Vale que he empezado muy tarde, pero me sorprende que me oscurezca trabajando en el jardín. Extrañado, miro al cielo. Las nubes y el bochorno me hacen caer goterones de sudor por la barba. Sin merar el reloj caigo en la cuenta. Terciamos agosto. Se alejan poco a poco los días largos de julio, y sin solución nos vamos puliendo el verano.
Los larguísimos veranos de antaño son sólo un recuerdo lejano, y ya tan sólo aspiramos a quemar unas semanas más antes de volver a la rutina otoñal y volver a maldecir alcaldes y atascos.
Incluso nuestros veranos se hacen rutinarios ahora. Apenas 5 ó 6 días habré ido a la piscina con los niños, ni una escapada a ningún sito fresquito. El horizonte es entregar en tiempo los trabajos, pasar unos días en la casa familiar de la playa, preparar uniformes, vuelta al cole, velocidad de crucero…
Y quemar un año más, un año menos, una oportunidad que se aleja con cada año que sumamos, con cada mechón blanco que aparece, con cada esfuerzo adicional que encuentro en lo que antes hacía sin cansarme.
Terciamos agosto, y en el recuerdo los cumpleaños de mi madre en casa de los abuelos, en la que llevábamos una eternidad disfrutando el verano, al que le quedaba otro tanto. Los platos y vasos translúcidos arcopal, los guisos sin sal, el pan hueco, la fuente con fruta recién cogida, las tartas caseras, las riñas de la abuela al abuelo para que no tomara más dulces… Los bocadillos de chorizo para la inmensa tarde, las subidas a la peña para allí comerlos oteando el horizonte. El horizonte de bojs y brezos, con olor al tomillo silvestre, observando cómo de cierran los bosques allá al sur, detrás de la ermita de Tómalos. Y la seguridad absoluta de que aquél es el horizonte de nuestras vidas, de nuestro futuro, de nuestro sueño.
Mediaremos agosto y al recuerdo volverán las noches en el estanque, mirando al cielo desde el que San Lorenzo nos llora sus perseidas por millones mientras nuestros ojos de niño se abren más y más al contemplar el espectáculo.
Morirá agosto y en el recuerdo latirá aquellas tardes malditas en la que buscábamos una excusa para alargar el momento, y que siempre acababa en aquella angustia contenida, evitando con esfuerzo las lágrimas ante la mirada de las hermanas mayores, mientras perdemos la vista en la luneta trasera que con los giros del Iregua nos va arrancando la misma vida de nuestros ojos mientras nos juramentamos para volver cuánto antes.
Y un día, cuando volvimos, el horizonte no eran brezos sino antenas de móviles. No eran pastos sino casas adosadas. No había excursiones sino fiestas. No había bocadillos de chorizo en el monte sino copas en el bar. No había sueños y futuro, sólo cansancio y presente.
Si algo de esto les suena familiar, no se lamenten por sí mismos. Miren a sus hijos. No dejen que se les escape vivo. Si se paran a saborearlo, al menos a ellos les queda agosto suficiente.
9 Comments
Haz unas oposiciones a profesor y así tendremos 2 meses para disfrutar y no sólo 3 semanas.
Así podrás decir que lo ideal son 2 semanas de vacaciones al año y que está mal visto cogerlas de golpe 😉 😛
Buenísimo. Un aplauso. Cuántos (y qué buenos) recuerdos…
No, pitu, no estoy hablando de nuestras vacaciones. Que me emocione recordar eso y mil recuerdos más que me guardo es algo que tiene poco remedio.
Lo que reivindico es vacaciones de verdad para los niños de ahora. Me da una pena inmensa verles aburridos, sin hacer nada, al ritmo del trabajo de sus padres, o en eso que llaman escuelas de verano, que son una putada hecha para que los padres puedan seguir a lo suyo…
Gracias museros, el que tiene recuerdos de ese tipo tiene un tesoro guardado para contar a sus nietos…
Lo que me he preguntado muchas veces es el porqué del cambio en la percepción del paso del tiempo. ¿Por qué cuando era pequeño los agostos en Rota eran interminables y ahora pasan los veranos como el Ferrari de Alonso? ¿Ein?
No es sólo el mes de agosto, yo recuerdo que salía del cole a las 5 y media, llegaba a casa, merendaba viendo los Payasos o Barrio Sésamo, hacía los deberes y salía a jugar un buen rato y todavía volvía un rato antes de la cena (que era más o menos temprana).
Ahora si llego a esa hora a casa, antes de darme cuenta es la 1 de la noche, estoy recogiendo la cena y me falta por tirar la basura y ducharme.
Sobre eso hay varios estudios psíquicos, pero para mí la diferencia está en que si tú afrontas cada día como una aventura, con mil cosas por hacer (aunque luego hagas sólo una) y viviéndolas a tope, te llena mucho más que si estás engranado en una rutina machacona en la que por muchas horas que pasas haciendo lo mismo, al no experimentar nada nuevo no te deja marca de haber pasado ese tiempo haciendo nada.
Pues mis tres hijas han estado un mes entero en mi pueblo, ahí en la Cordillera Oretana, sin otra cosa que hacer que correr, saltar, desollarse las rodillas y nadar muchas horas en la piscina. Las mellizas han crecido cinco centímetros de altura (y otros cinco de contorno) este verano, gracias a los buenos alimentos de su abuela.
Y yo haciendo turismo de interior: Córdoba, Zaragoza, Málaga (ahí también de interior, porque la playa daba asco) y Toledo, en hoteles de cuatro estrellas a cincuenta euros la noche (algo bueno tiene que tener la crisis). Sin olvidar los quince días que hemos pasado solitos los dos en nuestra casa belga, donde el sonido más estridente era la risa de mi mujer.
Todavía es posible, por lo menos para algunos privilegiados que viven en Europa.
Suerte la de tus hijas, qué bien pintan esas vacaciones que cuentas.
Eso sí, ya que andabas por Oretania y Turdetania, te faltó pasar por el avituallamiento y te hubiera llenado el depósito. De Cruzcampo, claro.
😉
Pues de verdad que lo pensé pero decidimos no quedarnos un par de noches en Sevilla y nos fuimos directamente a Córdoba, donde tengo familia, desde el aeropuerto.
Pero todo se andará y si tiene que ser Cruzcampo, Cruzcampo será. A mi no me gusta luchar contra la realidad, porque la realidad es de Dios y Sevilla de Cruzcampo.
Saludos.
Hombre, tampoco soy fundamentalista absoluto. En mi casa siempre hay Cruzcampo normal y corriente. Normalmente hay Cruzcampo etiqueta negra y VollDamm. Con bastante frecuencia Alhambra especial, y algunas veces Export. Ocasionalmente pillo Guinness, Quilmes, alguna checa, … Y si voy a Portugal me proveo de Sagres.
Mahou compré una vez por una jarra que regalaban y desde luego nunca más. No me extraña que los madrileños tomen los churros (para vosotros, porras) fríos y el jamón en tacos. Si su patrón cervecero es ese, tienen que tener el sentido del gusto totalmente ido.
Bueno, tambien hay Káliber, pero prometo por mi conciencia y honor que es para uso exclusivo de mi esposa o para algún mariquita que venga de visita, y que yo jamás tomo esas marranadas.
Eso sí, si es en un bar en Sevilla date por Cruzcampizado.
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