En no pocas ocasiones encontramos que nuestro interlocutor en discusiones sobre determinados asuntos acaban apelando no a sus argumentos sobre esos asuntos sino a su fobia sobre las motivaciones morales que nos hacen respaldar los nuestros. Así, es relativamente frecuente el pretender desacreditar a alguien no por lo que dice sino por que lo diga desde una óptica católica, por ejemplo.
Recuerdo una ocasión en la que un biólogo navarro afirmaba que él tenía mucha más legitimidad para hablar sobre la consideración o no del nasciturus como humano que el Doctor Jérôme Lejeune, padre de la genética moderna, descubridor de varias alteraciones cromosomáticas y eminencia médica reconocida en todo el mundo, bajo el demoledor argumento de que como Lejeune era católico y el referido biólogo navarro era ateo, no se podía tener por fiable lo dicho por Lejeune por estar «influido», mientras que el amigo Xabier era totalmente independiente. Y se quedó tan ancho, y no entendía porqué yo me reía -por no llorar, claro- de él. No importaba el argumento sino las creencias del que argumentaba.
Otros prefieren decirnos lo que podemos y no podemos hacer en función de nuestros valores morales, sobre los que se arrogan mayor capacidad que nosotros mismos para interpretarlos, y llegamos al cómodo argumento de la obligación del cristiano de seguir lo que desde Mateo 5 se nos enseña: Si te abofetean la mejilla, ofrece la otra. Con esa frase en la boca, encontramos tanto a ateos que pretenden que la obligación del católico es asentir y callar -y joerse- como a supuestos cristianos tipo el Presidente del Congreso presumiendo de que él está encantado de que se pisotee cualquier principio moral ya que su felicidad es máxima dejando hacer y poniendo así la otra mejilla (o quizá poniendo otra cosa).
El mandato de poner la otra mejilla siempre me ha parecido tan interesante como tergiversado. El cristiano debe tomar ese mandato y aplicarlo íntegramente. Pero no como cobardía o inacción, sino antes al contrario como síntoma de resistencia.
El cobarde, al ser abofeteado, correrá a refugiarse. Los cristianos somos constantemente abofeteados -física y metafóricamente-, y desgraciadamente no son la minoría los que ante estas agresiones prefieren agachar la cabeza y retirarse a la intimidad del hogar. Precisamente siguiendo el argumento de los laicistas que pretenden que ningún criterio moral trascienda la intimidad del individuo, que podrá rezar o creer lo que le plazca en su casa, pero adaptarse a lo impuesto en público.
Pongamos la otra mejilla, con orgullo y también con decisión.
A quien nos abofetee para que huyamos como progres cobardes, mostrémosle la otra mejilla. Pero no como símbolo de sumisión, sino de afirmación en nuestras posturas, en nuestros valores, en la defensa de la Verdad. En la firmeza ante la acometida laicista estará la base de nuestro triunfo.
Las grandes persecuciones anticristianas encontraron a mártires que resistían ante las amenazas, las torturas y la muerte, y la sangre de esos mártires hizo florecer a la Iglesia. En nuestros tiempos modernos, tan llenos de progresista comodidad y hedonismo, no hacen falta espadas, leones ni chekas. Basta el chascarrillo o el desprecio para que la gente agache la cabeza y prefiera no verse salpicado, dejando así hacer al moderno perseguidor que ahora sí va arrancando a la Iglesia del espacio público.
Ante el chascarrillo insultante, por norma general, miramos hacia otro lado, nos hacemos los locos o incluso acompañamos las sonrisas de los asistentes. Por no señalarnos, por no resaltar. Resaltemos. Señalémonos. Hagamos constar nuestro disgusto, nuestra discrepancia, denunciemos la injusticia. Posiblemente encontremos burla y desprecio. Ahí tenemos la bofetada. A la siguiente ocasión, hagamos lo mismo. Ahí estará nuestra otra mejilla.
Esa sencilla resistencia será la más incómoda que puedan encontrar. Esta persecución no se lleva a cabo -en Occidente, de momento- con armas ni con torturas físicas, sino con pretendida superioridad moral, que en realidad no es más que la presencia de «su moralidad» ante la deserción de LA moralidad. Ofrezcamos las mejillas. Tendrán que hartarse de abofetear, pero seguiremos presentándola sin retirarnos humillados.
