Sobre eso que ahora llaman «el asunto catalán» me he resistido a escribir en profundidad. Supongo que quien me ha leído o conozca mínimamente puede intuir mi opinión, y quien además de eso tenga una correcta formación la entienda y comparta. Pero tengo que decir que el «asunto», lo reconozco con tristeza, me aburre soberanamente.
Y no me aburre porque no le conceda importancia, ni mucho menos. Al contrario. Me aburre porque es un lamentable espectáculo contemplar, alrededor de algo tan importante como la españolidad de cualquier rincón de la Patria, la carencia absoluta de argumentos de peso. De unos y de otros. Me atrevo a decir que de argumentos que siquiera tengan que ver con el asunto. Por un lado unos diciendo, tras años de labor de zapa, que todo pueblo tiene derecho a pronunciarse sobre cualquier cosa, aún para decidir si es de día y de noche, por otro los mismos que alentaron y posibilitaron esa labor de zapa alegando constituciones, leyes y números, tan fríos, feos y vacíos como ellos.
Nadie, por ningún lado, expone verdades. Y claro, si atendemos sólo a lo que se pone encima de la mesa los únicos que aportan algo son los separatistas. Lo que pasa es que, como decía, no exponen verdades y para darles la razón hay que desconocer esas verdades y dar por buenas sus mentiras. ¿Y por qué avanzan y triunfan? Porque esas mentiras han sido servidas y alentadas por los que ahora quieren oponerse a ellas pero no pueden porque no manejan verdades y nobleza, sino palabras huecas y números muertos, y en última instancia proponen como remedio uno de los orígenes principales del problema, como es la constitución del 78. Porque eso es lo más triste, que quienes se supone que tienen que defender a España de quien se manifiesta contra ella no lo hace. Se dedica únicamente a proclamar su defensa de los intereses económicos o de cosas como «la constitución», «la democracia» o «la convivencia». Palabras muy bonitas (o no) pero absurdas cuando lo que hay que defender no es eso, sino la muy superior idea de España. Pero claro, eso les viene grande. Al soso solemne, al seguidor de Jorge Javier y al resto de la banda.
Vamos a ver: Cataluña no puede separarse de España. Es imposible. Pero no porque lo diga la Constitución, el domicilio de La Caixa o la calificación de su deuda. Ni porque lo diga el 30 ni el 70 de los catalanes, ni aunque se votara así por todos y cada uno de los españoles. No puede porque es y será siempre España. Lo que sí puede separarse es de lo que hoy llamamos (sobre todo los separatistas) Estado Español. Es decir, la estructura política que administra lo que ocurre en España. De eso y de nada más puede separarse Cataluña. Y contra eso sinceramente me es difícil argumentar, porque yo mismo al analizarlo reniego de él en no pocas ocasiones.
El error de partida consiste en considerar que lo que ahora llaman «los territorios», o los reinos y condados de nuestra gloriosa Edad Media se fueron uniendo A España en determinados momentos de la Historia, y entonces viene la discusión de si en determinado siglo los Condados Catalanes fueron más o menos independientes o si en 1714 Catalunya resistía frente al invasor y tal y tal y tal. Y no somos pocos los que entramos en la discusión, porque es verdad que el nacionalismo, alentado por los partidos que se llaman constitucionalistas, llevan décadas mintiendo sobre la Guerra de Secesión Española, que enfrentó a defensores de Carlos y de Felipe obviando que el enfrentamiento se produjo no sólo en Cataluña sino por toda España, y en todos lados por la misma razón: Porque unos y otros defendían a uno u otro como Rey de ESPAÑA.
Pero la discusión no es esa. Ni que Felipe formalizara el centralismo francés frente a los fueros y las cortes. Eso puede analizarse históricamente y juzgar por ello al primer Borbón como buen o mal rey. Nada menos. Pero sobre todo nada más. Como cada régimen establecido durante la historia puede ser juzgado como mejor o peor, pero no por ser malo deja de ser nuestra historia. Es decir, los republicanos no dejan de ser españoles porque gane Franco. Ni los carlistas porque ganen los Isabelinos. Ni los partidarios de Pedro el Cruel / Justiciero por la victoria de los Trastámara. Y todo ello independientemente de nuestro juicio de los Trastámara, de los isabelinos o del franquismo.
