Cuando uno tiene una bitácora, tiene todo el derecho a gestionarla de la manera que estime más conveniente. Por tanto es asunto suyo si admite comentarios o no. Y si los admite, los criterios de moderación los pone el dueño, que para eso la bitácora es suya.
Ayer, avisado por el querido Museros, entré en la bitácora de Ignacio Arsuaga, presidente de Hazte Oír, dónde anunciaban, por fin, la pregunta que quieren que se formule en su desafortunadísima propuesta de referéndum. Si ya me parece un disparate el pretender que los derechos fundamentales sean sujeto de campaña electoral, directamente me toca los pelendengues que además se hable de defender esos mismos derechos cuando lo que se está discutiendo es la manera de pisotearlos. Así que dejé un comentario. Tras varios minutos en los que sólo era visible para mí con el aviso de que estaba a la espera de ser moderado, desapareció. Como entendía que no decía nada impublicable, repetí el mismo comentario. Con idéntica suerte. Decía al principio que cada uno es dueño de su bitácora y que publica lo que quiere. Ignacio Arsuaga, quien capitaneara una muy ilusionante iniciativa con la que colaboré muy modestamente pero con la mejor de mis intenciones e ilusiones -ilusiones que se fueron diluyendo con la victoria zetapista del 2004 y la repentina proliferación en HO de salvadores de la patria que con el gobierno Aznar estaban encantados de que se pisotearan los mismos derechos que con el nuevo iluminado monclovita- decide, con todo el derecho, que mi comentario no cabe en su blog y en el anuncio de su disparatada pregunta. Cojonudo. Yo en mi bitácora también decido lo que pongo, que en esta entrada serán sólo un par de cosas: La primera, el comentario que Arsuaga considera no apropiado:
«O dicho de otra forma:
¿Qué manera le gusta más de que se aborten cientos de miles de niños, la del 85 o la del 2010? No recuerdo equivocación mayor que este referéndum.
Primero porque la vida no se somete a voluntades. Y segundo porque nisiquiera eso es lo que se pretende, sino matar como le gusta al pepé o como le gusta al psoe.»
La segunda, una consideración sobre la deriva de según qué gente: La tibieza lleva a la cobardía, y ambas juntas, inevitablemente, a la traición. Dicho sea con muchísima más tristeza que rabia.
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Esa es la razón fundamental por la que no me fío de esta gente: no admite el contraste de ideas. Como dicen los anglosajones: «It’s my way or the highway». Por eso suenan tan huecas sus apelaciones a la libertad de esto o a la libertad de aquello. Como las de cualquier liberalismo.
¿Es posible que la tibieza y la cobardía, a veces, no sean otra cosa que traición disfrazada?.
Es más, para que haya traición a una causa, primero debe haber habido fidelidad. ¿Estamos dando demasiadas cosas por sentadas?.
Son preguntas retóricas que no es necesario contestar.
A veces es posible que lo que parece una traición no sea más que un acto en el que los impostores se quitan la careta.
Lo que tú apuntas es una posibilidad, Museros.
La otra es que alguien sí sea fiel a unos principios pero por el qué dirán, por la corriente dominante, por comodidad, o porque de esa manera encuentre «amiguitos» que le acompañen, que le palmeen el hombro o que le haga sentirse importante empiece a preocuparse más por quedar bien con esos amigos que por seguir su ideal originario.
Hasta que llegue un día en que él mismo piense que lo principal es el quedar bien, y el principio originario ya lo retomaremos. Y además, no me restriegues mi acomodamiento, o sacaré toda mi rabia para combatirte.
Creo que hay de ambos tipos.
Seneka… me he cargado tu último comentario sin querer al limpiar un chorro de spam que me había entrado…
Lo siento.
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[…] unos días reflejaba mi opinión sobre el legítimo derecho de cada uno de permitir o evitar en su propia bitácora los comentarios […]
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