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Buscando en la tienda de recuerdos

Durante las vacaciones, las niñas quisieron un recuerdo concreto: una sudadera de la Universidad de Salamanca. Así que entre imponente piedra arenisca y los más bellos atardeceres urbanos que en el mundo haya, se las compramos. Y Gonzalete, viendo que sus hermanas se llevaban su recuerdo, pidió el suyo en justa correspondencia. Y señalaba tal o cual camiseta, la típica rana, una figurita… un poco al tuntún. El caso era tener su recuerdo, igual que sus hermanas.

Así que le dije: «Gon, si las niñas quieren una camiseta de aquí, ¿qué te parece si a ti te compramos una bien chula en Asturias, con Don Pelayo?». Con la cara iluminada aceptó y pasó las siguientes horas presumiendo de la camiseta tan chula que iba a tener «de Don Pelayo ganándole a los moros».

Así llegamos hasta Asturias, y subimos a Covadonga. Gonzalete repite, señalando a la cueva y a los altos riscos, las historias que ha oído de mí y que recuerda con detalle. El rincón invita a la evocación, al entornar los ojos y adivinar a Pelayo rodeado de agoreros insistiendo en la desesperanza de la empresa, alzando la modesta Cruz realizada con dos ramas de roble y diciendo que en ella estaba toda la esperanza que necesitaban. Oír las piedras cayendo desde las alturas. Sentir el silbido de las flechas sarracenas subiendo y volviendo a caer después de tocar en las rocas (o de que las giraran los ángeles). Y por supuesto invita a la oración. En la Cueva ante la Santina y ante las tumbas de Pelayo y Alfonso I, y en la Basílica ante el Sagrario pidiendo, si no un nuevo Pelayo, sí al menos menos nuevos Oppas, que tanto abundan.

El caso es que tras la visita nos acercamos a las tienditas de recuerdos que hay en el lugar. Gonzalete pregunta por su camiseta, y como yo me temía (por las búsquedas que había realizado antes), ni una. Recuerdo que al subir he visto unos tenderetes al pie del manantial bajo la Cueva. Y me voy hacia allí. Camisetas con osos, con lobos, con runas célticas, con paisajes naturales, con sidra, con vacas… Y para no mentir, sí había con Don Pelayo. Dos. Feas como un castigo y caricaturescas. Una con alguna gracia, otra con ninguna. Le traslado a Gonzalete, que se lamenta y se contenta con una figurita del héroe, que me encargaré de buscársela por internet o en su caso de hacérsela yo a partir de la foto de la estatua de Covadonga o de la de Cangas.

En otro momento de la visita, mi esposa evoca el recuerdo del Monumento a William Wallace en Stirling, Escocia, que visitamos en nuestra luna de miel. Yo le apunto con tristeza la diferencia de que allí todos llevan a Wallace en todos lados y no se cansan de evocarle, contar su historia, reivindicarle y ensalzarle, mientras que aquí Pelayo es un apósito, quizá molesto para muchos. Y pienso en nuestra clase dirigente, en nuestro sistema educativo… y en gran parte de nuestra jerarquía purpurada. Y adivino entonces que Don Oppas, el infame y repugnante traidor sí que lo dejó todo atado y bien atado, el hijoputa. Y regado de herederos.

Nota adicional: Conozco dos modelos comercializados de camisetas de Don Pelayo. Este lo tengo, y este otro siempre me ha hecho mucha gracia y acabaré teniéndolo también. Pero no era lo que buscaba. Y mi queja no es por la camiseta, es por la ausencia de un sentimiento, de una reivindicación de uno de los episodios más heroicos de la Historia, que marcó el devenir no ya de la nuestra sino de la de toda la Cristiandad y cuyos detractores merecerían comerse hoy las moscas vestidos con chilabas y lapidando a la gente, como los herederos de aquél inmenso ejército que sucumbió a las piedras, a las flechas, pero sobre todo a la determinación y al heroísmo de un puñado de valientes que encarnaron a todo un pueblo, el hispano, que no se resignó a aceptar la traición que Don Oppas le ofrecía diciendo (hay cosas que no cambian, rediez) que para qué luchar, si lo importante era la estabilidad y la tranquilidad, manteniéndose fiel a Cristo y al viejo reino, a las raíces, a la Tradición, a la sangre.

¿El problema? Que tenemos un héroe libertador que acaudilló a 300 valientes en una misión imposible del que nació una epopeya. Pero mientras por ahí ruedan Braveheart ó 300, aquí el modelo es… el que es.

One Trackback/Pingback

  1. Bitacoras.com on jueves, agosto 20, 2015 at 12:57

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