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Lleno, por favor

Decía en la entrada anterior que iba en el coche, ya oscuro, mientras oía a la Pajín y pensaba todas esas cosas tan bonitas que yo pienso sobre esa chusma. Mis pensamientos sobre el tema terminaron cuando llegué a la gasolinera. Una de esas en las que además de atracarnos con el precio de la gasolina, encima nos obligan a hacer nosotros el trabajo que hace no tanto estaba incluido en el precio. Pero bueno, de eso ya hablé en su día.

El caso es que en el surtidor de mi derecha, una mujer joven llenaba su depósito de gasolina de 95 octanos. Por simple inercia la observé a ella y a su coche, y pude ver que en el asiento del acompañante, otra persona esperaba repanchingada plácidamente. No la veía bien, pero me pareció que era el maromo correspondiente. Me quedé mirando hasta que pude confirmar que sí, que era un hombre.

A uno, que mantiene esa machista y retrógrada costumbre de ceder el paso o el asiento a las damas (como hacía por ejemplo Kikas antes de que le hicieran dejarlo), y de encargarme yo de según qué tareas, le siguen chocando no tanto el que ella reposte, sino que él no haga siquiera por acompañarla.

Ella terminó, fue a la caja, pagó, volvió, abrió el coche para montarse, y entonces pude escuchar como él, todavía repanchingado, le decía con voz y entonación cualquier cosa menos cariñosa «illa, pon música ¿no?», ignoro si mientras se aliviaba el picor de alguna zona corporal fuera de mi campo de vista.

Pensé entonces en escribir algo sobre esto, sobre la pérdida de según qué costumbres. Y empecé a pensar en cómo enfocarlo. Cuando no estoy muy seguro de qué decir, pensar o escribir sobre un tema, suelo imaginarme discutiendo con alguien que mantuviera una postura contraria a la mía. Y la verdad es que llegamos a momentos muy tirantes en la discusión.

Yo planteaba como algo normal lo que yo entiendo por caballerosidad, que intenta evitar algunas tareas a una mujer, el cederle el paso, o el asiento… Pero no porque piense que ella no puede repostar, o porque piense que no tiene fuerza suficiente para cambiar el bidón de agua, sino por simple cortesía. Y mi imaginario contrario me increpaba duramente, insistiendo en los tópicos que suelo encontrar en quien reniega de esos detalles. «Tú lo que pasa es que eres un cerdo machista, que crees que una mujer no es capaz ni de enchufar una manguera y apretar el gatillo para llenar un depósito. Eso es lo que eres, por más que intentes pasar por otra cosa». Y pensaba en que si alguien se tomaba a mal una entrada mía en ese sentido, pues oye, no podía tener razón, y que le fueran dando, por sectario, y tal.

Prácticamente me daba por vencedor de la «discusión» y salía ya de pagar la clavada que acababa de sufrir por llenar el depósito pensando ya en qué casos concretos escribir de ejemplos y cómo contraponerlos con las estupideces de las coñistas y demás. Conforme salgo de la tienda y me encamino hacia el coche, veo que en el surtidor de antes hay ya otro coche, un Ford Fiesta gris, y que vuelve a ser una mujer, ahora una chica más joven y esta vez sin nadie en el coche, la que está repostando. Noto algo raro en su coche que me hace fijarme. Sus botas aparecen brillantes, mojadas, pero no me parece que sea por la lluvia que cae y de la que nos proteje la visera azul, roja y naranja. La chica fija su vista en los números del surtidor, y de repente lo veo, ahora sí, con claridad: Una cantidad considerable de combustible sale despedida del depósito y cae al suelo mientras suena el característico «clac» de la manguera cuando corta el chorro. La chica sigue mirando los números, pone cara de extrañeza al verlos pararse, suelta el gatillo y lo vuelve a apretar con fuerza. Por tercera vez, que yo haya visto, un chorro de gasolina salta del depósito cayéndole ahora en las botas. Por fin se da cuenta, y tras dar un saltito atrás se queda unos segundos con cara de quien no entiende nada, mirando alternativamente a sus pies, al depósito rebosante y a la manguera cabrona que ha sacado de golpe de su coche.

Mi primer impulso de avisarle a voces se reprime, ya que es evidente que ha reaccionado, y dudo si acercarme a ofrecerle mi ayuda en algo. Entonces, la voz que hace unos instantes discutía conmigo y me llamaba cerdo machista, ahora suavona y apagada, me susurra: «Colega, tú no le dices nada porque va a ser peor, yo me callo, y dejamos correr el tema… ¿vale?».

3 Comments

  1. Orisson wrote:

    Jajaja, qué cerdo machista, si seguro que era un travelo.

    Un saludo

    viernes, marzo 11, 2011 at 10:45 | Permalink
  2. Kikas wrote:

    Gonzalo, si es que con dejarte tranquilito con una cuerda te ahorcas solo, jejeje
    Ale, ahora una entrada de cocinas y aspiradoras
    😉

    viernes, marzo 11, 2011 at 12:15 | Permalink
  3. Sería la primera vez que pone el límite de gaolina más alto del que su depósito admite. La próxima vez ya habrá aprendido y no le sucederá lo mismo. No hay como la experiencia para aprender.

    No fue falta de educación, fue una actitud didáctica.

    viernes, marzo 11, 2011 at 13:14 | Permalink

One Trackback/Pingback

  1. Bitacoras.com on viernes, marzo 11, 2011 at 9:50

    Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: Decía en la entrada anterior que iba en el coche, ya oscuro, mientras oía a la Pajín y pensaba todas esas cosas tan bonitas que yo pienso sobre esa chusma. Mis pensamientos sobre el tema terminaron cuando llegué a la gasoli…

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