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Morir en el Manzanares

En la misma zona en la que anteayer se producía la pelea acabó con el lanzamiento el río y la muerte del «aficionado» coruñés, hace aproximadamente 9 años y medio, horas antes de una final de Copa, paseaba yo con mi camiseta verde blanca y mi bufanda entre miles de aficionados de Osasuna.

Lo hacía acompañando a mis queridos Silvia y Miguel, pamploneses y osasunistas de pro, aprovechando que gracias al partido podíamos vernos a mitad de camino de nuestras respectivas casas.

Por supuesto tomamos algunas cervezas, cantamos y nos divertimos. Como digo entre miles de aficionados osasunistas. Por supuesto no hubo ningún problema. Al ver mis colores verdiblancos destacando entre su rojo alguno me hacía una broma, algún comentario, y también, claro, diferencias. Pero siempre con respeto. Incluso alguno que recordando su estado dudo que se enterara de cómo quedó el partido hasta el día siguiente.

Posiblemente por allí cerca hubiera algún que otro gilipollas, tanto da vestido de rojo o de verde, buscando problemas, peleas, o haciendo el imbécil de cualquier manera.

Esa final de copa, con el buen rato pasado entre tanto rojillo, con los nervios del partido, con la celebración del título fue el inicio del declive de mis aficiones futboleras, por varias razones que ahora no vienen al caso y que igual en los comentarios podemos desarrollar, felicitando a los que se han cargado el invento siguiendo el plan del pan y circo moderno.

Cuando mis hijas eran más pequeñas, alguna vez entrábamos en el humilde Estadio Municipal que hay cerca de mi casa. Mientras yo veía el partido de segunda división provincial ellas correteaban y comían gusanitos. En alguna ocasión nos encontramos con que jugaban las categorías infantiles, equipos de chavales de 10, 11 ó 12 años de los pueblos de alrededor. Tuve que dejar de ir al estadio con mis hijas. Tal era la vergüenza que me causaban los padres de las criaturas con todo el cuerpo asomado por encima de las vallas gritando todo tipo de barbaridades a los árbitros y a los jugadores rivales.

Cuando nació mi hijo e iba cumpliendo años algún amigo me preguntaba si no lo iba a apuntar a fútbol. Como sale a su padre en lo de estar claramente llamado a cualquier cosa distinta del deporte (ni el dibujo ni el cante, pero ese no es el tema), no tuve que lidiar muchas tentaciones. Pero si hubiera estado dotado para ello, realmente me hubiera costado mucho apuntarle a lo que ya había conocido como un nido de salvajes inculcando insana rivalidad y nula educación a sus vástagos.

Tras las primeras noticias, confusas, que hablaban de varios heridos en una pelea cerca del estadio, fue imponiéndose la versión final de que no se trató de un encuentro casual, ni de una cacería de salvajes buscando inocentes aficionados, sino de un aquelarre de descerebrados que quedaron intencionadamente a pegarse no por la noble defensa de una dama, de una familia, de tu pueblo… No. Porque mis rayas son rojas y las tuyas azules.

Sabido esto, lo que no entiendo es la intervención, horas después, de dirigentes y vividores futboleros varios lamentando lo ocurrido (claro, eso yo también) y enviando el pésame a la familia (evidentemente, yo también me uno y ofrezco mis oraciones) y, ojo ¡a toda la afición del Dépor!

Bueno, allá cada cual. Yo desde luego, como bético que soy, a mí no me tienen que dar el pésame porque un cafre, por muy revestido de 13 barras verdiblancas que fuera, buscara a otro cafre, con otros colores, a darse en la cabeza a ver cuál se abre antes. Pues mire, lamentaré la muerte, faltaría más, de un padre de familia, o de cualquier persona… pero a mí como bético no me pida usted perdón ni me dé el pésame.

Eso sí, si usted asiste a escuelas de fútbol o simples equipos infantiles en cuyos partidos tipejos que ejercen de padres inculcan a sus hijos un odio tal y un desprecio tal por su rival, oiga… luego no se lamente cuando pasen a mayores. Aquello de polvos y lodos. ¿Les suena?

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  1. Bitacoras.com on martes, diciembre 2, 2014 at 12:42

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