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23 de junio

Abro los ojos sintiéndome raro. Hay actividad en la casa, pero nadie me ha despertado con prisas. Me siento en la cama y me sorprende notar que me cuelgan las piernas sin llegar a tocar el suelo. El suelo de mi cuarto, que está salpicado de Don Mikis y Clicks de famóbil. ¿Qué día es hoy? Es 23 de junio. Pero de finales de los 70. Empiezo a recordar lo que pasa. Ayer nos dieron las notas y hoy estoy de vacaciones. Esta tarde o mañana iremos a la juguetería a comprar el regalo de fin de curso, porque mis notas son muy buenas. Mi padre se ha ido a trabajar y mi madre pelea con mis hermanas para que recojan el desayuno. Aparezco en la cocina y, de puntillas, reparto besos de buenos días. Con los bigotes del Cola Cao empiezo a tomar conciencia de la situación: Casi tres meses por delante, una eternidad, de aventuras y juegos sin fin.

Don Miki, Número 1

Un rato después estoy corriendo por la plaza de abajo. Mi amigo, compañero de colegio y vecino de puerta de al lado hace de Hutch, que para eso es rubio. Yo, como siempre, soy Starsky. Perseguimos a un peligroso criminal y para ello corremos, saltamos, nos tiramos entre los coches aparcados y trepamos a los árboles para saltar como en la tele. Aparecen otros niños del barrio. Cada uno va adoptando su papel. Alguno se cae, otros se pelean porque el que hacía de “poli” se excedió en el empeño al capturar al “ladron”, pero enseguida se hacen las paces. Una madre grita desde un balcón. Eso significa que es la hora de comer. Cada mochuelo a su olivo. Esta tarde nos vemos. Te llamo. Vale, por la ventana, como siempre.

Los moratones y raspaduras harán que todas las madres nos den nuestra dosis de riña entre churretes de mercromina. Y el primero que llegue con los pantalones o la camisa rota se ganará el primer castigo y pasarán unos días hasta que vuelva por aquí.

No sólo los castigos van menguando la pandilla. Poco a poco los compañeros de juegos, entre los cuales hay algunos de los que no sabemos más que el nombre de pila, se van yendo con sus madres a la playa, a la montaña, al campo… a casa de los abuelos, casi siempre, en algún pueblo alejado.

Y llega el día en que soy yo mismo el que abandono. Tras una noche entera de viaje me despierto y estamos aparcados ante la puerta de casa de los abuelos. Amanece, y mi padre echa una cabezada después de cruzarse tres cuartas partes de España por carreteras bacheadas y de doble sentido. Al rato se oye el crujir de una ventana y una voz que exclama “ya están ahí abajo los sevillanos”. En minutos estamos instalados. Y por delante, un mes en el paraíso. Mi padre estará un par de días y se vuelve a trabajar.

Tras montones de excursiones, verbenas, aventuras y juegos compartidos con niños que son y serán por siempre nuestros camaradas del alma, llega el día de la vuelta. Mi padre hace una semana que llegó y toca desandar el camino. En la puerta de casa forma, como formé yo en otras casas los días de otras vueltas, toda la pandilla. Abrazos, miradas cómplices y mucho moco ahogado. El beso de los abuelos tiene algo especial que sólo se repite en veranos y Navidades y que se recordará para toda la vida. Al coche. En el asiento trasero intento ahogar las inmensas ganas de llorar que me provoca el mismo camino que hace un mes, al hacerlo en sentido contrario, me llenaba de ilusión.

Vuelta al calor, sí. Pero también a la plaza, a los “polis y ladrons”, a los compañeros de juego por las plazas del barrio.

Han pasado 30 años. Muchas veces me cruzo por la calle con aquellos compañeros de los que apenas aprendí el nombre de pila. Los de la mayoría los he olvidado. Nos miramos, y como mucho en alguna ocasión hacemos un pequeño gesto con la mano, levantar las cejas, soltar un sonido a modo de saludo. Sin detenernos, sin cambiar el paso. Sin saber a qué se dedican, a qué llegaron. Con otros, de los que sí supe el nombre, me mantengo al menos informado de cómo les trata la vida. Con los camaradas de verano mantengo el contacto habitual y pocas cosas hay más emocionantes que reunirnos un buen puñado de ellos.

Hoy vuelve a ser 23 de junio. Pero nuestros hijos no se han ido a la calle ni a la plaza a jugar. ¿Estamos locos? Nadie se atrevería. Hoy los rubios y los morenos, en lugar de Starskys y Hutchs, siguen siendo alumnos igual que la semana pasada, solo que ahora de escuelas de verano. Cuando lleguen a casa, después de la jornada laboral de sus padres, pondrán Disney Channel, o cogerán la consola, o navegarán por Internet. En el mejor de los casos, alguno podrá ir a la piscina un rato, siempre con sus padres, claro. Y los amigos con los que juegue tendrán para nosotros nombre y apellidos, dirección, teléfono y profesión de los padres. Llegado el día, amanecerán en un hotel de media pensión en el que pasarán una semana en la que quizá conozcan a algún otro niño cuyos padres encajen con nosotros en alguna salida. Y tras saludarse y darse los nombres, se sentarán juntos, cada uno sacará su consola y pasarán la tarde imbuidos en una pantalla de dos pulgadas y media.

