Skip to content

Memoria, tibieza y cobardía

Si usted me lee desde Sevilla, seguro que conoce, o ha oído hablar de, el comedor de Pagés del Corro, en Triana. Donde cada día una gran cola de personas espera a que las pocas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que quedan, o los voluntarios que les echan una mano, les den un plato caliente o alguna prenda de ropa. Si me lee desde cualquier otro sitio, seguro que conoce casos similares. Esa misma congregación ha sacado adelante durante su varias veces centenaria historia varios comedores como esos y, entre otras muchas iniciativas, montones de colegios en los que estudiaron los hijos de las familias pudientes junto a las de las humildes. Miles de niñas -como miles de niños en otras congregaciones- se formaron en sus aulas gracias a su dedicación. En uno de esos colegios, el Protectorado, cursaron sus primeros años de colegio mis hijas, pero eso ahora no viene al caso.

Las monjas de la imagen que abre estas líneas son esas Hijas de la Caridad en la primera mitad del siglo XX. Llevaban ese tocado característico tan aparatoso por el que se les reconocía fácilmente. Era fácil verlas recorriendo las ciudades, pidiendo limosna, cuidando enfermos, atendiendo a necesitados, buscando recursos para ellos o recogiendo niñas de la calle para darles una educación. Cuando tenían que subir al tranvía, el ancho del tocado no cabía por la puerta, por lo que entraban de lado.

Llegaron los años 30 del siglo XX y se agravaron las persecuciones que las congregaciones religiosas sufrían en España ya en el XIX, con la llegada del liberalismo. Los ataques, quemas, asaltos y asesinatos se convirtieron en cosa común. Y llegado el 18 de julio del 36, en objetivo prioritario de las hordas. Las religiosas tuvieron que esconderse porque había auténticas cacerías de curas y monjas. En casas de familiares, o de amigos que se jugaban la vida por el simple hecho de dar cobijo a quien sólo quería servir. Dos de ellas, vestidas de «paisano», salieron a buscar algunos suministros. Decidieron ir en tranvía. Y, por la costumbre del tocado, aunque iban de paisano, subieron al vagón girándose. Una patrulla de milicianos vio el gesto, que fue suficiente sentencia. Su destino: las checas, la tortura, el martirio. Podríamos contar mil historias parecidas. Esta es de vicencianas. Las hay de maristas, de jesuitas, de claretianos, de salesianos, de escolapios, de concepcionistas, de… No sabría decir si alguna congregación carece de mártires de la persecución religiosa de los años 30, y particularmente del 36, en España.

El 18 de julio de 1936 fracasó el plan previsto para una sublevación en España que pusiera pies en pared ante el proceso revolucionario puesto en marcha desde el gobierno y la presidencia de la II República. Pero a ese golpe rápido inicialmente previsto le sucedió, sin solución de continuidad, un verdadero Alzamiento Nacional. Muchos de los que se sumaron a ese alzamiento lo hicieron precisamente porque vieron que luchaban, entre otras cosas, por la defensa de esas comunidades que estaban siendo sistemáticamente masacradas y por su vida misma. Era esa media España que sencillamente «no se resignaba a morir». No eran fascistas, ni conspiradores. Eran hombres y mujeres que quisieron seguir viviendo.

En estos días, la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía ha ordenado que se realicen actividades encaminadas a «celebrar» el «Día de la Memoria Histórica y Democrática» en todos aquellos colegios que pagamos con nuestros impuestos. Lejos de proponer un estudio de nuestra historia, sus directrices son claras: Todo el que luchó en un bando en el 36, es malo. Todo el que luchó en el contrario, es bueno. Todo el que luchó en ese bando bueno, lo hizo por la libertad de los andaluces. Un puñado de familias hemos ejercido, al menos, el derecho al pataleo, pidiendo a los supuestos defensores del pueblo que paralicen este disparate y exponiendo nuestra posición a la administración que lo organiza. Todo ello, aunque con poca fe en que los mismos manipuladores corrijan su atropello, sin perjuicio de animar a todas las familias a la resistencia ACTIVA.

Además de todo eso, y tras pedir a los colegios alguna declaración al respecto, he tenido acceso a la circular que Escuelas Católicas de Andalucía ha remitido a todos los centros que la componen. Si ellos quieren hacerla pública, que la hagan. Yo no lo haré. Simplemente diré que me pareció un triste ejemplo de tibieza y cobardía. Ya saben: tolerancia, diversidad, alumnado…

Escuelas Católicas agrupa a los centros educativos de confesión católica, normalmente de tantas congregaciones religiosas que, como las Hijas de la Caridad de las que hablaba al principio, definieron su carisma en la formación y enseñanza de los más jóvenes.

De los muchos MILES de mártires de la persecución religiosa en España, asesinados por odio a la fe, por el simple hecho de ser católicos, un porcentaje nada despreciable fueron miembros de estas congregaciones. Esos mártires cayeron perdonando a sus asesinos, muchos de los cuales se habían alimentado o habían estudiado gracias a las mismas monjas a las que sacaban los ojos, violaban, desmembraban o echaban a los cerdos -si leen la documentación de tantos y tantos procesos podrán asomarse al mismísimo infierno viendo las actuaciones de esos asesinos- y por supuesto los que ocuparon los puestos de esos mártires siguieron atendiendo a quien necesitaba de su atención, incluidos los propios asesinos y sus familias. Recuerdo ahora por ejemplo cómo el que guardaba las puertas de los benedictinos que hoy forman la abadía del Valle de los Caídos -donde todos los días se pide por el alma de los caídos de ambos bandos y por el perdón de los que llevaron a tantos al martirio- tenía el sobrenombre, ganado por sus andanzas pasadas, de «el matacuras». Y no sólo en las congregaciones religiosas, también en la vida seglar se alcanzó la reconciliación y el perdón, aunque hoy, en el imperio de la mentira, se les diga lo contrario.

No cabe esperar, por tanto, a una de esas congregaciones pidiendo venganza ni nada parecido. Ni reavivando viejas historias, que tendrían todo el derecho a airear visto el tono alcanzado por los voceros del odio y sobre todo del borreguil rebaño dispuesto a aceptar y repetir todo. Pero lo que no me cabe en la cabeza es que calle y disimule precisamente Escuelas Católicas cuando desde el poder político, ocupado para mayor iniquidad por un partido que fue parte activa, principal y fundamental en miles de asesinatos, persecuciones, profanaciones y robos, se impone que los niños reciben un discurso según el cual los fundadores y miembros de las congregaciones a las que hoy representan fueron debidamente exterminadas «en defensa de la libertad de los andaluces».

De las heridas de sus mártires manaron ríos de Misericordia Divina que empezaron por ofrecer el perdón a sus asesinos. Pero una cosa es esa y otra bien distinta es mirar para otro lado cuando vienen a las mismísimas casas esos mártires levantaron a decirle a nuestros hijos que esas monjas, esos religiosos, esos miles de seglares murieron por oponerse al bando de los buenos, de la libertad y el progreso. Y que algo habrían hecho, los muy fachas.

Mártires de la persecución religiosa en España Milicianos fusilan el monumento al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles Iglesia de Santa María del Mar, de Barcelona, profanada Capìlla de San José, en Sevilla, 1931

Post a Comment

Your email is never published nor shared. Required fields are marked *
*
*