El sábado por la mañana, aguardo mi turno en la carnicería. En ese momento el corpulento carnicero despieza con esfuerzo el pedido de una familia. La niña, de unos 9 años, observa embelesada, sin perder detalle. Chac, chac, chac. La gran hoja de acero cae sobre la tabla, separando costillas de cerdo ibérico. El gigante la maneja con destreza, pero el pedido es grande y necesita dedicación. Su cara está encendida y su frente salpicada de sudor, que ensucia ligeramente el gorro blanco, mientras el delantal delata el paso de las horas de trabajo. Devuelve la mirada a la pequeña, a la que suelta, a bocajarro: «Aquí me veo por no estudiar. Así que cuando tus padres te digan que estudies, hazles caso. Que yo no lo hice y aquí estoy, al cuchillo». A la cara de la niña asoma una media sonrisa, y un toque de rubor, ante el inesperado consejo. Los padres sonríen y ponen cara de «¿lo oyes, lo oyes?, para que nos hagas caso». Supongo que la niña interioriza el mensaje, o quizás lo ignora. Quién sabe.
Sin poder evitarlo, pasan por mi mente todas esas personas que he ido viendo, en los últimos meses, llamando a la puerta de mi oficina, y luego a la de al lado, y a la otra, y a la de más allá… «Buenos días, ¿puedo dejarle el currículum?» A la barra de la cafetería de abajo rara es la semana a la que no veo llegar a alguien con el mismo ruego. Imagino el detalle de la formación, de los estudios, de los títulos contenidos en esos currículums… En mi imaginación, todos ellos miran al carnicero, pidiéndole que no engañe a la niña… y deseando haber aprendido a manejar el cuchillo en aquellas noches en vela, entre cafeteras y pilas de apuntes. No digo nada, dejo que la familia se vaya comentando la jugada y pido lo mío, prefiriendo la posición del grandullón que la de esos que recuerdo.
Y además, deposito una dosis de confianza en él. Porque si nos pusiéramos en serio a intentar arreglar el país, el carnicero tiene lo necesario para ello. Brazos fuertes y cuchillos.
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Y sin embargo, que por razones personales me estoy encontrando con una movida con alguien que no estudió, me doy cuenta de que si estudias, todavía puedes coger un cuchillo. Si no estudias…solo te queda el cuchillo…
Yo pienso que hay que estudiar y saber coger el cuchillo.
Yo no discuto lo que decís los dos… lo que no comparto es la obsesión por unos estudios que se persiguen por los mismos estudios, por los mismos títulos… que ahora sirven para coger polvo.
Me parece mucha mejor opción, para eso, aprender un oficio directamente, sin titulitis.
Para variar, no estamos de acuerdo
Pero es que me preocuparia mucho estar de acuerdo contigo
😉
Tú, que te empeñas en quedarte en el lado equivocado…
😛
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