La realidad es que los distintos reinos, condados y otras entidades no se unieron A España sino que ya formaban España desde antes, y lo que fueron constuyendo es la identidad y propósito común que ya existía siglos antes en una estructura administrativa y política común, como unión de reinos primero, como Monarquía Hispánica después y como esto que llamamos Estado Español al final (y eso también es discutible, porque a ese Estado le faltan piezas bien españolas, pero de momento no entraré en el caso). La cuestión es que Cataluña no es DE España, dándole a ese DE sentido de propiedad, como no lo es Castilla ni Valencia; sino que Cataluña es España, tanto y ni más ni menos como lo es Castilla, o Aragón, pero tampoco más ni menos España que el último pueblo de la última comarca del último valle que encuentren en esta tierra.
En este sentido, casi me atrae más la propuesta de algún separatista de liquidar el Estado de las Autonomías, dotar de soberanía a lo que ellos llaman «territorios» (absurdo, los territorios no pueden tener soberanía, ni competencias, ni nada más que kilómetros cuadrados, pero bueno) y dar forma a la «Unión de pueblos Ibéricos» (yo los llamaría Hispanos o Españoles) que proponen, en lugar de mantener el propio Estado que se supone que hay que defender contra el separatismo.
Y una vez constituida esa Unión, decidir su nombre. Entre todos, claro. ¿Y qué nombre? Pues España. ¿Cuál si no? Pero bueno, no me meteré ahora en ese charco.
La máxima autoridad del Estado Español en Cataluña (eso y no otra cosa es el Presidente del gobierno autonómico en virtud de la legalidad que dicta la C78, y sólo en base a esa legalidad) quiere dejar de ser tal cosa y no depender más que de sí misma. Eso es lo que se plantea. Y las partes contendientes no son Cataluña y España como unos (por interés) y otros (porque son así de imbéciles y entran en el juego de la mentira) plantean y aceptan.
Y si triunfan los que plantean esa ruptura, en España habrá otro estado más, el Estat Catalá. Ni dejará de ser España ni la otra parte resultante (el «Estado Restospañol») será España. España seguirá siendo lo que es, y estando por encima de su disposición política y administrativa.
Los separatistas (y varios tontos más) gustan de evitar pronunciar la palabra «España» y usan la expresión «el Estado Español» o incluso «el Estado», a secas. Y solemos protestar por ello porque ciertamente lo usan erróneamente ya que el Estado es la estructura administrativa, no las gentes ni las tierras. Pero aunque fallen en las formas, en el fondo tienen razón, pero de una manera que posiblemente no quisieran tener. Porque no es España lo que discuten sino el Estado. Y no discuten España no porque no quieran. Sino porque no pueden. Como no puedo yo desde Sevilla ni mi familia riojana, ni usted desde Canarias, Galicia, Murcia o La Mancha. Porque España está por encima de eso, porque es una realidad tejida por siglos y siglos de Historia. Y ni ellos, los separatistas, ni los torpes separadores ni los entristecidos españoles de bien, ni yo somos más que mindundis, insignificancias históricas al lado de esa Historia y por tanto sin capacidad para cuestionarla, y menos para cambiarla.
Lo que está en cuestión es si en España se organizan más entidades político-administrativas de las que ya hay. Esa es la discusión. Y suceda lo que suceda, si la desgracia hace que para ir de una parte de España a otra, siguiendo el Ebro, haya que cambiar de moneda, o sacar la documentación, o lo que sea, será como digo una desgracia. Será una novedad administrativa. Será una frontera. Pero no será salir de España para entrar en otro sitio. Ni salir del Resto de España. Como yo no salgo del resto de mi provincia cuando voy a la capital de la misma, aunque me pusieran una valla, un peaje, una frontera.
Mientras unos y otros sigan con discusiones estúpidas sobre dineros, papeles y constituciones, oponiendo cada uno sus papelitos al contrario, no me esperen en ese debate si no es para escupir a la cara a unos y otros, porque con esos regateos de charlatanes unos y otros ofenden a Cataluña y a España (una cosa es inseparable de la otra) reduciéndolas a intereses comerciales, conveniencias políticas e interpretaciones legales siendo Cataluña, como toda España, mucho más que eso.
Algunos no olvidamos que con quien ofende a la Patria (y ofender a cualquier parte de ella es ofender al todo) no hay que sentarse a hablar.
Visca Catalunya, Viva España.