Del caso de las tarjetas de Caja Madrid lo que más me llama la atención es la sorpresa del personal. Porque si alguien no sabía que los consejeros puestos a dedo por los partidos, la patronal y los sindicatos se lo llevaba crudo es que no sabía dónde estaba.
Lo segundo que más me llama la atención es que la gente señale a Caja Madrid, cuando esto se ha producido en todas las cajas, con gente de todos los partidos y sindicatos.
Y lo tercero es ver a los liberales sacar pecho diciendo que esto prueba la inviabilidad de la banca pública, cuando la aniquilación de las cajas en los últimos 25 años no ha sido por ser banca pública sino por ser banca política. Llamar banca pública a las cajas de ahorro españolas aniquiladas es como llamar democracia y gobierno del pueblo al régimen que las ha aniquilado.
Dicho esto, cada uno elija a qué cerdo señalar y del que despotricar. Se puede elegir a Rato, ese que siguen diciendo que es el autor del «milagro económico» que consistió en vender las joyas de la abuela para inflar las cuentas en torno al 2000. No sé de qué se extrañan. En Caja Madrid ha hecho lo mismo: fundirse lo que había y presumir, dejando al que venga detrás sin nada de lo que tirar. Pues lo mismo que con Aznar. Se puede elegir a los consejeros de Izquierda Unida o de los sindicatos, pegándose la vida padre mientras ponían cara de esforzados libertadores del oprimido. Como si eso fuera nuevo y no viniera sucediendo desde la primera hoz y martillo, desde el primer puño en alto, que siempre que pudo se abrió para coger billetes.
Al menos estos rojetes de cigala y champán siempre han defendido la teoría de que entre todos tenemos que poner para que ellos vivan. Su resto de coherencia al menos asoma por ahí. Pero por eso mismo yo hoy estoy fijándome en uno de esos vividores de lo ajeno, uno de mis piezas favoritos. Se trata de Juan Iranzo, o Juan Emilio Iranzo Martín para ser exactos y para que no haya dudas y sepa usted de quién hablamos. Y no lo elijo por que sea el que más ha chupado del bote, ni por que sea el que tiene unos gastos más inconfesables. No. Lo elijo porque hace años que tiene la capacidad que pocos tertulianos de derechas o izquierdas tienen de tocarme los mondongos cada vez que abre el hocico. Este pájaro es uno de los que utiliza (cobrando, supongo) la radio de nuestros obispos para apostolar (¡ay!) las bondades del liberalismo, la necesidad de los sucesivos aprietes de cinturón, las bondades del esfuerzo y del riesgo de los bienes propios para conseguir ser algo en la vida. Es uno de esos tontolabas que gusta de engolar la voz para decirnos a todos que somos unos muertos de hambre, que nos tendrían que bajar más el sueldo y que el que quiera peces se moje el culo porque él está matado a trabajar y por eso tiene lo que tiene, y a los demás que les den.
Bien, pues este pieza, que en la misma época que tiraba de tarjeta defendía la bondad de los bancos españoles salvo por el detalle de los problemas de liquidez de algunas entidades (coño, Juanito, pues no cargues bragas de guoman sicre a esas entidades y tendrán menos problemas, digo yo), ha tenido el cuajo de salir a la palestra a defender su honradez exponiendo que él hizo el uso de la tarjeta que la entidad le autorizó, y que todo es legal. Algo, cuidado, que probablemente sea absolutamente cierto. Y según su lógica liberal, por tanto, impecable: No he violado la ley, he ganado dinero, por lo tanto soy inocente. Es lo que ocurre cuando no hay leyes morales sino civiles, mandamientos sino normas del mercado.
Dice el pollo además, sacando pecho, que a ver qué iba a hacer, si por la normativa entonces vigente los consejeros no tenían sueldo, sólo dietas y un pequeño incentivo consistente en una tarjeta para sus gastos. Eso sí, las dietas eran «sólo» de 1.500 euros por cada reunión del consejo. ¿Y cuántas veces se reunía el consejo? Cuatro al mes. Es decir, que 6.000 euros al mes en dietas por cuatro reuniones era una remuneración que a todas luces necesitaba ser completada por una tarjeta para sus gastos. Este, el liberal. El que da clases. El apóstol de la iniciativa privada, de la asunción de riesgos…
Y sigue sacando pecho. Porque dice que esa cifra estaba por debajo de lo que consejeros de otras entidades financieras percibían. Bien, también legalmente debe tener toda la razón (y añade: «y por tanto según mi moral he obrado bien»… ay, ese «mi moral», qué significativo es…) pero por supuesto estar en un consejo de una entidad ¡y en su comité de control! que se va a pique, que pierde miles de millones y que necesita que entre todos pongamos otros tantos para rescatarla merece una remuneración mucho mayor.
Por tus méritos, Juanito.
Oiga, ¿y a efectos fiscales? «Yo pensé, yo entendí, yo dí por bueno…»
Eso, el decano del colegio de economista. El que presume de sus conocimientos. Con dos cojones.
Y por supuesto, como todos los liberales de postín, chupando de botes ajenos.
Repitan conmigo: GOOOOOOOLLLLLFOOOOOOOO
P.S.: Señores responsables de los medios de la Conferencia Episcopal Española: ¿Sigue este tipo utilizando sus micrófonos para reñirnos a todos con sus herejías liberales?
3 Comments
Un coñazo. Ese tío es un coñazo insopòrtable.
Según mi moral, unos buenos latigazos serían un gran incentivo terapeútico para su salud.
Ciertamente mi querido Conrad. O una buena tunda. Con ánimo terapéutico, of course.
Repito contigo:
¡GOOOLLFFOOSSS!
Como escribes. Ni Arturo Perez Reverte lo diría mejor.
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