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Recuerdos de verano

Se escapaban las últimas horas de vacaciones. En estas, Gonzalete suelta mi mano y hace por separarse de mí y me dice que va a ver una cosa, que le deje un momento. Sabiendo de sobra la respuesta le pido que me cuente dónde va. Le voy poniendo yo palabras en su boca para que acabe reconociendo «a asomarme a casa de Isabel». Le pregunto si sabe que está cerrada y que no hay nadie, que le va a dar más pena verla así. «No. Al revés. Así recordaré cuando estaba aquí y estaré menos triste».

Sé que cualquier argumentación supuestamente lógica no servirá para nada, porque conozco perfecta y detalladamente lo que piensa, lo que siente, lo que busca. Le pregunto si quiere que vaya con él y me sorprende su respuesta afirmativa. Yo hubiera preferido la soledad. Allí recorre cada ventana cerrada con la vista, se cuela en el porche, por el que corretea, y efectivamente, la cara se le alegra.

Me veo en su situación y me pregunto cuándo dejará de evocar a las personas para evocar los tiempos. Cuanto más tarde, mejor.

En los últimos años son muy pocas las veces que recorro los lugares que pueblan mis recuerdos. Y cuando lo hago, busco, como ahora Gonzalete, los lugares en los que anduve, aún sin aquellos con los que lo hice.

Y no hablo de ello con nadie, porque sé que nadie puede entenderlo. En ocasiones me veo con esos compañeros (primos, en su mayoría) en persona, con sus esposas, con sus maridos, con sus hijos… y claro que disfruto el momento, y me alegro de verlos, y les abrazo con emoción, porque les quiero de verdad. Pero lo que yo viví en aquellos lugares ya no está. Quienes busco ya no son ellos. Y recorro cada palmo de aquella hierba, y abrazo cada castaño, y respiro hondo, y dejo correr las aguas del Iregua entre mis dedos…

Y siento realmente las mismas risas, los mismos cantos, los mismos juegos, las mismas emociones, provocadas por los mismos que un día las vivimos también con los ojos abiertos. Y ninguno de ellos existe ya. O mejor, ninguno de ellos existimos.

Gonzalete sigue sonriendo mientras explora cada rendija, cada rastro. Porque él sabe que sus recuerdos sólo duermen, y volverán a despertar el próximo verano. Hasta que llegue un día en que descubra que sus ojos abiertos ya han vivido el último de los veranos, y que ya sólo podrá recuperarlos con los ojos cerrados, aspirando hondo y mezclando sus lágrimas con el agua del mar, como las mías se han mezclado tantas veces con la del Iregua.

Ese Iregua que sueño con oír correr, en el que sueño con volver a chapotear y pescar cuando, si Dios me lo concede, vuelva a tener eternamente aquellos pocos años.

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  1. Bitacoras.com on miércoles, septiembre 9, 2015 at 20:42

    Información Bitacoras.com…

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