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Reflexiones ante el cuadernillo

Me cuesta trabajo cumplir el compromiso que adquirí conmigo mismo cuando empecé la bitácora. Se trataba de tener un cuadernillo de apuntes, como el que utilizaba cuándo no lo iba perdiendo todo, para anotar en él reflexiones y vivencias.

El destinatario de este cuadernillo soy yo. Con la puerta abierta para que cualquiera lo ojee, sí, pero definitivamente destinado a mí. Esa puerta abierta implica que por recelo o pudor muchas cosas se queden en la carpeta de borradores sin que jamás se publiquen, pero no debería impedir que publicara cosas por el simple hecho de pensar que no le interesan a nadie. Ya lo sé que no le interesan al resto de la Humanidad. Pero sí a mí, por lo que tienen sitio en mi cuadernillo.

O deberían tenerlo. Hay varios asuntos que tengo ahí, pendientes, a medio hacer, que no me decido a abordar en profundidad porque me frustra bastante el pegarme un buen rato tecleando para al final decir «no, esto no». Me ha pasado ya en varias ocasiones. La lectura pausada de lo escrito de un tirón me enseña detalles en los que no he reparado mientras tecleaba. Y me plantea preguntas. Preguntas que no encuentran respuestas en lo escrito. ¿Es causa justificada ésta para no publicar la entrada? Me respondo impulsiva e irreflexivamente. Claro. Si escribo sobre algo es para dar una respuesta a lo planteado. Aunque sea consciente en demasiadas ocasiones de que es MI respuesta y no LA respuesta. Si escribo sobre algo para dejarlo menos claro aún… Vaya negocio. Y lo escrito desaparece o se archiva.

Pero luego sigo pensando y descubro mi cortedad de miras. ¿Acaso pretendo tener respuestas para todo lo que se me ocurra? ¿Acaso he caído hasta tal punto en la soberbia que me considero capaz de cerrar cada duda? Bueno, pudiera ser que sólo quisiera escribir sobre aquello para lo que tengo respuestas directas y concretas. Pero entonces la vida de este cuadernillo sería muy corta. ¿Sobre qué tengo certeza absoluta?

Pero es que el que venga a leerme puede pedir que le responda a lo planteado o, cuando menos, que no le plantee más. Pues volvemos al principio. El destinatario de esta bitácora soy yo mismo… así que siento defraudarle. Pero encarar la vida como una sucesión de respuestas sin preguntas adicionales me parece demasiado limitado.

Y por cada respuesta que encuentro me surgen infinitas preguntas más. Y lo mejor o peor de todo, según cómo se mire y el planteamiento de quién lo mire, es que precisamente mi ambición no es encontrar esas respuestas, sino descubrir, día tras día, que la vida está hecha de infinitas preguntas que carecen de respuesta porque escapan a mi entendimiento.

En la aceptación de esa limitación está mi orgullo. En mi despreocupación absoluta sobre la capacidad o no del Hombre para dar esas respuestas. Otros, pobres, exprimen una vida en la búsqueda de esas respuestas, lamentando en ocasiones su fracaso, o planteando respuestas estúpidas revestidas de estupidez presentada como adelanto.

Recuerdo hace varios años una discusión para variar con mi colega R. El tema final era sobre la firmeza de la fe. Lo que él pretendía que fuera su argumento final y definitivo me dejó en bandeja la conclusión final. Altivo, exclamó: «No puedo creer en nada que mi sentidos no puedan percibir o mi entendimiento razonar».

En ese planteamiento, tan estúpidamente extendido, es dónde yo encuentro la expresión de la gilipollez humana. Pobre de él, que en su soberbia pretende entender el funcionamiento de todo el Universo y ser capaz de dar explicación a cada fenómeno que asome por cualquiera de sus inmensos rincones, degradar a la categoría de química las ilusiones de un niño o establecer reglas matemáticas sobre el amor. Yo no tengo esa capacidad. No puedo entender todas esas cosas, y además ¿saben? espero no entenderlo nunca.

Alguno dirá que eso es despreciar el progreso, o ignorar la razón. No. No se trata de rechazar lo que sí somos capaces de observar, o quizá sería mejor decir de admirar. Por supuesto que es loable la recolección de lo aprendido durante generaciones y explicar a la luz de lo observado el comportamiento estudiado. Lo que no entiendo es la negativa a aceptar la realidad como es, empezando por mis limitaciones. ¿Pretender yo comprender toda la Creación*? ¡Qué absurda soberbia!

¿Ven? Esto que acabo de escribir normalmente hubiera muerto en la carpeta de borradores. Lo dejaré aquí, encima de la mesa, a la vista de todos. Pero no intenten entenderlo. No son más que los apuntes que voy tomando de la vida.

* Sí, he escrito Creación de manera plenamente consciente. Por eso mismo confío en que no hace ninguna falta que yo entienda más de lo que puedo. Al fin y al cabo si está así creado, por algo será.

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  1. Bitacoras.com on jueves, agosto 12, 2010 at 14:24

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