10 Comments
Con la venia, y felicitándote por el artículo, cuyo contenido comparto, quiero hacer una aclaración:
Yo sólo tengo dos mejillas.
Ah! ¿Y a Xabier, como tantos otros, no se le ocurrió pensaar si estaría influido por su ateísmo?
Me ha gustado.
Museros, para esa gente la ecuanimidad es exactamente la posición en la que estén. La que sea.
Si se está hablando de tu amigo, es que no eres objetivo. Pero si es su padre o su novio, es que ellos tienen más elementos de juicio.
Siempre es así.
Y sí, sólo tenemos dos mejillas… pero es que muchos lo que aprovechan es que te retires sin ponerla. El poner la cara no implica que te la partan. Suele implicar que el otro se acojone precisamente porque no te retiras.
Luego ya, si la bofetada rebota… hijo, son leyes de la física… 😛
Me alegro pitu. Ahora voy y lo celebramos.
😀
Grandioso. Y a mí que me da la impresión de que todo el mundo lo entiende pero nadie tiene huevos para aceptarlo…
Un saludo
Gracias Orisson.
No sé si todos lo entienden, aunque podríamos decir que el que tenga ojos, vea. Y si no lo entendieron así, deberían haber seguido leyendo hasta Mateo 10, 33 y ahí queda poco lugar a la duda…
Detesto la superioridad moral del que se cree por encima del bien y del mal
Ahora bien, esto mismo ha sucedido antes…aunque en el bando contrario
Nada tengo contra los homosexuales, los católicos, los biólogos, o los del Barça.
Tampoco tengo nada a favor.
Cada uno se retrata en la vida y admiro profundamente a determinadas personas con las que me he cruzado en la vida. Ateos y católicos, Ingenieros y Arquitectos..e incluso a biólogos
Por sus obras los conocereis…perdona pero de historia sagrada ando un poco pez desde hace unos cuantos lustros
Muy bueno
Tratar de desligitimar a Jérôme Lejeune por ser católico me parece una bajeza profesional por parte del otro que no sabe a qué atenerse para justificar su razonamiento. Mucho peor me parece efectivamente la hipocresía de los que dicen defender unas ideas pero no las practican.
Un saludo.
En mi opinión, el principal motivo que hace a la gente descalificar los argumentos del otro simplemente por sus creencias suele ir de la mano a creer qeu nuestras convicciones son «superiores» a las de los demás.
El autor del artículo lo demuestra muy bien al final cuando dice «…que en realidad no es más que la presencia de “su moralidad” ante la deserción de LA moralidad.» Afirmando así que la moralidad de los otros es simplemente suya pero la del autor es «LA moralidad», es decir, la válida.
En el momento en el que se empiezan a mezclar creencias con argumentos, en mi opinión es normal que empiece la descalificación. Desconozco el caso que comenta acerca de Jérôme Lejeune, pero si el único motivo válido para desacreditarlo es que «es católico» desde luego se desacredita a sí mismo, una vez más, por mezclar creencias con argumentos.
Julio, podría decir muchas cosas, pero para qué andar con tonterías: Sí, hablo de LA moralidad como auténtica. Yo no creo en la relatividad moral, por lo que sería absurdo aceptar el juego que propone.
Pero en cualquier caso no es de eso de lo que hablo sino de no dar pasos atrás por comodidad dejando así el campo libre al Enemigo.
Y cuando digo Enemigo y con mayúsculas, digo exactamente lo que quiero decir.
Yo no criticaré lo que alguien diga por su condición de ateo o de equilibrista, sino por el contenido del mensaje que él dé, contraponiéndole el mío. Esa es la diferencia.
Embajador, muchas gracias.
Dayer, precisamente de eso se trata, de presentar como ridículo cualquier valor moral para luego coger el argumento por detrás: Cualquiera que defienda un valor moral es ridículo aunque esté hablando de evidencias.
Kikás, yo tampoco tengo nada en contra de nadie sea biólogo o ingeniero, sino de los ataques que en ocasiones sufro de un ingeniero, biólogo, cocinero o mamporrero sólo porque yo tenga -sin meterme con nadie- un principio moral que él tiene como objetivo de sus burlas e insultos.
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