Hace casi un mes me tocó entregar la matrícula para el próximo curso de mi hija mayor en el instituto público más cercano, dado que de momento, y a la espera de que la Providencia nos regale la posibilidad que hoy parece remota, no tiene plaza en el colegio religioso que sus padres quisiéramos. Entre la información a cumplimentar, indicar por orden de preferencia la asignatura optativa que se quiere cursar.
Eso de que algo sea optativo (que viene de optar, elegir algo entre varias cosas) y que haya que consignar por preferencias ya suena raro, pero bueno. Las opciones: Francés, Refuerzo (de la asignatura de Lengua), Teconología y… algo identificado como «Cambios sociales y de género». Evidentemente esa última opción es de la que más hablamos en casa. Concretamente, nos planteamos si tacharla con un rotulador, taparla con tippex o manipular el documento para imprimirlo sin que ni ESOsiquiera aparezca. Finalmente simplemente marcamos la opción de Francés y punto.
Día 1 de julio, 9 de la mañana, una fila de padres (genérico neutro, la mayoría eran madres, en mis tiempos estoy no había que explicarlo, pero hoy en día tengo la duda) esperamos ser atendidos por un hombre y una mujer que van atendiendo alternativamente para entregar los papeles. Soy el cuarto o quinto, y por la proximidad me entero cuando a una de las primeras madres atendidas se le indica que las optativas «hay que marcarlas todas indicando preferencia del 1 al 4». Intuyo que la vamos a tener. Vaya si la vamos a tener. El hombre sale y en voz alta se dirige a la fila «A ver, por favor, para las optativas hay que marcarlas todas por orden de preferencia. La que ustedes prefieran como primera, el uno, la siguiente el dos, la otra el tres y la última el cuatro, ¿vale?»
Los de la fila nos miramos. Yo no digo nada, pero todos, absolutamente todos aquellos a los que veo y oigo, una vez que el hombre vuelve a su puesto, comenta «si sólo quiero francés».
Llega mi turno. La amabilísima señora que me atiende y a la que en las pocas visitas administrativas que hemos hecho al centro todavía no hemos conseguido dar con una gestión que conozca y sepa hacer sin problemas ni equívocos mira los papeles y va leyendo entre dientes lo que hemos rellenado en ellos. Al llegar al apartado de «Religión», en el que aparece que sí deseamos que la alumna asista a la clase de religión, señalando a continuación la casilla de «Religión católica», levanta la mirada y me dice «¿…y si no?» Me quedo -supongo- con cara de gamba parturienta y sólo atino a balbucear «si no… ¿qué?» La mujer empieza a explicarse, intuyo que en ese momento se da cuenta de que se ha liado y sobre la marcha cambia: «que si no da religión… porque si no… esque… o sea, la optativa, que tiene que indicar la preferencia». En una gesto de maldad por mi parte, tenso la soga a ver cuándo se cae de culo: «¿porqué, si yo sólo quiero francés, no quiero otra?» «es que si no se forma el grupo…» «¿de qué?» «de la asignatura que elija» «¿y porqué no se iba a formar?» «porque no haya niños» «¿dónde?» «no, que no haya niños para un grupo» «¿un grupo de qué?» hasta que se queda con la boca abierta unos 15 segundos sin saber qué decir… hasta que ve irse a la madre que está a mi izquierda siendo atendida por el caballero de antes y rápidamente se agarra a ello: «ahora se lo explica fulanito, el jefe de estudios… fulanito, perdona, lo de las optativas, que este señor dice que sólo quiere francés». El -por lo visto- jefe de estudios empieza dejando claro que lo acababa de decir en voz alta (una manera de decir «capullo, te lo acabo de decir») e insiste en que debemos marcar todas las opciones por orden de preferencias.
«Ya, pero es que mi preferencia es francés, francés o francés.»
Toma aire. Pone cara de magnífico profesor que tiene que rebajarse a explicarle las cosas al tonto de la clase. «Mire, eso hay que hacerlo así porque, verá: Imagine usted que sólo 10 niños piden la asignatura. No se podría formar el grupo y entonces no se daría esa asignatura, y pasa a la siguiente…»
«Ah, por eso no se preocupe, que niños para francés habrá de sobre.»
