Me las he vuelto a cruzar. Como tantas veces. Me las cruzo habitualmente. Son gemelas. Yo diría que idénticas. Andarán por los ventipocos. Y de cara son, digamos, poco agraciadas. Pero de eso me dí cuenta la segunda vez que las vi.
Porque la primera -fugaz, de cruce de acera camino del kiosko o la farmacia- lo que me llamó la atención era los atuendos y estilo de ambas. Minivestidos a presión, tapando lo justo -o menos-, sujetadores de talla mínima intentando que aquello resalte, taconazos, andares mareantes… Pero no se hagan una idea equivocada, no eran ningunas tipas despampanantes tras las que perder la mirada. Por lo menos no para mí. No tienen un cuerpo escultural, ni gracia en los andares, y pertenecen a esa nueva generación sin curvas ni estilo. Dos canis con aires, pensé.
La siguiente vez que me las crucé fue de frente y con tiempo para fijarme en lo más importante. Entonces es cuando vi que eran poco agraciadas. Y me compadecí. No de que lo fueran, sino de su empeño en demostrarlo. No son guapas, desde luego. Pero eso se disimularía en otros casos, pero parecen tener el empeño en que reparemos ese extremo. Diría que deben tener tal ansia de encajar en algún extraño canon de belleza, que han adoptado un papel. Y ahí van, con pelo teñido de rubio casi platino, maquilladas como una puerta, con aparatosos pendientes y permanente cara de mala leche y suficiencia. Exacto, esa cara que ponen ahora las famosetas de medio pelo y cama fácil que parece que te perdonan la vida desde su portada de revista de peluquería.
Las imaginé sin esas caretas ni esos disfraces, caras lavadas y ropa normal. Y pensé entonces en que quizá, hace unos años, alguien les hizo pensar que como no eran guapas, debían suplir esa carencia convirtiéndose en bombas sensuales. Y ellas se pusieron al asunto, y se tiñeron, y se pusieron a estricta dieta, y apuraron su cintura al mínimo, y estiraron sus pechos al máximo. Practicaron andares supuestamente sensuales. Y se transformaron. Dejaron de ser dos muchachas normalitas y se convirtieron lo que ahora parecen ser: Dos canis feas vestidas de pelanduscas. A cambio, quizás dejaron atrás la posibilidad de atraer por su gracia, por su simpatía o por su conversación. ¿Acaso no vemos la tele, las revistas, el cine? Tienen que llamar la atención por su físico. Tienen que ser «apetecibles» por su imagen. Si no, no valen nada. Y se lo creyeron. Como tantas otras.
Yo creo que perdieron con el cambio. Muchísimo. Como tantas otras.
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