Me cuesta retomar el hilo de la bitácora. Por varias cosas. Una de ellas es la rabia que me da el no ser capaz de reconstruir entradas que durante estas semanas iba esbozando en mi cabeza ante determinadas cosas que veía por la calle. Ahora recuerdo algunos detalles, pero no soy capaz de poner en pie lo que quise en su día.
En el fondo así es como me gusta(ría) escribir, tomando al vuelo un sucedido, exponiéndolo y usándolo para sacar conclusiones, derivadas, moralejas… o como simples excusas para contar algo. Y como he dicho siempre, sobre todo para consumo propio, como bloc de notas. Pero con el paso de los días y mi mala cabeza, esas notas se me han borrado y ahora el intento de recordarlas tapa el paso a otras entradas nuevas.
Una de esas cosas que vi por la calle y que me anoté mentalmente para escribir sobre ella ocurrió una tarde cuando acababa de salir de la oficina y llegaba al coche, aparcado a 10 metros de la entrada de uno de esos sitios de «piscinas de bolas» para celebraciones infantiles, enmarcado en un centro comercial.
Llegaba al coche, llave en mano y a paso vivo, y de detrás de un monovolumen nuevo y totalmente equipado aparcado dos sitios más allá apareció una mujer aparentemente más joven que yo, móvil último modelo en la oreja, y volumen al máximo. Me sorprendió la frase: «MAMÁ, TÚ NO SERÁS TONTA, ¿NO?». Al principio la tomé en tono jocoso, pero pronto advertí que no, que estaba de cualquier cosa menos de broma.
En el tiempo necesario para llegar al coche, abrir el maletero, dejar algunas cosas, abrir la puerta, montarme e irme, tuve ocasión de seguir oyendo la conversación. Bueno, esta parte de la conversación. O mejor, esa parte de la discusión. Insisto en que el volumen de la individua estaba al máximo y que se encontraba apenas a 5 metros, no es que yo pegara la oreja. Además creí advertir que ante la presencia de no optó por la discreción que yo entendería como lógica cuando alguien discute por teléfono y hay terceros en la costa, sino que antes al contrario, se enardecía.
Me quedó claro que la interlocutora efectivamente era su madre y que el problema estaba en que mi vecina de aparcamiento había indicado a su progenitora que a tal hora y en ese sitio estuviera con «la niña» porque tenían un cumpleaños. Cita a la que la venerable abuela parece que había faltado por encontrarse en otro parque de bolas sito en otra zona comercial y probablemente en otra población. Todo ello aclarado con los correspondientes «mira que te dije», «coño, es que no te enteras» y «eso cómo te lo iba a decir yo, mamá, anda ya, que estás tonta» con una cargantísima dosis de desprecio en la voz. Ya en mi coche, saliendo marcha atrás y girando hacia la salida, la tuve delante mismo del morro. No, no aceleré disimuladamente, sólo la contemplé. Vestía ropa que parecía cara, llevaba algunas joyas, estaba maquillada y lucía escote y piernas. La mano que no ocupaba el móvil, con las uñas pintadas de un rojo intenso, la movía repetidamente haciendo que contundentes pulseras tintinearan y extendía y flexionaba los dedos repetidamente. Por lo visto «la niña» tenía que haber estado allí hace ya… 7 minutos. Inadmisible.
Pasé despacio por su lado, sin dejar de mirarla, y salí. Todavía me dio tiempo a verla por el espejo una vez más. No dejaba de vocear, de gesticular, de mover las manos.
Imaginé la escena al otro lado de la línea: Una señora mayor que, disfrutando de su jubilación, pasará los días, o al menos las tardes, cuidando de su nieta, preparándole la merienda, llevándola al parque, contándole historias y jugando con ella. Imaginé los despertares de la buena señora, pensando en qué darle de comer a su nieta, con qué sorprenderla, qué tenerle preparado para la tarde. Y además, encantada de hacerlo, pese a que notaría mucho los años pasados desde que pensó que ya había dejado de bregar con niños pequeños.
Y entonces supuse que mi vecina de aparcamiento sería una mujer de su tiempo, moderna y liberada, a la que la canguro se le marchó dando un portazo al primer «tú no seras tonta, ¿no?».
Y ya no pensé mas en ella, ni en su madre, ni en su hija. Hasta hoy que las he recordado mientras repasaba en mi memoria la mezcla de amor apasionado y respeto reverencial que teníamos a nuestros abuelos. Supongo que fruto del ejemplo de amor y respeto por ellos que nuestros padres nos dieron.
4 Comments
A lo mejor tenía que ir al gimnasio, la manicura o la pelu, Gonzalo, que eres un intransigente
Gonzalo, hay unas libretitas rígidas de bolsillo muy útiles para apuntar las cosas que piensas al vuelo. La he usado (no para el blog de Orisson) y, aunque al final la myoría de las ideas no valen un pimiento, siempre hay alguna de la que poder sacar algo.
En tu Cortinglés preferido.
Un saludo
Eso debe ser, Kikas.
Orisson, lo de que la mayoría de las ideas no valen un pimiento ¿era comentario personal o genérico? 😛
He llevado libretitas de ese tipo hace tiempo pero o las perdía, o cuando iba a apuntar algo no llevaba boli…
Ya tengo una idea para el próximo regalo 😉
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