica quiere presentarnos, sino como espita de escape de un insostenible régimen de terror y radicalismo impulsado por sus propios gobernantes.
¿Quieren memoria? Aquí les dejo una dosis. Es toda suya, Señor Presidente y Señor Ministro de Justicia:
«Decimos, señor Lerroux y señores diputados, desde aquí, al país entero, que, públicamente contrae el Partido Socialista el compromiso de desencadenar la Revolución»
Indalecio Prieto. PSOE.
«¿Programa de acción? Supresión de todas las personas que por su situación económica o por sus antecedentes puedan ser una rémora para la Revolución.»
Francisco Largo Caballero. PSOE.
Esta era la democracia de la II República y la de su democrático partido. Para salvaguardar su honorabilidad es para lo que cagaron redactaron su Ley de Memoria Histórica.
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El problema de estos salvapatrias de pacotilla es que para ellos la Historia empieza desde la Guerra Civil, sólo con las barbaries cometidas por un bando por supuesto, y en ello han encontrado su razón de ser. Un claro ejemplo de la progresía hipócrita que tenemos lo estamos viendo estos días con la boda del superprogre Javier Bardem en las Bahamas, y seguro que con unos gastos de lujo, en puesto de casarse en un juzgado de por aquí y convidar a sus camaradas en una cochera con unas litronas. Así también sé yo de dármelas de defender a los pobres pero viviendo a cuerpo de rey.
Un saludo.
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