La decisión estaba tomada. Ya tenía dos hijos mayores, y su situación no era para alegrías. Prefirió no informar a su marido. Al fin y al cabo, eso sólo complicaría las cosas. Y al resto de la familia… ¡para qué! No la entenderían.
Así que la suerte estaba echada. El niño moriría. Como también lo hizo su hermano, también sin que nadie lo supiera. Sin miramientos, sin remordimientos, sin mirar atrás. Yo decido, se dijo. Esto es lo mejor,se dijo.
Y la muerte volvió a asomarse por aquella casa, y al altar de la bestia se entregó la sangre del inocente, que tanto demanda. Atentando contra su propia naturaleza, la madre arrancó la vida de su hijo. No era la primera vez. A nadie le importó. Nadie se enteró. La decisión era suya, y a nadie incumbió. Nadie derramó una lágrima por el indefenso bebé. Nadie le veló. Nadie le enterró.
Cuando esto sucede en Pilas y se esconden los cuerpos en un congelador, abre noticiarios y escandaliza.
Cuando esto sucede en centros «médicos», por centenares cada día en España, y los cuerpos se descuartizan, los hipócritas lo llaman progreso, derechos, salud reproductiva…
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Gonzalo, veo que sigues teniendo una gran capacidad de asombro. Creo que eso es bueno.Pero te llevas algún disgusto que otro.
Respecto a lo que comentas, gran verdad que las formas en este mundo (yo creo que siempre ha sido así, aunque las formas cambien)son más importantes que el fondo.Da igual lo que hagas si lo que haces, lo formalizas (o formateas) con los «valores» del siglo XXI.
Un abrazo
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