«Sí, bueno, pero eso no es la cuestión, la cuestión es que hay que indicar las preferencias, por orden de…»
«Ya, si ya me lo ha dicho dos veces pero es que, mire, pone optativas, ¿lo ve? y yo opto porque mi hija de francés, y opto porque no de las otras asignaturas, ¿entiende?»
«Pero es que si el grupo no sale, la niña tendrá que ir a otra asignatura.»
«Pues entonces no me digan que hay asignaturas optativas. Si son optativas yo opto por francés. Además, es que…» (intento construir una explicación lo suficientemente descriptiva de la náusea que me produce la posibilidad de la asignatura de marras, pero me corta)
«Pues si no hay francés la niña tendrá que dar otra asignatura.»
«Bueno, pues eso ya lo veremos si es que no puede dar francés, pero usted me pregunta la opción y le doy la opción, porque además…» (vuelvo a intentar un desprecio a la asignatura… nuevamente cortado)
«Bueno, pues la niña irá entonces a la asignatura que se le mande y…»
«No, perdone, si es optativa, mi hija irá a la asignatura que yo elija, no a la que ustedes decidan.»
«Mire, yo le pongo aquí el 2, 3 y 4 en las otras y ya está, y si hay algún problema en septiembre lo vemos.»
Doy un manotazo en la mesa, tapando el papel sobre el que él ya se disponía a escribir y me autoacojono de lo tajante que soy: «Ese papel está firmado por mí y usted no pone ni quita ni una coma.»
Yo me he autoacojonado, pero él está flipando: «Lo firma usted pero lo entrega aquí.»
«Pues usted si quiere le grapa un anexo o no me lo recoge, pero lo que yo firmo no lo manipula usted para que luego me digan que la niña acude a la asignatura que no se quién decida argumentando que era una de las aceptadas por mí.»
Tengo mi papel sellado y la plaza concedida. Supongo -mejor dicho, me temo- que en las estadísticas del próximo curso aparecerá que n alumnos han cursado la innovadora y maravillosa asignatura de «Cambios sociales y de género» porque la marcaron entre sus opciones.
Pero al menos en mi casa, no.
Eso sí, me fui con la pena de no haber manifestado claramente y para que todos me escucharan que todo era por el asco que me da la simple presencia como opción del engendro.
Esperemos que de aquí a inicio de curso la Providencia decida no probar hasta dónde se puede tensar la cuerda. Pero si hay que tirar… tiraremos.
6 Comments
Le auguro a tu hija un brillante (Y rápido) paso por el centro, jejeje
No…es que tengo poderes predictivos, solo eso
Je, sí, eso me temo.
La cuestión es que yo no quiero que vaya allí, así que mis esfuerzos son para que haya equidad… y sentimiento mutuo.
¡Ayyyy! Los que seais creyentes, rezad. Los que no, mandad energías positivas.
Que haya plaza libre en septiembre, porfaaaaaaaaaaaaaaaaaaa :'(
Gonzalo, envíame un email a orisson@ymail.com, que te quiero consultar una cosa.
Pitufa, colega, ¿energía positiva? ¿No será mejor un jamón de Guijuelo o de Jabugo?
Un saludo
Jajaja.
Comparto lo del jamón mejor que la energía positiva. Eso sí… mejor de Jabugo que de Guijuelo.
Aunque hoy la Pitufa no está para jamones… ¿verdad?
Ya te lo he mandado, Orisson.
Cuando yo era niño funcionaba lo del cartón de tabaco por Navidad. Yo siempre le dije a mi padre que como yo era un niño tan listo, no hacía falta gastar dinero en tabaco, pero no me hizo caso y me obligó a llevar el cartón de tabaco personalmente a la casa del maestro.
El único profesor que me suspendió, y sólo fue la primera evaluación, fue el de Historia de séptimo de EGB. Pero fue porque me tenía manía…y además, no fumaba.
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