Los padres, cerveza en mano, diremos “hay que ver lo que han cambiado los veraneos, esto es vida, todo por delante, viendo sitios que nuestros padres ni soñaron”. Y los niños, encerrados en sus consolas, no serán capaces de tener todos los datos suficientes para contestar como merece la ocasión: “Sí, por los cojones”.

8 Comments

  1. Pitufa wrote:

    ¿Te acuerdas qué largos eran entonces los veranos? Yo creo que duraban 5 meses. Y los días eran muy muy largos, de más de 30 horas seguro. Los 15 días de playa eran como todo un verano de ahora y los 15 días en el pueblo con los abuelos, tíos y primos duraba todo otro verano. Y a la vuelta ¿recuerdas lo bien que olían los libros nuevos?

    martes, junio 23, 2009 at 19:05 | Permalink
  2. Gonzalo wrote:

    A eso me refería con lo de una eternidad por delante. Cuando nos demos cuenta, estaremos volviendo a llevar niños al cole. Sin embargo entonces el horizonte sólo era verano, verano y verano.

    martes, junio 23, 2009 at 21:10 | Permalink
  3. Socretino wrote:

    Muy bueno, güesmaste. Me has emocionado (es lo que tiene tener ya 34 años y una crisis existencial de caballo).

    Lo cierto es que nos quejamos de vicio y seguimos dejando que nuestros hijos vean la televisión todo el día, se meten en Internet cuando les dé la gana y les compramos todas las videoconsolas que quieran.

    Mientras, los padres también hacemos lo mismo (Internet, consolas y televisión) y, claro, como el ejemplo es el que realmente educa, pues más de lo mismo.

    Saludos salvajes.

    miércoles, junio 24, 2009 at 9:13 | Permalink
  4. Gonzalo wrote:

    Joer colega… con 34 todavía no toca la crisis existencial… eso déjalo para los que cantamos las 40 este mismo año…

    Evidentemente somos culpables por dejadez y por dar mal ejemplo… pero también es cierto que esta magnífica sociedad, más avanzada y democrática que nunca, es una mierda en la que no podemos confiar que nuestros hijos anden sin guardaespaldas.

    Un abrazo.

    miércoles, junio 24, 2009 at 9:34 | Permalink
  5. jaime salado wrote:

    Esta bitácora es un soplo de aire fresco. Da gusto leer algo que de verdad merezca la pena en medio de tanta mediocridad webaria (Un anglicismo que me acabo de inventar y que seguro no te hace muy feliz…). Felicidades.
    De verdad que me he sentido reflejado en todo, excepto en lo de los hijos de ahora, que no puedo tener por razones del cargo…
    Tampoco podía oler libros nuevos como «pitufa». Eso era un privilegio que sólo disfrutaba mi hermano, que era el mayor… Pero era feliz con mis libros «reciclados» y mis cuadernos nuevos, que también olían la mar de bien.

    miércoles, junio 24, 2009 at 13:45 | Permalink
  6. Gonzalo wrote:

    ¡Me vas a ruborizar!

    Hasta ahora no había caído: Cuando leí a pitufa pensé que no recordaba eso de los libros… claro… yo también heredaba libros. En cambio ella es la hermana mayor y sí los estrenaba.

    miércoles, junio 24, 2009 at 13:56 | Permalink
  7. Luis Salado wrote:

    Desde la desembocadura de Rio Grande, otra felicitación por tu post de parte del que estrenaba los libros de Jaime Salado. A todos los que me leáis os recomiendo que visionéis dos charlas de Emilio Calatayud Perez, que se llaman en You tube Lección magistral (1) y (2). Ambos videos son altamente recomendables. Perdonadme que no sepa poner el enlace directo, pero estoy empezando en esto de internet y estoy muy verde. Un abrazo a todos, y como díce Emilio Calatayud: «Estamos perdiendo el norte»

    miércoles, junio 24, 2009 at 22:03 | Permalink
  8. Gonzalo. wrote:

    Hola Luis.

    Gracias por tu comentario. Los enlaces a la charla de Emilio Calatayud son estos:

    http://www.youtube.com/watch?v=K2GTauJT5Vg
    http://www.youtube.com/watch?v=91gDdSSX_jk

    Coincido contigo en que son altamente recomendables, pero mucho más recomendable es ir a una de sus conferencias. Yo estuve en una en marzo y para que te hagas a la idea: Esos videos duran en total unos 20 minutos. La charla en la que yo estuve duró algo más de hora y media y lo mejor que puedo decir de ella es que se me hizo muy, muy, muy corta.

    Pensaba dedicarle una entrada, pero creo que sobre Emilio Calatayud, mejor que hablar de él es facilitar sus videos y recomendar sus libros (reflexiones de un juez de menores, mis sentencias ejemplares).

    Ya que estamos, tiene un blog a medias con un periodista:

    http://www.granadablogs.com/juezcalatayud/

    Saludos.

    jueves, junio 25, 2009 at 9:07 | Permalink

One Trackback/Pingback

  1. Bitacoras.com on martes, junio 23, 2009 at 14:46

    Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: Abro los ojos sintiéndome raro. Hay actividad en la casa, pero nadie me ha despertado con prisas. Me siento en la cama y me sorprende notar que me cuelgan las piernas sin llegar a tocar el suelo. El suelo de mi cuarto, que es….

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