Todavía cierro los ojos y me parece estar viviéndolo. Nos preparábamos para llevar a la mayor al cole. En la radio interrumpieron la información de la campaña. Nos comunican que en Atocha se ha sentido una explosión. Nos dicen que más de una. Parece que puede haber víctimas mortales. Empezaron hablando de diez, de quince. Y creo que todos sabíamos que esa cifra se multiplicaría por mucho en breve.
Durante el día, de locura en Madrid, de «shock» en la distancia, angustia y llamadas intentando saber de amigos y conocidos que pudieran andar por la zona. Llanto y oración. Escucho ahora en la radio, en el décimo aniversario, voces de los que vivieron aquel horror, de una u otra manera. Y algunas historias, entrecortadas por la emoción y llanto de quien las relata, hacen que le acompañemos con lágrimas y angustia.
Otras nos hacen, también entre lágrimas, sentir el agradecimiento de quien ese día se tiró a la calle, a Atocha, a El Pozo, a Ifema… a hacer lo que pudiera. Todas nos hacen recordar aquel espanto. Agradezco sinceramente el gesto de Carlos Herrera, que pide dedicar el día a las víctimas y a quienes lo vivieron, fuera de otras historias.
Recuerdo y oración. Pena y dolor. Por aquellas víctimas, por tanto horror. Quiero recordarles. Quiero recordar aquel 11 de marzo. Y no quiero mirar más allá.
Porque cuando lo hago, cuando empiezo a pensar en los días que vinieron después. Y recuerdo aquellas escenas infectas en las que una masa rastrera y repugnante, en lugar de llorar por nuestros muertos y clamar contra los asesinos, jugaban a las cartas y escupían sangre y vísceras inocentes a la cara de su adversario. A uno y otro lado de la urna. Esa rabia, esa íntima e intensa repugnancia por aquella masa (quizás sea mejor decir aquellas masas) de borregos despreciables que, implícitamente con sus bufidos otorgaban justificación a los criminales.
Ese recuerdo maldito de la chusma infecta me hace que no acuda al recuerdo de las víctimas, de nuestros muertos -porque todos ellos son nuestros- tan a menudo como merecen. Carlos Herrera me suaviza esa angustia y ese malestar, terminando el espacio como aquel maldito día terminó (y fue insultado por ello): Con un Viva España y a los sones del Himno Nacional.
Dios acoja en su seno a todos los caídos.
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Lo suscribo, de la Cruz a la fecha
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